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El Amor PerdidoEl Amor Perdido
autor: Webfic

Capítulo 3

A la mañana siguiente, Andrea bajó las escaleras y se encontró con Alicia sentada junto a Ramón, deslizando el dedo por la pantalla de una tablet. Al escuchar sus pasos, Alicia levantó la cabeza de inmediato y una mirada de satisfacción brilló en sus ojos. —¡Andre! Ven, ayúdame a elegir un collar para la boda. ¡Mis ojos ya no pueden más! Andrea se acercó y, apenas se sentó, Alicia le metió la tablet en las manos. Luego, sin perder tiempo, se lanzó al regazo de Ramón, aferrándose a su brazo mientras le decía con voz melosa. —Moncho, he visto tantos modelos que ya no sé cuál elegir. El cuerpo de Ramón se tensó brevemente, pero al cabo de unos segundos, respondió con un tono lleno de ternura, —¿Aún no encuentras uno que te guste? ¿Quieres que llame a más diseñadores? Andrea sintió una punzada de incomodidad al notar la mirada que Alicia le dirigió justo después, una mezcla de desafío y superioridad. Algo en su interior le advirtió que nada bueno estaba por venir. Y sus sospechas se confirmaron cuando Alicia, con una sonrisa aparentemente incómoda, murmuró. —En realidad… hay uno que me gusta. Pero temo que alguien no quiera deshacerse de él. Ramón soltó una pequeña risa, despreocupado. —¿Quién? Dime. Si es el que quieres, no importa cuánto cueste, lo conseguiré para ti. Al escuchar eso, la sonrisa de Alicia se ensanchó, claramente triunfante. Levantó su mano delicada y señaló directamente el cuello de Andrea. —Ese collar es el que me encanta. Los ojos de Ramón siguieron la dirección de su dedo, y en cuanto vio la joya, su expresión cambió drásticamente. La sonrisa desapareció de su rostro como si nunca hubiera estado allí. Esa no era una simple joya. Era el collar que le había regalado a Andrea en su cumpleaños número dieciocho, como su regalo de adultez. Recordó claramente el momento en que se lo entregó. Sus ojos estaban llenos de una calidez que rara vez mostraba, y sus palabras aún resonaban en su mente, —Esto lo diseñé y supervisé personalmente. Es para mi princesa, algo único en el mundo. Pase lo que pase, nunca te lo quites. Y Andrea había seguido esa promesa al pie de la letra. Nunca se lo había quitado. Hubo una vez, durante una excursión de esquí, en la que el collar se le cayó accidentalmente. Pasó toda una noche buscando en la nieve bajo una tormenta, hasta que lo encontró. Ramón sabía perfectamente lo importante que era ese collar para Andrea. Quería decir algo, pero antes de que pudiera abrir la boca, la voz de ella resonó con calma. —Claro, si te gusta tanto, te lo regalo como presente de bodas. Andrea lo dijo sin una pizca de emoción. Al fin y al cabo, había decidido renunciar incluso a lo que más amaba: a Ramón. Entonces, ¿qué importancia podía tener un simple collar? Sin titubear, se quitó la cadena de su cuello y se la entregó a Alicia. Alicia, emocionada, tomó el collar con una sonrisa de triunfo, mientras que la mano de Ramón, apoyada en el sofá, tembló ligeramente. Sus ojos mostraron un destello de sorpresa y algo más difícil de definir. Antes de que pudiera decir nada, la mirada de Alicia se fijó en la clavícula de Andrea. Cuando iba a dar las gracias, sus ojos brillaron al notar algo. Señaló con curiosidad y preguntó. —Andre, esas letras que tienes tatuadas en la clavícula… RH… ¿Qué significan? El rostro de Andrea cambió por un instante, pero rápidamente recuperó la compostura. Retiró su mano y miró hacia Ramón, quien la observaba con una expresión oscura y profunda, aunque su tono pareció relajarse un poco, —¿No te dije que te deshicieras de ese tatuaje? ¿Todavía no lo has hecho? Andrea curvó ligeramente los labios en una sonrisa fría y respondió con serenidad, —Tranquilo, ya tengo una cita para quitármelo. Justo después de decirlo, el mayordomo entró acompañado de un especialista en eliminación de tatuajes. —Señorita Herrera, buenas tardes. ¿Cuándo desea comenzar con el procedimiento? —dijo el especialista, haciendo una ligera reverencia. —Ahora mismo está bien. —respondió Andrea sin titubear. Se recostó en una tumbona al costado de la sala, observando cómo el especialista sacaba sus herramientas y se preparaba para empezar. El dolor fue inmediato, una punzada que parecía desgarrar la piel hasta el hueso, como si intentaran arrancar de raíz no solo el tatuaje, sino también el recuerdo que representaba. Involuntariamente, dejó escapar un gemido de dolor, pero al recordar que Ramón y Alicia estaban en el sofá, lo tragó con fuerza y guardó silencio. La sangre pronto comenzó a teñir la gasa, mientras Alicia, horrorizada, cubría sus ojos con las manos. Ramón, en cambio, no se movió para consolarla. Su atención estaba completamente fija en Andrea, con su rostro pálido y tenso por el dolor. En ese instante, el especialista en tatuajes, con un tono de curiosidad, comentó, —Señorita Herrera, recuerdo que cuando vino a hacerse este tatuaje dijo que nunca en su vida se lo quitaría. Andrea intentó esbozar una sonrisa, aunque su rostro mostraba el esfuerzo que le costaba mantener la calma. Con un aire despreocupado, respondió. —Eso fue antes. Las cosas cambian. Ahora ya no me gusta, y quiero borrarlo. Los ojos de Ramón se oscurecieron con una mezcla de emociones que no pudo ocultar. Finalmente, rompió su silencio, aunque su tono era algo áspero. —Si no soportas el dolor, no lo hagas. El especialista en tatuajes también dudó un momento y se sumó al comentario. —Es cierto. Su piel es muy clara, señorita. Si queda una cicatriz, sería una pena. Andrea bajó la mirada brevemente, pero cuando levantó los ojos, su determinación brillaba en ellos. Aunque su cuerpo temblaba por el dolor, sus palabras salieron firmes. —No, sigamos.

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