Capítulo 6
Andrea apretó ligeramente la mano que tenía apoyada en el pasamanos de la escalera.
Aún recordaba aquella época en la que acababa de llegar a la casa de los Herrera. La niñera, debido a que era una extraña, no le prestaba mucha atención, sirviéndole solo sobras y comida fría. Hasta que un día, Ramón regresó inesperadamente a casa por unos documentos y vio todo aquello con sus propios ojos.
Ese mismo día, despidió a la niñera y, desde entonces, él mismo se encargó de cuidarla. Aprendió a cocinar para ella, a recogerle el cabello en una coleta, e incluso fue él quien le enseñó sobre los detalles de su periodo menstrual.
En aquellos tiempos, ella siempre sonreía mientras terminaba cada plato que él le preparaba, para luego alabarlo alegremente, —¡Qué rico, hermano! Cocinas muy bien.
Ramón, con una mirada llena de ternura, le acariciaba la cabeza y respondía, —Si te gusta, entonces solo cocinaré para ti.
Pero ahora, había escuchado esas mismas palabras dirigidas a otra mujer, —¿Qué tal si a partir de ahora solo cocino para ti?
Alicia soltó una carcajada aún más alegre, y tras darle varios besos a Ramón, ambos se dirigieron juntos hacia la mesa del comedor.
Fue en ese momento cuando notaron la presencia de Andrea parada en la entrada de las escaleras. Ramón, al parecer, no recordaba nada de lo sucedido la noche anterior. Apenas le dirigió una mirada fría antes de apartar los ojos.
En cambio, Alicia la saludó con entusiasmo, —¡Andre! Pensé que no bajarías a desayunar, así que solo pedí a Moncho que preparara dos porciones. Espero que no te moleste.
Andrea, sin intención alguna de seguirle el juego, ni siquiera le dirigió una mirada. Pasó de largo y se fue directamente a la cocina.
Como hacía mucho que no cocinaba, para cuando logró preparar algo apenas comestible, Ramón y Alicia ya habían terminado de desayunar. Andrea se sentó en silencio a un lado de la mesa, bajando la mirada mientras comía en silencio su modesto desayuno.
Sin embargo, desde el otro lado, una exclamación repentina rompió la calma.
—¡Por Dios, Andre! ¿Qué te pasó en las manos? ¡Tienes varios cortes!
Por su falta de práctica, las blancas manos de Andrea mostraban varias heridas visibles, pequeñas pero llamativas.
No tenía intención de responderle a Alicia, así que optó por guardar silencio.
Ramón, que hasta entonces había estado concentrado en los documentos de su celular, levantó la mirada al escucharla. Al notar las heridas, sus ojos se crisparon por un instante. Pero enseguida, como si no hubiera pasado nada, desvió su atención hacia Alicia, preguntándole con indiferencia.
—¡Tu cumpleaños se acerca! El lugar para la fiesta ya está reservado, ¿quieres ir a verlo? —exclamó Alicia emocionada, lanzándose a los brazos de Ramón.
—¿De verdad? ¡Entonces vayamos ahora mismo!
En cuestión de minutos, la mesa quedó vacía, salvo por Andrea, quien, sin levantar la cabeza, terminó su desayuno en silencio.
El cumpleaños de Alicia fue organizado con un lujo desmedido por Ramón.
El hombre no escatimó en gastos: alquiló todo el Hotel a Orillas del Río, decoró el salón con diamantes y flores, e invitó tanto a magnates del mundo empresarial como a estrellas de la industria del entretenimiento para celebrar la ocasión.
En un rincón del salón, Andrea observaba con calma aquel derroche de opulencia. Sobre un escenario adornado con luces brillantes, destacaba un pastel de tres metros en forma de castillo, hecho exclusivamente para Alicia.
La fiesta de cumpleaños de Alicia superaba en lujo y atención cualquiera de los cumpleaños que Andrea había tenido en su vida.
Observando esta escena, se convenció de algo: Ramón estaba perdidamente enamorado de Alicia.
Era curioso; quizás porque ya había decidido dejar todo atrás, no sentía ningún dolor en el corazón mientras presenciaba todo aquello.
Cuando las luces se apagaron y el cielo se iluminó con un espectáculo de fuegos artificiales, llegó el momento más esperado de la noche.
Delante de todos los invitados, Ramón se arrodilló sobre una rodilla y presentó su regalo:
Un diamante rosa llamado "Corazón del Amor Verdadero", valorado en más de cien millones de dólares.
El salón estalló en aplausos y murmullos emocionados.
Ese diamante, conocido por haber sido subastado a un precio astronómico por un comprador anónimo, finalmente revelaba a su dueño: Ramón. Todo aquello había sido para ganarse la felicidad de su prometida.
Cerca de Andrea, un grupo de chicas no ocultaba su asombro ni su envidia.
—¡Ahhh! ¡Qué suerte tiene Alicia de tener un prometido que la adore tanto! —exclamó una de ellas, sacudiendo el brazo de su amiga.
—¡Un diamante de más de cien millones! ¡Y lo entrega así, sin más!
—¡Ojalá yo tuviera un prometido así!
...
Andrea dejó de escuchar.
Las voces se apagaron en su mente mientras desviaba la mirada hacia el reloj. La fiesta estaba a punto de terminar y, al ver su oportunidad, decidió retirarse. Sin embargo, cuando apenas se disponía a salir, se encontró con Alicia, quien se interpuso en su camino con una sonrisa maliciosa.
Alicia, con una sonrisa que brillaba tanto como el diamante rosa en su mano, empezó a hablar despacio, disfrutando de cada palabra.
—Andre, aunque Moncho me ama mucho ahora, quiero poner a prueba cuánto me ama de verdad.
Andrea apenas tuvo tiempo de procesar lo que decía cuando vio cómo Alicia le dirigía una sonrisa tan venenosa como una flor de adormidera. Esa mirada la hizo estremecer.Y antes de que pudiera reaccionar, Alicia se dejó caer dramáticamente hacia el enorme pastel de tres niveles, hundiéndose completamente en la majestuosa obra de repostería.