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Capítulo 1

Festival Internacional de Cine Aurora, en la ceremonia de premiación. La nueva actriz Lilia Chávez obtuvo, por primera vez, el galardón a Mejor Actriz. El presentador le preguntó qué sentía y cómo pensaba recompensarse. Lilia posó la mirada en el invitado de honor a su lado, el Rey del Cine, Melchor. —¿Podría pedir el rosario que tiene en la mano el señor Melchor? Al oír esto, todo el auditorio quedó estupefacto. En el mundo del espectáculo todos sabían que Melchor tenía un rosario que jamás se quitaba y al que otorgaba un valor inmenso. Desde que debutó, siempre lo llevaba consigo. Incluso, corría el rumor en la industria de que Melchor había recibido la oferta de ser embajador de una reconocida marca de relojes de lujo. La marca deseaba que solo llevara sus relojes y no el rosario, pero él se negó de manera tajante. Prefirió renunciar al contrato antes que quitarse el rosario. Fue tal su insistencia que la propia marca diseñó un reloj a juego con su rosario. ¿Acaso Lilia estaba loca al pretender el rosario de Melchor? Incluso el presentador en el escenario quedó paralizado, sin saber qué hacer. Todos esperaban que Melchor rechazara a Lilia. Sin embargo, él dejó escapar una leve risa y, con calma, se quitó el rosario de la muñeca para colocarlo en la de Lilia. Carolina, sentada entre el público, observaba en silencio la escena. Nadie sabía que Melchor era su novio desde hacía cinco años. Nadie sabía tampoco que ese rosario lo había obtenido ella misma tras subir de rodillas miles de escalones del Monte de las Sombras, rezando en cada paso. Y menos aún que las rosas grabadas en el rosario habían sido talladas por sus propias manos. En el escenario, Lilia agitó con entusiasmo la muñeca para mostrar el obsequio. —Gracias, señor Melchor, por su guía y estímulo. Seguiré esforzándome para ofrecer más y mejores obras al público. Su voz era tan dulce como su aspecto. Melchor esbozó una sonrisa leve, pero al volver la mirada hacia donde se encontraba Carolina, descubrió que el asiento ya estaba vacío. Su gesto se ensombreció un poco. Carolina regresó directamente a la oficina y alcanzó a oír a lo lejos comentarios sobre la interacción entre Melchor y Lilia en la gala. Con el corazón encogido, se encerró en el baño. Se echó agua fría en la cara y levantó la cabeza para mirar su reflejo en el espejo. La imagen de sí misma huyendo derrotada le enrojeció los ojos al instante. Ella y Melchor se conocían desde hacía siete años y llevaban cinco de relación. Lo había acompañado en su camino de un completo desconocido hasta convertirse en el Rey del Cine. Fuese duro o agotador, por él todo había tenido sentido para Carolina. Al inicio de su noviazgo, había visto en el teléfono de Melchor una foto de Lilia. Él, con naturalidad, explicó que era una amiga de toda la vida, vecina de su casa. Carolina le creyó. Durante los tres años siguientes, Carolina aceptó renunciar a la carrera de directora que tanto amaba y volcó toda su energía en Melchor. Él no tenía fama ni conseguía buenos papeles, así que Carolina se dedicaba a recorrer productoras una y otra vez, implorando a cada persona posible. La empresa tampoco quería desperdiciar demasiados recursos en un novato. Carolina entonces asumió todos los roles: era su representante, su asistente, su fotógrafa... Todo, menos ella misma. En los momentos en que no había rodajes, Melchor la abrazaba en el sofá, acurrucándola junto a él mientras soñaban con el futuro. —Caro, cuando me convierta en el Rey del Cine, te pediré matrimonio y te daré la boda más grandiosa, ¿sí? Ella le rodeaba la cintura con los brazos y respondía con ilusión: —Sí. Por ese instante, Carolina lo dio todo; y Melchor, también, se esforzó al máximo. Tres años después, él logró su deseo y se convirtió en el Rey del Cine. Pero antes de que llegara la propuesta de matrimonio que ella esperaba, Melchor se reencontró primero con la vecina de su infancia. Durante dos años, una y otra vez, la dejó de lado por Lilia. Carolina protestó más de una vez. Melchor se justificaba: ella estaba sola en el país, sin familia ni apoyo, y el medio artístico era muy complicado; como amigo, debía cuidarla más, por los años de amistad que los unían. Carolina se cubrió los ojos con la mano, incapaz de contener la punzada amarga en su interior. ¿Todo por su amistad? ¿Y ella, qué era entonces? Durante dos años, Melchor apoyó a Lilia de manera incondicional, buscándole guiones, consiguiéndole patrocinios... Carolina lo soportó todo. Y el desenlace fue que, al final, incluso entregó aquel rosario. ¿Por qué se había enamorado de Melchor al principio? Carolina lo pensó: ¿fue porque, como ella, era huérfano y compartían la misma desdicha? ¿O porque, sin pensarlo, la rescató cuando estaba a punto de ahogarse? Pero en el mundo había muchos que compartían la misma desdicha. ¿Por qué él debía ser el único? ¿Era por la deuda de gratitud? Todos esos años, ella había renunciado a su carrera, había dado todo por él, ayudándole a cumplir sus sueños. Quizá ya había saldado esa deuda. Cuando levantó la cabeza de nuevo, su expresión había recuperado la calma. Dos años casi habían agotado todo el amor que sentía. Al regresar a la oficina, por costumbre, echó un vistazo a X. [El Rey Del Cine, Melchor, entrega a Lilia el rosario que lo acompañó durante años]. El tema estaba en lo más alto de las tendencias, con señales de convertirse en una gran explosión mediática. Le temblaron ligeramente las yemas de los dedos. Abrió el enlace, y el primer post era un video. Un fan había editado la escena en la que Lilia pedía a Melchor el rosario. En ese momento, Melchor le daba la espalda a Carolina. Solo ahora pudo ver la expresión que él tenía entonces. Melchor, que siempre se mostraba serio y parco en palabras, en ese momento tenía la mirada y los gestos llenos de ternura, todo mientras colocaba con cuidado la pulsera en la muñeca de Lilia. Los fans, enloquecidos, dejaban comentarios sin parar; en apenas medio día, los me gusta ya habían superado los tres millones. El video se reproducía en bucle. Cuando nuevamente apareció la escena en la que Melchor se quitaba el rosario con total naturalidad, a Carolina le vino de golpe a la memoria aquella vez en la que ella misma se lo puso con sus propias manos, y recordó la sorpresa y el amor reflejados en los ojos de él. Se llevó la mano al pecho: el dolor tardío y punzante parecía querer devorarla por completo. Hasta el teléfono le ardía en las manos, y terminó arrojándolo sobre la mesa. El video seguía repitiéndose una y otra vez. La noche fue cayendo poco a poco, y en la habitación solo quedaba aquella débil luz de la pantalla. Alguien empujó la puerta y encendió la luz. Carolina levantó la mano para cubrirse los ojos justo en el instante en que el celular, con la batería agotada, se apagó. Melchor, con la mirada distante e indiferente, al verla tan agotada arrugó levemente la frente. —¿Por qué te fuiste antes de tiempo? Estuve buscándote por todas partes hasta que me dijeron que ya te habías marchado. Se acercó y alargó la mano para tocarle la cara. Carolina giró la cabeza para esquivarlo y, apoyándose en lo que tenía al lado, se incorporó. Alzó los ojos, sin dejar traslucir emoción alguna en su mirada. —¿Por qué pareces tan disgustada? ¿Quién te hizo enojar? —preguntó Melchor con calma. Aunque ya lo había pensado bien, y no era la primera vez que se enfrentaba a esa actitud de él. El corazón de Carolina, que apenas se había calmado, volvió a desgarrarse en una punzada de dolor. Se forzó a esbozar una sonrisa, aunque no le alcanzó a los ojos. —Melchor, esa pulsera te queda perfecta en tamaño, pero en Lilia seguramente le queda un poco grande. ¿Quieres que la recupere para ajustársela? Melchor arrugó la frente y explicó: —Hoy estaba en el escenario, no podía dejarla en ridículo; para Lilia no es más que una novedad pasajera. —Esa pulsera tampoco le queda bien. Tú no quieres que yo se la regale a otra persona, así que en un par de días, cuando se canse de jugar con ella, la recuperaré. Melchor también sabía que aquello no había sido del todo apropiado. Pero en el escenario, al ver la mirada expectante de Lilia, él no tuvo corazón para rechazarla. Aunque para ella no fuera más que un juego o un comentario al pasar, en una ceremonia de premiación no podía permitir que quedara en ridículo. Melchor todavía pensaba que Lilia podía llevarla por un tiempo y luego recuperarla sin problema. Un asunto tan pequeño no valía la pena para armar una pelea. Extendió la mano, queriendo abrazar a Carolina para consolarla. Pero ella volvió a apartarse. —Si ya tocaste las manos de otra mujer, no me vuelvas a tocar. Me da asco. —¿Qué quieres decir con eso? —La expresión de Melchor se ensombreció. Ella fue directa. —Rompamos. Melchor se llevó los dedos al entrecejo, con gesto cansado. —En este tiempo he estado filmando sin parar, sin un solo momento de descanso. ¿Y todo ese esfuerzo para quién crees que ha sido? —Hoy, apenas tuve un respiro, lo primero que hice fue venir a verte, ¿y me armas un escándalo por un simple rosario? Carolina, furiosa, soltó una risa sarcástica. —Ese esfuerzo es por ti mismo, no tiene nada que ver conmigo. Y también es un hecho que nunca rechazas a nadie. ¿Con qué derecho me culpas a mí? Al ver que ella seguía acorralándolo con sus palabras, la cara de Melchor se endureció por completo. —Carolina, ¿no será que te he consentido demasiado? ¡No creas que porque te amo tienes derecho a hacer estos berrinches sin sentido! —A partir de ahora, todos tus trabajos quedan suspendidos. Vuelve a casa y cálmate. —Cuando de verdad te serenes, y sepas qué palabras deben decirse y cuáles no, entonces podrás regresar.
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