Capítulo 55
Eduardo miró a Lilia levantarse y marcharse; el mismo vestido blanco, sencillo y dulce de siempre, el largo cabello cuidadosamente arreglado cayendo de manera natural sobre sus hombros, y bajo los ojos aún quedaban rastros de lágrimas mal enjugadas. La escena despertaba, sin duda, un fuerte instinto de protección.
Si ella quisiera, habría muchos hombres excelentes dispuestos a rendirse a sus pies.
No entendía por qué tenía que empeñarse en perseguir a Melchor, que ya tenía novia.
Luego, Eduardo posó la mirada en Melchor. Él, recostado en la cama, seguía con la vista la partida de Lilia, con una expresión serena, como si realmente fuese su novia.
¿De verdad no comprendía por qué Carolina estaba enfadada?
—¿Cómo es que aún no has contactado a Carolina?
Apenas Lilia se marchó, el semblante de Melchor se ensombreció de golpe, como si fuese otra persona.
Eduardo, cabizbajo y sumiso, sacó el teléfono y marcó un número.
Pero en su fuero interno pensaba que ya no había necesidad de que Carolin

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