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Capítulo 6

Carolina no esperaba que él lo adivinara tan de inmediato. Cuando venía de camino, había pensado con claridad que hablaría directamente. Pero, al estar frente a Antonio y Sofía, no supo por dónde empezar. Ella no sentía apego por Melchor, solo temía ver en ellos una expresión de decepción. Antonio suspiró. —Sofía ya se enteró, en el festival de cine vio cómo Melchor le regalaba a otra el rosario que tú le diste; por eso lleva dos días enfadada. —De todas maneras, mejor hablamos adentro. El suspiro de Antonio le dejó un nudo en el pecho a Carolina. —Mel de veras no sabe valorar nada. Si me preguntas, yo digo que no deberías haberme detenido; tenías que llamarlo para que viniera. Hay que ponerlo en su sitio y que entendiera que ese rosario lo conseguiste tú, Caro, subiendo de rodillas, escalón por escalón, para pedirlo. —Mel lo sacaste tú adelante, y Caro es también tu alumna directa. ¿Así lo encubres y a Caro la dejas de lado? ¿Por qué no dices nada? Como no oía respuesta, Sofía, molesta, se giró para soltarle otra reprimenda a Antonio. Pero al girarse, se topó con la mirada de Carolina. —¿Caro? Tras años inmersa en la cultura clásica, aun con el paso del tiempo, Sofía conservaba un aire de distinción que dejaba entrever la belleza deslumbrante de su juventud. Se levantó apresurada; Carolina extendió la mano para sostenerla. —Doña Sofía, soy yo. Cuando habló de la ruptura con Melchor no lloró, pero en ese instante no pudo evitar que se le humedecieran los ojos. —Ay, Caro, cuánto has sufrido. —Sofía la rodeó con los brazos, llena de ternura. Sintiendo el leve temblor de su cuerpo, provocado por el sollozo contenido, a Sofía se le encogió el corazón, casi hasta derramar lágrimas también. Su voz sonó a la vez compasiva y apremiante. —Si tienes un agravio, dímelo con calma; yo te ayudaré a desahogarte. —Lo de Mel ha sido demasiado; él no te valora en absoluto, y yo estoy tan indignada que ni puedo con ello. Para mí, aunque hayas terminado con él, yo igual... —Ejem, ejem, ejem. —Antonio la interrumpió—. Ya te estás pasando. Suspiró, y no pudo evitar también consolarla con afecto. —Caro, hija, tampoco te aflijas demasiado. Este mundo del espectáculo está lleno de verdades y mentiras; puede que no sea que él no aprecie tu cariño. El camino que ustedes han recorrido juntos no ha sido fácil, y lo justo sería sentarse a hablar bien las cosas. —Todos hemos visto cómo te ha tratado antes. Decir que te cuidaba como si temiera que te soltaras de su mano o que te deshicieras en su boca no sería exagerar. Sofía arrugó la frente ante esas palabras. —¿Y qué con lo de antes? Eso fue antes. Además, Caro es su novia, todo eso era lo mínimo que debía hacer. Y más aún con todo, ¿cuánto ha sufrido Caro estos años acompañándolo? Los demás no lo saben, ¿pero acaso Melchor no lo sabe? —Dices que en el mundo del espectáculo todo es un juego de verdades y mentiras, y no te lo discuto. Pero si Melchor hubiera regalado cualquier otra cosa, aún podría aceptarlo; lo que no puedo aceptar es que haya sido el rosario. ¿Acaso no sabes de dónde provino? En aquel entonces, Melchor solo pensaba en hacerse famoso y trabajaba sin descanso, hasta que terminó enfermo de gravedad, inconsciente y sin despertar. Caro lo cuidaba día y noche sin ver mejoría. Pedir aquel rosario fue una medida desesperada, pero era todo su corazón en un objeto. —¿Por qué permitir que él lo pisotee? —La última frase de Sofía salió cargada de indignación. Antonio guardó silencio; no había manera de rebatir esas palabras. Pero él también sabía que llegar hasta aquí, apoyándose mutuamente, no había sido nada fácil. Separar a dos personas que se aman es un pecado mayor que destruir un templo. Carolina, sentada al lado de Sofía, se sintió más aliviada después del llanto. Sacudió la cabeza, aún con los ojos húmedos. —Ya tengo muy clara la verdad de todo. Esta vez he venido a decirles que ya terminé con Melchor. De ahora en adelante, no tendremos más relación. —Espero que no se decepcionen de mí. Sofía apretó su mano un instante y, con más ternura aún, le dijo: —Caro, esto no es culpa tuya. ¿Cómo podríamos decepcionarnos de ti? Luego miró a Antonio. Aunque momentos antes había alentado la idea de la ruptura, solo lo había hecho en medio de la rabia. En el fondo, ella apoyaba la postura de Antonio: que debían hablar con calma. Querían a Caro y a Melchor de corazón, y siempre habían esperado verlos casados y con hijos. —Pero dime, Caro, ¿hablas en serio? Lo que dice Antonio tiene sentido, deberían conversar bien. Y si no hay remedio, yo y Antonio llamamos a Melchor, lo enfrentamos y le hacemos pedirte disculpas como corresponde. Pero no actúes por impulso; si por estas disputas terminan agotando el cariño y luego quieren arrepentirse, ya será tarde —añadió Sofía tras pensarlo un momento. Carolina negó suavemente con la cabeza. —Hoy vine porque lo he meditado mucho; esta ruptura no es un arrebato. Ya he pedido a la empresa que me cambien de su equipo. En adelante me encargaré de formar a nuevos talentos, y después me dedicaré a lo que realmente me gusta: la dirección y la fotografía. Así tampoco defraudo la confianza que don Antonio ha depositado en mí todos estos años. Antonio se quedó perplejo. Al principio había creído que era cosa de un impulso, pero no imaginaba que ya lo hubiera planeado con tanta claridad. Sofía guardó silencio un instante, apretó con más fuerza la mano de ella y, con la cara llena de compasión, dijo: —Sé que siempre has sido una mujer con tus propias ideas, pero tú y Melchor se han apoyado durante tantos años… En su corazón eres absolutamente irremplazable. Que ahora no lo entienda no significa que nunca lo entienda. ¿De verdad no quieres pensarlo otra vez? Ella alzó la mirada, y con expresión firme dijo: —Doña Sofía, yo no soy una enredadera; no vivo aferrada a un hombre. Y mucho menos estoy dispuesta a malgastar mi vida esperando a alguien incierto. Eso no tiene sentido alguno. —Pero lo amas tanto... ¿de veras puedes dejarlo ir? Aquellas palabras hicieron que Carolina saboreara un amargo regusto en la lengua. —Si él no me ama, entonces yo tampoco lo amo. Eso es justo. —Quizá las raíces sean difíciles de arrancar, pero poco a poco lograré extirparlas de mi corazón. Sofía contempló su mirada resuelta, con una sonrisa de admiración en los ojos. Siempre lo había sabido: Carolina parecía frágil, pero en realidad era más fuerte que nadie. Era como una flor que brota en el risco, erguida frente al viento, indoblegable y perseverante. Tanto ella como Antonio podían verlo con claridad: la decisión de Carolina estaba tomada, nada podía ya conmoverla. —Caro —dijo con sincera ternura hacia ella—, si en el futuro vuelves a sufrir agravios, no los cargues sola. Aunque Antonio y yo ya no nos ocupemos tanto de los asuntos del medio, todavía podemos decir unas cuantas palabras. Esas frases hicieron que los ojos de Carolina volvieran a enrojecerse; los agravios acumulados en estos dos años parecían querer desbordarse todos de una vez. Sofía la retuvo a comer, y siendo cauta, logró sonsacarle algunas palabras. Entonces supo que Melchor y Lilia habían crecido juntos desde pequeños. Cuando Carolina se marchó, la expresión de Sofía se ensombreció de inmediato. —No te enfades todavía. Tal vez esto sea un malentendido. Lilia le pidió a Melchor algo en el escenario delante de todos, y como existe cierto vínculo entre ellos, quizás él solo quiso evitar que ella perdiera la cara. —¿Ella necesita guardar las apariencias y Caro no? Si los de fuera se enteran de que esa pulsera fue un regalo de Caro, que Melchor la llevó consigo durante años sin quitársela y luego se la dio a Lilia, ¿qué pensarán entonces de Caro? —¿Acaso entre ellos tienen un vínculo y Melchor con Caro no? No me vengas con esos juegos de jóvenes, que haber crecido juntos vale más que un encuentro repentino. A mí lo que me indigna es ver a Melchor con el corazón dividido. Ahora mismo busca a alguien que investigue; quiero ver con mis propios ojos qué hay exactamente entre ellos. —Sofía hablaba cada vez más enfadada. Antonio no se atrevió a demorarse; enseguida hizo una llamada para averiguar la situación y entonces supo que, en estos dos años, Melchor había estado allanándole el camino a Lilia y ofreciéndole recursos. La cara de Sofía se volvió aún más sombría. —Yo pensaba que Melchor también era alguien capaz de cuidar a los suyos, por eso me quedaba tranquila dejando que Caro estuviera con él. Pero no esperaba que resultara ser tan falto de límites. Ya lo decía yo: con el cariño que Caro le tiene, no debía ser una sola cosa la que la llevara a perder la esperanza. —Y tú también, ¿cómo es posible que no investigaras esto antes? Hiciste que Caro sufriera tantas humillaciones. Antonio, agobiado por los reproches de Sofía, sentía realmente que era injusto para él, pero tampoco se atrevió a contradecirla. Sofía golpeó la mesa con fuerza. Era una veterana del mundo de la ópera, una artista de larga trayectoria, cultivada y serena desde hacía muchos años, y hacía mucho tiempo que no dejaba ver así sus emociones. —¡Ahora mismo llama a Melchor para que venga! Caro puede tragarse esta humillación, ¡pero yo no!

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