Capítulo 80
Cuando la camisa estuvo completamente empapada, hasta el punto de gotear, Melchor por fin se detuvo bajo aquel árbol de los deseos.
El árbol resultaba aún más sobrecogedor de lo que había imaginado.
Ese día soplaba viento, y las cintas que colgaban de las ramas se agitaban como si las divinidades hubieran descendido a inspeccionar los anhelos de los fieles, dejando que la fuerza de esos deseos bajara desde la cima de la montaña hasta el mundo de los mortales.
Pero Melchor no tenía ánimo para contemplarlo; permanecía de pie bajo el árbol, tambaleándose.
Murmuraba entre dientes: —El lado oeste del árbol de los deseos...
—La tablilla del lado oeste...
Allí, bajo las ramas, comenzó a buscar a tientas aquella que alguna vez le había pertenecido.
Lo primero que encontró fue la cinta en la que se había rogado por su seguridad; su mirada, apagada hasta ese momento, se iluminó de golpe.
La cinta, rasgada por Carolina, aún dejaba ver con claridad las palabras escritas sobre ella.
[Solo deseo que

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