Capítulo 807
Ella, como una forastera, tampoco tenía ganas de seguir hablando. Pidió unas cuantas raciones de comida a domicilio y, cuando llegaron, se las entregó todas a Lorena.
—Llévalas y entrégaselas al señor Pedro. Esta pastelería no vende al público, pero soy amiga de la dueña; como conoce la dirección de mi taller, aceptó enviarlas. Ella hace todo esto solo por entretenimiento.
Al ver los postres tan cuidadosamente empaquetados, los ojos de Lorena se iluminaron. —Gracias.
Subió al auto con las cajas en la mano y, recordando algo, preguntó: —Si hay novedades sobre esos dos, avísame.
Rosario permaneció inmóvil en su sitio y agitó la mano a modo de despedida.
Solo cuando Lorena se marchó, volvió la vista hacia atrás, donde desde hacía rato había alguien sentado.
—¿Hoy el señor Rubén está de tan buen humor?
Rubén se levantó despacio, con aire de no entender nada. —Rosario, qué casualidad.
Ella forzó una sonrisa que no alcanzó a sus ojos. ¿Casualidad? Aquello era su estudio, ¿qué hacía él allí o

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