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Capítulo 3

Marcos sentía que Regina estaba extraña aquel día. En el pasado, Regina solía mostrarse indiferente ante todo, con la mirada vacía y distante; pero esa vez parecía estar cargada de agresividad. Sin embargo, Marcos no tuvo tiempo de pensar: lo más importante en ese momento era el hijo que Fabiola llevaba en el vientre. Mientras lograra salvar a ese niño, Marcos podría volver sin problema al lado de Regina y poner fin a todo aquel disparate. —¡Regina, todo esto fue culpa mía por ser tan imprudente, lo reconozco! Pero ahora no es momento de reproches. Considéralo como una súplica: por favor, haz ahora que el doctor Raúl venga a atenderla. ¡La familia Gómez puede hacerlo! La amarga sonrisa en los labios de Regina no desapareció. En los tres años de matrimonio con Marcos, como no había podido concebir, siempre estuvo buscando infinidad de médicos y tratamientos por doquier, y en aquel entonces también había pensado en recurrir al doctor Raúl. Solo que las deudas de gratitud eran, en general, las más difíciles de saldar. En los años de decadencia de la familia Gómez, ya habían acumulado demasiadas. Regina comprendía a cabalidad a sus padres y, aunque deseaba con todas sus fuerzas tener un hijo con Marcos, nunca les pidió que recurrieran al doctor Raúl en busca de ayuda. Y todo eso Marcos lo sabía a la perfección. Regina había creído que la comprensión de Marcos hacia ella era ternura, cuidado, amor. Pero con tristeza comprendió que todo aquello había sido solo su propia ilusión. Ahora, por salvar al hijo en el vientre de Fabiola, Marcos la estaba arrinconando sin ningún tipo de consideración. Al notar el silencio prolongado de Regina, Marcos mostró cierta ansiedad. —Cuñada Regina, mientras logremos salvar al niño que Fabiola espera, lo de tu padre... ¡La familia Suárez sin duda alguna les conseguirá al mejor abogado! Sin querer, la sonrisa amarga se reflejó en los labios de Regina. Al mismo tiempo, en su garganta emergió un intenso amargor. Lo de Gonzalo, su padre, era algo por lo que Regina había suplicado a Marcos en más de una oportunidad. Y toda la familia Suárez siempre había respondido con evasivas. Ahora, solo por salvar al hijo de Fabiola, Marcos era capaz de recurrir a cualquier medio. Regina, mordiendo con rabia sus labios, dijo con dificultad: —¡Está bien! Regina llamó a Elena, y del otro lado se conectaron enseguida. Eso la hizo sentirse aún peor. Aunque la familia Gómez también atravesaba por una situación difícil, Elena tenía miedo que Regina no estuviera bien en la familia Suárez; y aunque resultara complicado, aceptó sin dudarlo. Incluso fingió fragilidad, consolando a Regina en lugar de preocuparse por sí misma. —Regina, cualquier cosa que suceda, no te preocupes cuéntala en casa, no tengas miedo de molestarnos. ¡Somos tus padres! Regina contuvo las lágrimas, temiendo que descubrieran su estado. Pero al despedirse, Elena percibió su voz diferente. —Regina, ¿qué te pasa? ¿Estás bien? —Preguntó con cierta preocupación. Regina apretó los labios y sonrió con dolor. —Mamá, no es nada, solo que me duele un poco el vientre, estoy en mi periodo. Colgó apresurada, sin mentirle a Elena. En efecto, estaba en su periodo, y el dolor agudo en el vientre la obligó a encogerse un rato en el suelo para tratar de aliviarlo un poco. Cuando logró incorporarse, todos a su alrededor la miraban con asombro. Ese día, Regina llevaba unos vaqueros azul claro, y las manchas de sangre ya se habían extendido en un lugar bastante embarazoso. Haciendo un gran esfuerzo, se apoyó en la pared y caminó a paso largo hacia el baño de mujeres del área de urgencias. Llamó entonces a Marcos. —¿Podrías traerme por favor algunos productos de higiene femenina y también un pantalón? Estoy en el baño de mujeres del piso de urgencias. Al otro lado, Marcos parecía no preocuparse por el problema embarazoso de Regina, sino que preguntó ansioso: —Fabiola se siente muy mal ahora, ¿qué dijo el doctor Raúl? ¿Aceptó? Regina pálida estuvo a punto de desmayarse del dolor; se apoyó con dificultad contra la pared del baño. —El doctor Raúl aceptó. ¿Ahora puedes traerme esas cosas? —La voz de Regina sonaba sumamente débil. Del teléfono llegó el lamento exagerado de Fabiola. —¡Cariño, me duele! ¡En verdad me duele demasiado! ¿Nuestro bebé no va a sobrevivir? ¡Entonces yo tampoco quiero vivir! Marcos colgó asustado, y antes de hacerlo alcanzó a decir: —Fabiola está muy alterada, no me vengas con estas pequeñeces, ¡búscate como pueda otra solución! Al mirar que la llamada estaba cortada, Regina dejó escapar una amarga sonrisa. Fabiola decía que tampoco quería vivir, ¿acaso todo lo relacionado con Regina ya se había convertido en una pequeñez? Pero los que en realidad no quieren vivir, no andan repitiéndolo. Como ella misma: en el mes en que creyó muerto a su esposo, ni siquiera tenía ánimo para hablar, mucho menos para exhibir por todo lado su dolor ante los demás. Regina recordó cuando recién conoció a Marcos. Tenía una piel muy sensible y era alérgica a numerosas marcas de productos femeninos; cada vez que estaba en su periodo, Marcos recorría varias tiendas buscando la marca poco común que ella podía usar. Ahora, con dolor y sentada en el inodoro, con el rostro pálido pero la mirada decidida, tomó el celular y llamó a Elena: —Mamá, confirmemos mi matrimonio lo antes posible.

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