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Capítulo 6

Al enterarse de que Fabiola estaba embarazada, Marcos se mostró tan emocionado que ni siquiera pudo dormir. ¡Esto era maravilloso! ¡Un verdadero milagro! Ahora, con tal de dejar un heredero para Gustavo, podría regresar al lado de Regina. Por precaución con el hijo que esperaba Fabiola, Sofía insistió con firmeza en que permaneciera hospitalizada, de modo que cualquier complicación pudiera ser atendida a la menor brevedad. Se notaba que Sofía anhelaba con toda el alma a ese niño en el vientre de Fabiola. Su expectativa era tan grande que resultaba arrogante y hasta algo jactanciosa. Todos los días, en la mesa, discutía con los sirvientes de la casa de los Suárez. —Preparen más de este plato, hay que reforzar la nutrición. Mi querida Fabiola seguro espera un varón; siempre dice que tiene hambre. Enseguida le llevaré esta sopa de pescado. Los cólicos de Regina eran intensos, y apenas había probado algo de comida cuando volvió a encogerse de dolor. Dejó los cubiertos a un lado. —Ustedes sigan comiendo, yo no puedo más. Al verla levantarse, Marcos preguntó con un tono preocupado: —¿Comiste tan poco y ya no quieres más? ¿Acaso no te gustó la comida? A Regina le dieron ganas de reír. ¿Ahora se acordaba de preocuparse por ella? Esto ya no tenía sentido. Los sirvientes, buscando congraciarse con Sofía, preparaban siempre platos salados y de sabor fuerte, imposibles de tolerar para Regina. Ella siempre había preferido lo ligero, sobre todo en esos días. Marcos lo sabía mejor que nadie, pero fingía ignorarlo para preguntarle si acaso no era de su gusto. A Regina le vino a la mente aquella frase: No hace daño, pero resulta algo insoportable y repugnante. Sí, es demasiado molesto. —Si puedes comer, entonces come tú un poco más. Después de decir estas palabras, Regina subió las escaleras sin mirar hacia atrás. En la mesa quedaron Marcos y Sofía, con gestos de disgusto. —Tch... Al ver que Fabiola está embarazada, se incomoda. Igual que un erizo, pincha a cualquiera que se le acerque. Cada vez muestra menos respeto por sus mayores. Sofía, mientras empaquetaba con sus propias manos la sopa de pescado para Fabiola, no dejaba de reprender una y otra vez a Regina y, al mismo tiempo, se deleitaba en la brillante idea de que, por fin, en la familia Suárez, con tan pocos descendientes, pronto nacería un niño. Su sonrisa era tan radiante que le marcaba más arrugas en el rostro. Marcos dejó los cubiertos, sin apetito alguno, y alzó la mirada hacia la escalera de caracol. La figura de Regina ya había desaparecido en la curva, y él permaneció muy pensativo. A medianoche, Regina había tomado un analgésico; cuando el efecto comenzó a adormecerla, escuchó un ruido furtivo en la puerta. De pronto la puerta se abrió, y una sombra negra se deslizó hacia adentro. Sobresaltada, recuperó la lucidez enseguida. Al mirar bien, era Marcos. Sostenía un vaso de agua con miel. A Regina nunca le había gustado, siempre le había parecido desagradable su sabor. Sin embargo, en cada periodo menstrual, él mismo se lo preparaba. Ella, conmovida porque un señorito tan acostumbrado al lujo se molestara en hacerlo, lo bebía siempre de un trago, tapándose la nariz. Ahora, al sentir ese penetrante olor, solo experimentó náusea. Marcos, atento, se sentó al borde de la cama con el vaso en la mano. Ese también había sido su dormitorio. Durante todo ese tiempo, ocupado en engendrar descendencia para Gustavo, había cambiado sus sentimientos hacia otra parte. Sin embargo, tanto la habitación como Regina le resultaban extraños. Ahora que Fabiola estaba internada, por fin podía venir a verla. —Regina, yo mismo preparé esta miel. Sé que estás en tu periodo, bébela, te hará sentir mejor. No dependas tanto de los analgésicos. Pero para Regina, la repentina cercanía de Marcos resultaba aún más molesta que aquel repugnante vaso de miel. Giró el rostro y dijo con frialdad: —Gustavo, este es mi dormitorio. ¿No crees que es inapropiado entrar tan tarde? Al ver su actitud distante, Marcos se sintió al instante dolido y ansioso. Con torpeza, le sujetó la mano. —Regina, escúchame... El contacto solo hizo que en la mente de Regina resonaran, una vez más, aquellos susurros y jadeos nocturnos que había escuchado la otra noche desde la habitación contigua. Sintió una profunda repulsión insoportable. Sacudió con fuerza la mano de Marcos. —¡No me toques! ¡Suéltame! Su resistencia lo alteró aún más. Ya sin cuidar el vaso que sostenía, se inclinó sobre ella. El aroma suave de jazmín que desprendía Regina lo desestabilizó un poco, y hasta su voz adquirió un tono ardiente y cautivador: —Regina, no seas tan fría conmigo... En medio del forcejeo, el vaso cayó al suelo haciendo así un estruendo. Y acto seguido, se escuchó un grito desgarrador: —¡Ah! Fabiola estaba en la puerta. Su voz rompió el silencio de la casa de los Suárez. —¡Regina, qué descaro! ¡Hasta con el hermano de tu esposo quieres acostarte! ¡Eres una mujer vil y despreciable!

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