Capítulo 3
Igualmente sorprendida estaba Ana.
—¡Jueza! ¿Qué hace aquí?
En ese momento, Silvia salió a explicar: —Señorita, esta es mi hija, ha venido a recogerme del trabajo.
A Patricia le costó reponerse, y se aferró con fuerza a la pequeña mano de Hugo.
El niño, al sentir dolor, gritó "mamá", lo que atrajo la atención de Ana.
—No me imaginaba que ya estuviera casada, ¡y hasta tiene un hijo tan grande...! —Ella se acercó con intención de acariciar la cabeza de Hugo, pero él se apartó, escondiéndose con detrás de Patricia.
—Señorita, el niño es muy tímido con los desconocidos, no se lo tome a mal.
Ana entrecerró los ojos y, sonriendo, miró a Hugo.
—Es muy lindo... y me resulta un poco familiar...
La respiración de Patricia se detuvo un instante. Se despidió con rapidez y se marchó con Silvia y Hugo.
En el tranvía, le resultaba imposible digerir lo que acababa de presenciar.
¡Marcos había hecho que Silvia trabajara como empleada para Ana!
"Villa Ana Estrella" y aquel jardín repleto de palmas eran la prueba del amor de Marcos por ella.
Y la que no tenía nombre ni lugar era ella, ¡él era muy cruel! ¡Qué crueldad tan grande, convertir a su propio hijo en un bastardo!
Todas aquellas promesas de amor eterno que él le había susurrado al oído no eran más que una marca de vergüenza grabada en su vida.
¿Qué le había dado él? ¿Un anillo barato? ¿Un matrimonio marcado por la distancia? ¿Cinco años de maltrato silencioso?
Ella aún había tenido la ingenuidad de culparse, de preguntarse si había hecho algo mal, si él soportaba demasiada presión económica, si la distancia había erosionado sus sentimientos.
Con sus ahorros de años había mantenido al niño, se había esforzado hasta convertirse en jueza y, cuando creía poder comenzar una nueva vida llena de ilusión, Marcos le propinaba un golpe demoledor.
Ella no era más que una ficha dentro del juego sentimental entre él y Ana.
¡Hasta la identidad que él le había contado era falsa!
...
Patricia, ocultando todo su dolor bajo una sonrisa forzada. Llevó a su familia a cenar a un restaurante.
Puerto Marfil era muy pequeño.
En Sabores del Alma, una camarera empujaba un carrito con novecientas noventa y nueve.
El sonido melodioso de un violín llenó el aire, seguido de gritos entusiastas en el restaurante.
—¡Brindemos todos para celebrar el sexto aniversario de bodas del Marcos y la señorita Ana!
¡Otra vez Ana!
Ella, como una pequeña princesa, se encontraba en el centro de la multitud. De espaldas, Marcos se arrodillaba; en su mano izquierda brillaba un anillo de boda de platino que hirió los ojos de Patricia.
Ese anillo hacía juego con el diamante que llevaba Ana en la mano, dejando a un lado la falsificación que ella llevaba puesta.
Su anillo había sido hecha a mano por Marcos, quien incluso había grabado una hilera de letras en el aro, asegurándole que significaban estar juntos toda la vida.
En aquel entonces, ella había cuidado mucho ese anillo, tratándolo como un tesoro. ¡Qué absurda ingenuidad!
Patricia, presa del pánico, intentó llevar a Silvia y a Hugo a otro lugar para cenar.
Pero no hubo tiempo: la declaración de Marcos resonó en todo el restaurante.
—¡Anita, te amaré por siempre, en esta vida jamás podrás librarte de mí!
—¡Marcos! Entonces me acompañarás toda la vida, ¿sí? —Ella mostró una sonrisa coqueta y feliz.
—Sí, solo estaré a tu lado, de nadie más...
El Brillo Eterno fue colocada en sus dedos. Él besó el dorso de su mano y luego la atrajo a su abrazo.
Silvia, atónita ante aquella escena, al ver además la mirada contenida de Patricia, la llevó indignada al baño.
—¡Paty! ¿Ese no era Marcos? ¿Cómo puede estar casado con otra? ¿¡Y esa mujer encima es mi jefa!?
Ella, con la mente hecha un caos, bajó la cabeza y lo confesó todo sin reservas.
Por suerte, su mamá ya había tomado su pastilla para la presión antes de venir, pero aun así la rabia le hacía temblar las manos.
—¡Él! ¿Cómo se atreve? ¡Voy a pedirle una explicación!
—¡Mamá! —Patricia la detuvo—. ¡Él es el jefe del Grupo Nexaris, no podemos enfrentarnos a él! Yo lo único que quiero es aguantar estos diez días y luego irnos, ¿sí?
Silvia, al ver las lágrimas en los ojos de su hija, solo pudo suspirar.
Cuando regresaron a la mesa, descubrieron que Hugo ya no estaba.
El corazón de Patricia volvió a encogerse; enseguida fue a preguntar a los camareros:
—Señora, ¿se refiere al niño tan lindo? Se fue con la señora Ana...
Patricia quedó pálida. —¡¿Qué?!
Ana se había encontrado con Hugo, que andaba perdido por el pasillo y le preguntó qué hacía allí.
Hugo arrugó la cara a punto de echarse a llorar.
—No encuentro a mi mamá... Señorita, ¿puede ayudarme a buscarla?
Ana le tomó la manita. —Claro, ven conmigo al reservado y llamamos a tu mamá, ¿sí?
El niño asintió y la siguió.
Ella, emocionada, empujó la puerta del reservado y lo presentó: —¡Marcos, mira! Me encontré a un niño, ¡y se parece a ti de pequeño!
Cuando él lo vio, sus pupilas se contrajeron. Los pocos amigos presentes que estaban al tanto guardaron silencio.
Hugo rompió aquella quietud; corrió dando zancadas hacia Marcos y, con una voz infantil le dijo:
—¡Papá!