Capítulo 357
Ya habían caído siete, quedaban diez.
El líder de los asesinos sintió de pronto una oleada de terror inexplicable. Miró incrédulo a Ángeles, pero bajo la luz de luna, vio que la figura esbelta de la joven permanecía inmóvil, con las manos detrás de la espalda. Su mirada era clara y su expresión, bastante tranquila.
No había ni un ápice de miedo, ni una pizca de nerviosismo en su semblante.
Incluso la manera en que los observaba era como si estuviera mirando a un grupo de cadáveres andantes.
El líder de los asesinos se sobresaltó demasiado. Había derramado la sangre de tantas personas, pero era la primera vez que una jovencita de diecinueve años lo hacía sentir que su corazón latía desbocado.
De inmediato gritó descontrolado: —¡Cuidado con su veneno! ¡¡Rodéenla, vamos!
Estos asesinos, que vivían lamiendo la sangre de sus dagas, no eran precisamente aficionados.
Aunque temían el polvo venenoso que llevaba Ángeles, sabían muy bien que al ser tantos, y mientras no se colocaran

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