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Capítulo 2

Sofía Díaz. Sofía era la nieta que el camarada de armas del abuelo de Lucía había confiado a la familia, una imitadora que soñaba con sustituir a Lucía. Desde el primer día en que llegó a la familia Suárez, en su alimentación, vestimenta, alojamiento, modo de vida, estilo de vestir e incluso la marca de las compresas, todo tenía que ser exactamente igual que en el caso de Lucía. Decía que, antes de morir, su abuelo la había confiado a la familia Suárez, y que ella era la segunda hija de la familia. Un grito desgarrador devolvió a una Lucía aturdida a la realidad. Al ver enrojecida la muñeca de Sofía, Ramón siempre frío y parco le agarró de un manotazo la mano a la madre del chico con una fuerza que parecía a punto de pulverizarle el hueso. La mujer soltó un alarido de dolor; en los ojos de Ramón no hubo siquiera una pizca de compasión; prácticamente rugió. —¿Quién te dio el valor de tocarla? Sus pupilas estaban teñidas de rojo; las venas del cuello se le marcaban con violencia. Su porte desbordado y su rostro crispado eran los de un auténtico vándalo. ¿Dónde había quedado la más mínima apariencia de calma y desapego? La madre del chico chilló: —¡Suélteme! ¡Llamé a la policía! ¡Ya vienen! ¡Haré que paguen conforme a la ley! Ramón soltó una risita despectiva. —Sigue soñando. Luego se volvió y chocó su mirada con la de Lucía. En aquel cruce instantáneo no hubo sorpresa, ni disculpa, ni el más mínimo deseo de explicar nada. Empujó con brusquedad a Lucía hacia el conductor. —Busca un abogado de Grupo Brisa y dile a la policía que fue ella quien golpeó a la gente. —Y respecto a esta mujer, denle una lección y luego ciérrenle la boca con dinero. Dicho eso, tiró de Sofía y se marchó. El conductor, al ver el rostro maquillado de Lucía transformado en el de Rosa, frunció el ceño con incomodidad. —Señora Guzmán… discúlpeme, por una riña solo son cinco días de detención administrativa. Usted… aguántese, pasará rápido. Pero Lucía ya no podía oír nada. Tenía la mente en blanco, y se quedó mirando, inmóvil, cómo Ramón subía a Sofía al auto. Junto a la puerta abierta, él se agachó. En aquellos ojos siempre tranquilos pasó una fugaz sombra de dolor y desconsuelo; una y otra vez frotó la piel enrojecida de Sofía, soplándole suavemente y besándola. —Perdóname; te hice pasar un mal rato. El calor que ella sentía en el pecho se hundió milímetro a milímetro en un pozo helado; un escalofrío le recorrió desde los pies hasta la coronilla. Ramón… ¿Sentía algo por Sofía? ¿Cómo se habían conocido? ¿Cuánto tiempo llevaban? ¿No se suponía que él no amaba a nadie? Ahora… ¿Cómo podía, por Sofía, entregarla él mismo al centro de detención? Después de todo, ahora ella no era la maquilladora Lucía. Llevaba el rostro de Rosa y la identidad de la hija del conglomerado Grupo RedNova. ¿¡Cómo se atrevía, Ramón!? Pero no tuvo oportunidad alguna de defenderse. El abogado de Grupo Brisa le dio una enorme suma de dinero a la madre del chico y, con el testimonio de la mujer y del conductor, Lucía fue arrojada sin contemplaciones al centro de detención. Aquellos cinco días fueron para ella más largos que toda una vida. Incontables dudas e interrogantes se enredaron en su mente, torturándola día y noche. Cuando terminó la detención y tuvo de nuevo el teléfono en la mano, Lucía marcó con desesperación el número de Rosa. Su voz estaba ronca hasta resultar irreconocible; los dedos no dejaban de temblarle. —¿Sabías de la existencia de Sofía? ¿Qué pasa entre ella y Ramón…? ¡Dímelo! Rosa guardó silencio dos segundos. —Te lo advertí desde el principio: este dinero no se gana fácil. En su día, Ramón se enamoró de Sofía a primera vista y se empeñó en casarse con ella, pero a la familia Guzmán lo que le gustaba como nuera era la heredera de un clan poderoso, Rosa, y jamás aceptarían que una mujer de origen desconocido como Sofía entrara en la familia. Justo entonces, Rosa sufrió un percance con el hombre con el que salía. Quedó embarazada, y aun así insistió en tener al hijo. Cuando la familia Ruiz se enteró, montó en cólera: jamás permitirían que un hombre de la familia Ruiz se casara entrando en la familia de la mujer, ni que el único linaje existiera como un hijo ilegítimo. Así fue como la familia Guzmán y los Ruiz llegaron a un acuerdo. Rosa se iría al extranjero a tener al bebé, mientras Ramón se quedaba en el país y, junto a Lucía, este sustituto, representaría ante los medios a una pareja amorosa. Un año después, cancelarían el compromiso por diferencias sentimentales. Ramón sería el padre nominal del hijo ilegítimo, blanqueando por completo su identidad. Ante los sustanciosos intereses de la familia Ruiz, la familia Guzmán ya no interferiría en la relación de Ramón con Sofía. La verdad desnuda fue como una cuchilla que atravesó con brutalidad el corazón de Lucía. Resulta que Ramón, desde el principio, sabía que ella no era Rosa. Resultaba que el afecto que le había mostrado solo era la farsa pública de una pareja enamorada, el inevitable compromiso que asumía por el futuro entre él y Sofía. Resultaba que alguien tan frío como él también podía perder el control. Solo que la persona que lo llevaba al descontrol no era ella, ni Rosa. Entonces, ¿qué significado habían tenido aquellas noches compartidas? ¿Y qué sentido tenían su culpa y su remordimiento? Lucía sintió que ella misma era una payasa desnuda arrojada al escenario, y que todo su orgullo y dignidad de una vida habían sido pulverizados bajo el silencio y las miradas ajenas. Lucía permaneció bajo la cortina de lluvia, contemplando la ciudad donde había echado raíces y luchado durante siete años; de pronto se sintió terriblemente sola. Apenas dudó antes de marcar el número de su padre. Las luces de neón de la noche se reflejaron en sus ojos apagados y, al escuchar la voz de su padre, Lucía no pudo evitar cubrirse el rostro y estallar en llanto. —Papá, quiero volver a casa…

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