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Capítulo 4

Después de desayunar, ambos fueron juntos a la empresa. A Liliana le desagradaba ir en el asiento del copiloto. Así que insistió en sentarse en la parte trasera. —Me mareo en el auto, atrás es más cómodo y puedo sentir el viento. Fernando no la presionó más. —Está bien, intentaré conducir lo más suave posible. Al llegar a la entrada de la empresa, él corrió para abrirle la puerta del auto. Cuando ella bajó, se volvió el centro de atención de los empleados que llegaban durante la hora pico. Unos cuantos ejecutivos incluso se acercaron a ella, intentando congraciarse. —¿Ya llegó la señora Liliana? El jefe Fernando siempre dice que a usted le gusta el café, enseguida le traigo uno. Otro añadió: —Yo me encargo de los bocadillos, sé que a la señora Liliana le encantan los pastelitos. Fernando los regañó en tono de broma. —Ya no le compren más, que Liliana ahora está un poco gordita. ¡Ni el anillo de bodas le queda ya! —Eso sí que no, jefe. La señora Liliana se ve muy delgada. Si el anillo no le queda, seguro es porque se encogió. —¡Venga ya! Presumir está bien, pero lo tuyo es demasiado descarado, ¿cuándo la plata se va a encoger? —Es que usted no entiende. El jefe Fernando quiere tanto a la señora Liliana que, con tal de que ella esté feliz, él también lo está. ¿No es así como todos tendremos un buen día? Fernando, sonriendo con paciencia, dijo: —Bueno, bueno, ya vieron cuál es mi punto débil. Todos soltaron una carcajada. Liliana prácticamente fue escoltada hasta la oficina de Fernando. Había frutas, bocadillos, café, de todo. Fernando incluso usó su computadora para ponerle una serie. —Liliana, tengo que ponerme a trabajar. Quédate aquí tranquila. Si necesitas algo, sólo dile a Nicolás que está afuera. Liliana preguntó adrede: —Y esa asistente tuya, ¿Natalia? ¿Por qué no la vi? Él respondió: —Ni idea. Ahora le pido a Recursos Humanos que la llamen para preguntar. Al salir, Fernando le acarició el cabello con ternura y le susurró: —Espera a que regrese, almorzaremos juntos. Se fue. Los ejecutivos también se retiraron. Liliana se dio cuenta que había dejado el teléfono sobre la mesa. Así que salió tras él, y justo alcanzó a oír la conversación de unos ejecutivos. —... ¿La azotea? El jefe Fernando y Natalia cada vez se atreven a más cosas. —No había de otra, ¿quién iba a saber que hoy su esposa vendría a la oficina? Tuvieron que buscar otro lugar. —¿Hoy también hay que llevarle condones al jefe? —No hace falta, cuando el jefe subió, vi que llevaba unas cajas de condones en el bolsillo. —Jajaja, ese Fernando sí que es tremendo, ¿compra condones incluso delante de la señora Liliana? —¡Eso se pide por delivery! Ahora con el delivery puedes pedir lo que sea. Liliana entendió todo. Resultó que las llamadas insistentes de la mañana eran del repartidor. Él había hecho el pedido desde tempranos. Por lo visto, estaba muy ansioso por la cita en la azotea de hoy, pues ya tenía los preparativos desde temprano. —... No sé si varias cajas serán suficientes. La última vez que el jefe y Natalia tuvieron sexo en el carro, se la pasaron todo un día y una noche. Al día siguiente, Natalia hasta caminaba raro. —Si no les alcanza, les llevamos más. Los subordinados estamos para servir bien al jefe. —¿Hace un momento no decías que tocaba atender bien a la señora Liliana? —Jajaja, ¿ella qué sabe? Con una taza de café y unos pastelitos se le alegra el día. Alguien como el jefe, con ese estatus y poder, ¿quién no tendría varias mujeres afuera? Si tiene dinero y poder, es normal que se divierta así. Mientras se engañe bien a la esposa en casa, no pasa nada. —Es cierto, ella parece muy inocente. No debe ser difícil ocultárselo. Justo estaban hablando, cuando apareció Fernando. —No digan tonterías delante de Liliana, ¿oyeron? Los ejecutivos asintieron obedientemente: —Entendido, jefe Fernando, lo tenemos claro. Uno de ellos preguntó: —¿Por qué trajo hoy a la señora Liliana, jefe Fernando? Usted y Natalia siempre tienen que irse a la azotea para hablar en privado, y nosotros también tenemos que andar con cuidado. Fernando lo miró de reojo. —Liliana es mi esposa. Si quiere venir, viene. ¿Hace falta que tú opines? —Sí, sí, claro... Fernando, con la cara seria, volvió a advertirles. —Cuídenla bien. Ayer comió algo que le cayó mal, así que no le den nada crudo ni frío. Y, sobre lo mío con Natalia, si alguien se atreve a comentárselo, se va de inmediato. ¿Entendieron? Los ejecutivos sonrieron y asintieron. Liliana no escuchó el resto de la conversación. Ella había regresado a la oficina de Fernando y dejó su teléfono entre el montón de comida. Luego Fernando entró. Seguía mostrando su actitud de caballero amable. —Mi golosa Liliana, ¿qué estás comiendo que te sabe tan bien? La expresión "mi golosa" le produjo a Liliana un escalofrío. Soportando el malestar le preguntó: —¿No estabas en una reunión? ¿Por qué volviste? —Dejé el celular aquí. ¿Lo has visto? Liliana negó con la cabeza. —No. Fernando buscó entre los bocadillos y encontró el teléfono. —Estaba aquí, entre los bocadillos. Bueno, sigue comiendo tranquila, yo me voy. Sonó una llamada… Esta vez fue el teléfono de Liliana. Ella contestó. —¿Hola, hablo con la señorita Carolina? —Sí, soy yo. —Señorita Carolina, le informamos que su boleto de avión hacia Noruega para la próxima semana ya ha sido emitido. El día del vuelo sólo debe traer su pasaporte para abordar. —Además del pasaporte, ¿necesito algún otro documento? —No, con el pasaporte es suficiente. —De acuerdo. Colgó la llamada y Fernando confundido le preguntó: —¿Pasaporte? ¿Para qué necesitas el pasaporte?

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