Capítulo 2
Renata tomó los documentos; estaba a punto de irse, pero la voz de Ramiro la dejó paralizada.
—Oh, por cierto, Sofía y Sergio no se sentían bien, así que los llevé al asilo de la familia Ríos.
—De verdad, Renata, ellos querían viajar al extranjero y tú tampoco me lo dijiste. Como yerno, yo también debería cumplir con mis deberes filiales.
Después de escuchar eso, Renata perdió el equilibrio.
Después de digerir la información, preguntó temblando: —¿Qué es lo que quieres para dejar en paz a mis padres?
Él apagó la colilla del cigarrillo en su mano y colocó su mano sobre la cabeza de Renata.
—Tranquila, cuando la operación termine, yo mismo atenderé a Sofía y a Sergio.
Sus palabras sonaron amistosas, pero mostraban una amenaza.
Renata se rio de sí misma; desde el principio hasta el final, nunca había pensado en evadir el trasplante de corazón. Entonces ¿por qué él tenía que hacer eso?
Luego añadió: —Reni, hay otra cosa en la que necesito tu ayuda.
Estaba a punto de preguntar de qué se trataba, pero una olla de fondue fue puesta frente a ella.
Ramiro explicó: —Isabel es muy terca. Le he pedido muchas veces que se mude a la villa y siempre se ha negado. Así que, solo puedo pedirte que te quemes la mano. Luego la invitaré para que cocine.
—Tú eres su salvadora; para devolverte el favor, ella vendrá.
Tras escuchar esto, los ojos de Renata se llenaron de sorpresa.
Jamás habría imaginado que esas palabras saldrían de su boca.
Él, que antes se preocupaba tanto por ella, estaba dispuesto a quemarle la mano por otra.
Renata miró la fondue burbujeante y gritó con todas sus fuerzas, negándose.
Sin embargo, él ordenó a los guardaespaldas que le pudieran la mano en el recipiente.
Mientras observaba la mano quemarse y escuchaba sus gritos desgarradores, permaneció impasible.
Cuando la mano quedó irreconocible, los guardaespaldas se detuvieron.
En ese momento, el corazón de Renata también se detuvo.
Al instante, el médico de la familia se acercó para vendarle la mano, mientras que Ramiro no mostraba preocupación alguna.
Al contrario, le tomó fotos y se dio la vuelta para llamar por teléfono a Isabel.
—Hola, Isabel, no te he mentido, Renata está herida... Ahora iré al hospital a buscarte.
Cuando se fue, los guardaespaldas se acercaron a ella.
—Señora Renata, el señor nos pidió que la escoltemos al hospital para hacer una tipificación para el corazón artificial y, de paso, revisar su salud.
Ella sonrió amargamente; la persona que la había herido era él, para qué fingir preocupación.
Sabía que no podía negarse. Así que, con la mano llena de heridas, fue al hospital.
Cuando regresó del hospital, Isabel estaba en la mansión.
Llevaba un vestido blanco. Su piel pálida le daba un aspecto delicado, provocando compasión en quien la viera.
Al ver a Renata, su tono fue firme, sin humildad ni arrogancia.
—Señora Renata, aunque usted me haya donado su corazón, eso no significa que yo esté dispuesta a ser plato de segunda mesa. Por favor, controle a su esposo, de lo contrario me mudaré ya mismo.
Esa mujer, que iba a recibir su corazón, le pedía que controlara a su esposo.
Renata sintió que ese matrimonio era un fracaso, un absoluto disparate.
Sin embargo, no dijo más. Regresó a su habitación para dormir; después de un día tan agotador, solo quería descansar.
Cuando volvió a abrir los ojos, se sentía aturdida.
Y al abrir la puerta de la habitación, descubrió que la mansión estaba llena de humo.
Al ver eso, se tapó la boca y la nariz para ir a la cocina. Descubrió que el gas estaba abierto, pero no había nadie.
Su corazón se enfrió. Si no se hubiera despertado a mitad del sueño, las consecuencias habrían sido graves. Incluso podría haber muerto.
Cuando cerró el gas, Isabel volvió del exterior.
Al verla, Renata, furiosa, le señaló la cocina.
—¿De verdad no tienes ni un poco de sentido común? ¿Sales después de cocinar y dejas el gas abierto? ¿Sabes que, si no lo descubría a tiempo, podría haber un accidente?
Ella, al escucharla, casi rompió a llorar de la impotencia. —Solo salí a comprar algunos ingredientes, no es tan grave como tú dices.
—Si no te agrado, me voy. No tienes que inventar excusas para humillarme.
Isabel tomó su bolso y salió corriendo de la mansión, solo para chocar con Ramiro.
—¿Qué pasa? ¿Quién te ha hecho daño?
Los ojos de Isabel estaban llenos de lágrimas. —Solo salí por unos minutos, y la señora me acusó de intento de asesinato.
—¡Ha insultado mi dignidad!
Él miró a Isabel con ojos llenos de compasión y le preguntó: —¿Qué necesitas para sentirte mejor?
Ella apretó los labios. —Solo intentaba cocinarle algo, aun así me culpa de esto. No quiero verla en los próximos días.
—De acuerdo. —Respondió con ternura.
Renata intentó explicarse con desesperación. —Ramiro, yo no la he acusado injustamente. Isabel salió sin cerrar el gas y casi me mata...
Pero Ramiro la interrumpió. —Aunque Isabel lo hubiera olvidado, qué importa. ¿Acaso no estás bien?
—Además, Isabel sigue siendo una paciente. Para agradecerte, ella te estuvo cocinando, ¿y tú ni siquiera puedes mostrar un poco de gratitud?
Dicho esto, llamó a los guardaespaldas.
—Enciérrenla en la habitación para que reflexione. ¡No puede salir hasta que termine su carta de autocrítica!
Después de eso, los guardaespaldas la empujaron a la fuerza dentro de la habitación.
Renata, viendo la puerta cerrada, se apoyó sin fuerzas contra ella.
La imagen de Ramiro protegiéndola de la puñalada cruzó por su mente.
Resultaba que aquel joven de ojos brillantes que solo la amaba había desaparecido.
Ella había creído que aún la amaba, pero esa idea le resultaba lo más ridículo del mundo.