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Capítulo 7

Cuando llegaron al hospital, la luz de la sala de emergencias se apagó y el médico, después de quitarse los guantes, miró a Ramiro. —Señor, ¿ya encontró al donante? La señorita Isabel ya está anestesiada, solo falta comenzar el trasplante. Ramiro de inmediato agarró la mano de Renata y dijo: —Doctor, ella es la donante, por favor, organice la operación ya. Pero Renata soltó un gemido de dolor. Él la miró extrañado, pues no había apretado con fuerza. ¿Por qué sentía dolor? Sin embargo, ante la prisa del médico, no pensó más en ello. Siguiendo las indicaciones del doctor, una enfermera la llevó a cambiarse y ponerse la bata de hospital. La ingresó a la sala de operaciones. Renata se tumbó en la cama del hospital y sintió mucha calma en su corazón. No sabía si esa operación pondría en peligro su vida. Solo sabía que, viva o muerta, después de esa operación estaría liberada. Después de haber soportado el tormento inhumano en ese centro, ya no se preocupaba. Solo deseaba estar lo más lejos posible de Ramiro, incluso si eso significaba la muerte; estaba dispuesta a aceptarlo. "¡Pum!" La luz de la sala de operaciones se encendió, lastimando sus ojos. Ella los cerró, resignada, aceptando la anestesia. A la mitad de la operación, escuchó la voz ansiosa del médico. —¡Señor, tenemos un problema, no hay suficiente sangre en el banco del hospital! ¡Las pacientes la necesitan urgente! —Soy del grupo O, puedo donar. —Respondió él sin dudarlo. Pasaron otros diez minutos y la voz del médico volvió a escucharse. —Señor, la sangre que usted donó solo alcanza para una persona... El corazón de Renata se hundió, pero al segundo siguiente escuchó: —Denle la sangre a Isabel. Su cuerpo es débil, no puede haber ningún fallo. Al oír su respuesta, las lágrimas de Renata comenzaron a deslizarse por sus mejillas. En su interior murmuró: —Ramiro, de lo que más me arrepiento en la vida es de haberte amado. La operación duró doce horas. Hasta el final, Renata sintió que su conciencia se volvía cada vez más difusa. Junto a ella, escuchó la voz preocupada del médico: —¿Señora Renata? Señora Renata, ¿se encuentra bien? Quiso responder, pero no pudo abrir la boca por más que lo intentó. Sin embargo, su mente permanecía clara; en un momento, innumerables recuerdos de ella con Ramiro pasaron por su mente. La escena de la primera vez que él le confesó su amor. Cuando él cayó al suelo, protegiéndola de la puñalada. La escena en la que él decía que solo la amaría a ella. Hasta que solo quedaban los recuerdos del daño que él le causó y los de su traición. Imágenes de él apuñalándola una y otra vez en su corazón. El médico se dio cuenta de que no lo iba a lograr. Intentó reanimarla una y otra vez. Pero el ritmo del monitor cardíaco se volvía cada vez más débil. Cuando ya no había esperanza, se acercó a su oído y preguntó: —Señora, ¿qué últimas palabras desea dejarle al señor? Yo se las transmitiré. Ella reunió todas las fuerzas que le quedaban y débilmente pronunció: —Te odio. "Bip..." El monitor cardíaco se detuvo. Murió en el mismo año en que su esposo la traicionó. En el momento de su muerte, el último pensamiento de Renata fue que había muerto. Ramiro, si existe otra vida, no quiero volver a encontrarte.

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