Capítulo 9
Nuria abrió mucho los ojos: —¿No te da miedo que te escuche?
—¿Y si me oye qué? —Dijo Patricia, indiferente. —A los hombres les das un poco de dulzura y ya te lo dan todo.
Rosa, desde la esquina, sintió de pronto una curiosidad feroz, ¿cómo reaccionaría José si oyera eso?
¿El orgulloso José, si supiera que lo consideran solo un repuesto, qué haría?
"José, esta es la persona por la que te juegas la vida."
Soltó una sonrisa irónica, se dio la vuelta y se fue sin hacer ruido, sin interrumpir a Patricia.
Al salir del club, Rosa fue directamente al cementerio.
Se arrodilló ante la tumba de Teresa y limpió con cuidado el polvo de la foto.
—Mamá, voy a casarme con Carlos. Es un vegetal, pero está bien, al menos no va a serte infiel.
El viento movió los crisantemos blancos ante la lápida, como si le respondiera en silencio.
—Tranquila, yo no seré como tú. —Susurró, pasando los dedos por la piedra. —Amarlo tanto como para dar la vida por él, eso es una tontería. Yo voy a vivir bien, de verdad.
El cielo empezó a oscurecer. Rosa se puso de pie, echó una última mirada a la foto de Teresa y se marchó.
Al regresar, pasó toda la noche preparando su equipaje.
Ropa, joyas, álbumes de fotos...
Fue guardando cada cosa con esmero, decidida a no volver nunca más.
Con las primeras luces del día, su teléfono vibró.
【Abono recibido: 1 mil millones de dólares】
Inmediatamente, llamó Miguel: —La familia Ruiz está presionando. Hoy tienes que salir, el dinero ya lo tienes. En cuanto a José...
—Lo mandaré a Casa Navarro. —Lo interrumpió Rosa. —Desde hoy será el guardaespaldas de Patricia. Yo no lo quiero.
Miguel guardó silencio unos segundos, y de pronto suavizó la voz: —Yo siempre he querido mucho a ti y a Teresa.
—Antes solo pensaba que eras un inmoral. —Rosa sonrió. —Ahora veo que eres, de verdad, repugnante.
Colgó y bloqueó su número.
La empresa de mudanzas ya había llegado.
Mientras Rosa supervisaba la carga de maletas, José salió de su habitación.
—¿Qué pasa aquí? —Frunció el ceño al ver tantas cajas.
—Me mudo. —Respondió Rosa sin levantar la vista. —Voy a vivir a otro sitio.
José asintió, sin imaginar que ella se marchaba de Sierraclara para mudarse a Altarreal.
—Te ayudo.
—No hace falta. —Por fin lo miró. —Tienes otra tarea.
—¿Qué tarea?
—Ahora ve y compra unas castañas asadas, llévaselas a Patricia.
José se quedó perplejo: —¿Por qué?
—Ya lo sabrás cuando llegues.
Su nuez se movió, y en sus ojos se asomó un atisbo de duda.
Pero el deseo de ver a Patricia fue más fuerte que cualquier recelo.
José pareció recordar algo más: —Cuando te mudes, mándame la nueva dirección. Iré luego a recoger mis cosas.
Un guardaespaldas de 24 horas debía vivir y comer junto a ella, garantizando siempre su seguridad.
Era lo que establecía su contrato.
Pero esta vez, Rosa no respondió.
José esperó un momento; al ver que no contestaba, pensó que tal vez le escribiría más tarde, y se marchó.
Al llegar a la puerta, oyó a Rosa murmurar algo.
—¿Qué has dicho? —Preguntó, volviendo la cabeza.
Rosa, bañada por la luz del amanecer, respondió en voz baja: —Nada, vete ya.
Solo cuando su figura desapareció por completo, Rosa subió al carro y le dijo al chofer: —Al aeropuerto.
El paisaje pasaba veloz tras la ventanilla. Rosa sacó su tarjeta SIM, la partió en dos con un clic.
—Crac.
La tiró por la ventana.
Y, así, desapareció de verdad.