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Capítulo 10

Tras quince horas, el avión aterrizó. Cuando pisé tierra extranjera, todavía me sentí un poco aturdida. Resultó que para dejar atrás a Alberto solo hacían falta quince horas. Guiada por los subordinados, caminé hacia el auto que había venido a recogerme. Apenas me acerqué, una mano larga y esbelta, con el tatuaje del emblema de la familia Ruiz, abrió la puerta desde dentro. Un hombre de facciones afiladas y porte atractivo se apoyaba en el interior del vehículo. Cuando nuestras miradas se cruzaron, instintivamente lo llamé en voz alta. —Tío. Jamás habría imaginado que quien vendría a buscarme sería Pablo Ruiz. Él era el hijo adoptivo de mi abuelo materno y también el compañero con el que había crecido. Aquel año, cuando mi padre me echó de casa, él estaba en el extranjero, ocupado buscando médicos eminentes para mi abuelo. Para cuando recibió la noticia y regresó apresuradamente, yo ya me había enamorado de Alberto. Entonces intentó aconsejarme, diciéndome que Alberto no era buena pers

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