Capítulo 3
Resultó que diez años después, en su mundo, ella no era más que una persona irrelevante.
Pero hubo un tiempo en que todo lo relacionado con ella, incluso aquellos pequeños hábitos que ella misma ya había olvidado, o los deseos casuales que había mencionado al pasar, Alejandro los guardaba firmemente en su corazón.
Ella se reía de su memoria prodigiosa, y él, en cambio, la abrazaba contra su pecho, frotaba con pereza y ternura su barbilla sobre la coronilla de su cabello, y decía con seriedad: "Nuri, de ti no quiero olvidar absolutamente nada".
Nadie supo cuánto tiempo pasó hasta que, finalmente, el alboroto en el exterior se apaciguó.
La puerta de la habitación se abrió suavemente. Alejandro entró con la cara aún marcada por una leve ira no disipada y una evidente culpa.
Se acercó a la cama, se sentó con cautela y trató de tomar la mano de Nuria, la que no tenía la vía puesta, pero ella la retiró con un leve movimiento.
Su mano quedó suspendida en el aire, y su mirada se ensombreció.
—Nuri, lo siento. —Su voz sonó ronca, cargada de remordimiento—. De verdad no sabía que te pasaría algo... Yo en ese momento... en ese momento, solo tenía miedo de que a Sara realmente le pasará una desgracia. Al fin y al cabo, fuimos compañeros de clase, y si llegaba a morir alguien, sería terrible. También temía que si tú lo sabías pensarías demasiado y te enfadarías, así que inventé lo de ir a comprar refresco... No pensé que...
Se disculpó una y otra vez, repitiendo con insistencia: —No volverá a pasar, Nuri, te lo prometo. Nunca más dejaré que algo así ocurra. ¡Confía en mí!
Nuria lo escuchó en silencio, mientras en su pecho aquella zona helada y entumecida comenzaba a doler.
Ella estaba a punto de irse, a un lugar donde él no estaría. Sus promesas ya no tenían ningún significado para ella.
Por eso permaneció callada, con los ojos cerrados, como si estuviera dormida.
Durante los días siguientes, Alejandro prácticamente no se separó de la habitación de Nuria. Le daba de beber agua, pelaba manzanas, y torpemente intentaba hacerla reír.
Pero el Alejandro de veintiocho años aparecía como un fantasma de vez en cuando, alegando con palabras frías y cortantes: —Alejandro, piénsalo bien. Sara es la mujer que amarás en el futuro. Ella se torció el tobillo y está sola en el hospital. No deberías perder el tiempo aquí. Nuria tiene enfermeras que la atienden, pero Sara solo te tiene a ti. Si ahora eres indiferente con ella, en el futuro te arrepentirás.
Cada vez, Alejandro lo echaba con brusquedad. —Te lo repito por última vez: a quien quiero es a Nuri. ¿Qué Sara no tiene quien la cuide? ¡Perfecto! Le contrataré a la mejor cuidadora, tres si hace falta, ¿suficiente? ¿Ahora puedes callarte?
Sin embargo, aunque sus palabras eran firmes, al caer la tarde, mientras miraba el cielo oscurecerse tras la ventana, no podía evitar sentirse inquieto.
Al final, siempre terminaba acercándose a Nuria con disculpa y vacilación. —Nuri... sigo un poco intranquilo por cómo está Sara. Solo iré a echar un vistazo, a confirmar que está bien, y regresaré enseguida. Espérame.
Pero esa vez que se fue... nunca volvió.
Hasta medianoche, cuando el teléfono de Nuria se iluminó con un mensaje del Alejandro de veintiocho años.
—Nuria, acepta la realidad. El Alejandro de dentro de diez años está destinado a pertenecer a Sara. Ríndete, y concédele a la Sara de dieciocho años el favor de dejarme estar con ella. No quiero perder ni un solo minuto a su lado.
Cada palabra era como una aguja que se clavaba en el corazón de Nuria.
¿Entonces todas las risas compartidas, los recuerdos y los pequeños momentos acumulados en más de diez años, ante ese supuesto "destino", no eran más que polvo insignificante? ¿Nada que valiera la pena?
Después llegó otro video.
En él, Alejandro estaba sentado junto a la cama de Sara, pelándole con cuidado una mandarina, incluso quitando con paciencia los hilos blancos de la pulpa.
Sara, con tono de niña mimada, dijo: —Alejandro, ¿y si Nuria se enfada porque me cuidas?
Los movimientos de Alejandro se detuvieron un instante, pero enseguida respondió con naturalidad: —Nuri es muy bondadosa, no se enfadará.
Nuria miró la pantalla, con el corazón encogiéndose de dolor.
Sí, ella era realmente "bondadosa".
Tan bondadosa que se retiraría por voluntad propia, para dejarlo cumplir su destino.
El día del alta, después de haber desaparecido casi toda la jornada, Alejandro llegó apresuradamente con la cara marcada por el cansancio y la culpa.
—Nuri, lo siento, estos días la situación de Sara estuvo un poco complicada y no pude librarme. Has adelgazado mucho... Ven, te llevaré a comer algo rico, para que recuperes fuerzas.
Mientras hablaba, el Alejandro de veintiocho años apareció también, sosteniendo a una Sara aún con aire frágil y delicado.
—¿Ustedes van a comer? —Arqueó una ceja—. Perfecto, vamos juntos. Sara también tiene hambre.
Alejandro frunció las cejas, apretó los labios como queriendo negarse, pero al ver la mirada tímida de Sara, al final no dijo nada y lo aceptó en silencio.
En el restaurante, Alejandro tomó el menú y, sin pensarlo demasiado, pidió una larga lista de platos, todos los favoritos de Nuria.
El Alejandro de veintiocho años golpeó la mesa con descontento. —¿Cómo puedes pedir solo cosas que a Sara no le gustan?
—No sé qué le gusta a ella —replicó Alejandro con fastidio.
El Alejandro de veintiocho años soltó una risa fría, le arrebató el menú y ordenó con fluidez varios platos ligeros. Luego colocó la pantalla de su teléfono frente a Alejandro. —Mira bien. Esto es lo que a Sara le gusta, lo que comerá en el futuro.
Sara abrió los ojos sorprendida. —¿Cómo sabes que me gustan estas cosas?
El Alejandro de veintiocho años giró enseguida la cabeza hacia ella, con la mirada colmada de un amor incondicional. —Te lo dije, soy el Alejandro de diez años después. En ese tiempo, te amo más que a nada en el mundo.
—¡Basta! —Interrumpió Alejandro con voz fría. Tomó de inmediato la mano de Nuria y, con urgencia, le declaró su lealtad—: ¡Nuri! No escuches sus tonterías. No importa cómo sea el futuro, ahora mismo a quien quiero es solo a ti. ¡De verdad!
El Alejandro de veintiocho años pareció enfurecerse, y exclamó con dureza: —¿De qué sirve lo que dices ahora? Lo tuyo con ella no es más que una novedad pasajera. A Sara la amarás toda tu vida. ¡La querrás tanto, que cruzarás la ciudad de madrugada solo para comprarle un peluche porque te dijo que no podía dormir! ¡Recorrerás la ciudad entera para comprarle la sopa que le gusta! ¡Cuando enferme, desearás sufrir tú en su lugar! Todo eso lo harás por ella. Y esta persona a la que ahora proteges, en el futuro, le romperás el corazón por Sara.
Mientras hablaba, volvió a abrir las notas de su teléfono y se las puso delante a Alejandro. —¡Mira bien! ¡Recuérdalo! Estos son todos los gustos y prohibiciones de Sara.
Alejandro miró aquella lista interminable de notas, luego volvió la vista hacia la pálida y frágil Sara a su lado. Guardó silencio. Su mirada se tornó compleja, y hasta llegó a repasar esas notas con cierta atención.