Capítulo 20
La mirada de Manuel se quedó clavada en Sara, ávida, devorando cada centímetro de su figura.
Ignoró por completo la existencia de Juan; en sus ojos solo estaba ella.
Avanzó tambaleándose unos pasos, la garganta se le contrajo con fuerza y emitió un sonido ronco, quebrado, casi irreconocible.
—Sara...
Solo dos sílabas, pero parecieron agotar todas sus fuerzas, cargadas de un dolor y un temblor indescriptibles.
Ella inhaló profundamente, obligándose a reprimir el torbellino de emociones que amenazaba con desbordarla.
Levantó la mano y presionó con suavidad el brazo de Juan, indicándole que no interviniera.
Luego miró a Manuel con una calma tan profunda como la de un lago en otoño, sin permitir que se agitara la más mínima onda.
—No deberías haber venido aquí.
Su voz fue baja, pero llevaba una distancia inquebrantable. —Vete, ya no hay nada que decir entre nosotros.
—No... ¡No me voy!
Manuel sacudió la cabeza con brusquedad, dio unos pasos más hacia adelante, casi cruzando aquella fronter

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