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Capítulo 5

Cuando Rosa volvió a despertar, ya estaba acostada en una cama de hospital. Bruno estaba sentado junto a la cama, trabajando en su computadora portátil. Como si lo hubiera presentido, levantó la mirada hacia Rosa. Cuando sus miradas se cruzaron, Bruno soltó un suspiro casi imperceptible, aunque su voz seguía siendo tan fría y dura como siempre. —¿Qué tal se siente ser intimidada? —Recuerda bien esta lección. La próxima vez, no molestes a Nancy. Rosa desvió la mirada en silencio, y una lágrima se deslizó silenciosamente por la comisura de su ojo. Antes, ella había considerado a Bruno su salvador. Pero ahora, ¿en qué se diferenciaban las acciones de ese hombre de las de quienes la habían acosado? Bruno observó a la chica en la cama, callada y sin decir una palabra. No sabía por qué, pero se sentía incómodo. Ella había dañado a Nancy por celos; merecía estar así. Entonces, ¿por qué al verla llorar le nacía una punzada de compasión? En ese momento, una joven enfermera abrió la puerta: —Señor Bruno, el aire acondicionado del cuarto de la señorita Nancy se ha dañado... Bruno hizo mala cara: —Si está averiado, mándenlo a reparar. ¿Hace falta avisarme por eso? —Ya lo reportamos, pero el técnico tardará una hora en llegar. La señorita Nancy sigue diciendo que tiene frío, y el hospital no tiene otra habitación disponible para ella... Al oír aquello, Bruno se levantó de inmediato. —¿Qué clase de hospital es este? ¿Un simple aire acondicionado tarda tanto en arreglarse? —dijo con el ceño profundamente fruncido—. Nancy está delicada, no puede exponerse al frío. Hagan que Rosa se cambie a ese cuarto y traigan a Nancy a esta habitación. —Eso no está bien... —La joven enfermera miró a Rosa, dudosa. Rosa era alérgica al chile, y le habían hecho tragar una gran cantidad de agua con picante. Aunque ya estaba fuera de peligro, su esófago y la mucosa gástrica estaban gravemente quemados; un descuido podría ponerla nuevamente en riesgo. Nancy, en cambio, solo había comido un trozo de pastel con nueces; bastarían unas cuantas inyecciones de desensibilización para que se recuperara. Pero a los ojos de Bruno, todo el sufrimiento de Rosa parecía no valer nada... —¿Qué esperas? Si Nancy se resfría, este hospital puede ir despidiéndose de su reputación. Con esas palabras, la enfermera no tuvo más remedio que obedecer. Pronto, Rosa fue trasladada al cuarto de Nancy. Bruno fue a acompañar a Nancy, y Rosa se quedó sola en la amplia habitación, mirando al vacío. Al recordar todo lo que había vivido últimamente, no pudo contener sus emociones, y las lágrimas brotaron sin control. Lloró y lloró, hasta que un escalofrío la recorrió. Siguiendo aquella sensación helada, descubrió con horror que el aire acondicionado estaba encendido, expulsando una corriente constante de aire frío. En un instante, comprendió todo. Nancy había fingido que el aire acondicionado estaba roto, solo para cambiarla de cuarto y dejarla sufrir el frío. A medida que la temperatura bajaba, Rosa sintió cómo el hielo se le metía hasta los huesos; los dientes le castañeteaban sin control. Intentó pedir ayuda, pero su garganta inflamada no emitía sonido alguno. Buscó el botón de llamada, pero estaba débil y sin fuerza; apenas levantó el brazo unos segundos antes de que cayera de nuevo. Rosa perdió toda esperanza. Solo pudo acurrucarse, intentando conservar el último rastro de calor. No sabía cuánto tiempo había pasado hasta que por fin alguien la encontró, olvidada en aquel infierno helado. Sin embargo, cuando logró abrir los ojos con esfuerzo, lo primero que vio fue la expresión de Nancy, llena de regocijo. —Rosa, mírate —dijo Nancy con burla—, ¿en qué te diferencias ahora de un perro callejero? —Bruno hizo todo esto para vengarme. Ahora todos tienen tus fotos siendo humillada; todos se ríen de ti. —Ah, por cierto —añadió con una sonrisa torcida—, hace un momento una productora de cine porno me contactó. Preguntaban si querías ser la protagonista de su próxima película. ¡Jajajaja! Nancy se reía mientras hablaba. Cuando por fin se cansó de reír, agarró bruscamente el brazo de Rosa y apretó con fuerza justo donde las heridas estaban más infectadas. La sangre salpicó, y Rosa sintió que estaba a punto de perder el conocimiento. —Así que ahora ya deberías entender a quién ama él realmente, ¿no? —Si tienes algo de sentido común, admite que tu madre fue una amante y desaparece de mi vista. ¡Tu cara me da asco! La luz en los ojos de Rosa se apagó, reemplazada por una muerte silenciosa. ¿Desaparecer? Sí, desaparecería. Pronto partiría hacia un país lejano, sin mirar nunca atrás.

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