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Capítulo 3

Apenas Martina terminó de hablar, Elisa sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No alcanzó a reaccionar cuando Martina le sujetó la muñeca con brusquedad y la arrastró hacia el centro de la calle. El chirrido estridente de los frenos resonó de golpe, y Elisa alzó la cabeza, aterrada, viendo un auto deportivo fuera de control abalanzarse sobre ellas. El tiempo pareció alargarse indefinidamente en ese instante. Elisa vio con total claridad a Simón correr desde la acera de enfrente, con las pupilas contraídas y una expresión de pánico como nunca antes en su cara. —¡Martina! En el preciso momento en que todo estaba a punto de estallar, Simón extendió la mano sin dudar y tiró de Martina, apartándola de un tirón hacia un lugar seguro. Y Elisa… —¡Pum! Se oyó un golpe sordo. Su cuerpo salió despedido como una cometa a la que se le hubiera roto el hilo y cayó pesadamente a casi diez metros de distancia, en un charco de sangre. El dolor la invadió de inmediato; sintió que todos sus órganos habían sido brutalmente desplazados por el impacto. La sangre le brotó por la comisura de los labios, la visión comenzó a nublarse, pero aun así, hizo el esfuerzo de levantar la cabeza. No muy lejos, Simón abrazaba con fuerza a una Martina aún temblorosa, dándole suaves palmadas en la espalda mientras murmuraba: —Ya pasó, ya pasó, estoy aquí… En el último segundo antes de que la oscuridad consumiera su conciencia, Elisa recordó con confusión aquella vez, a los dieciocho años, cuando tuvo fiebre de 39 grados y Simón también la sostuvo así, velando por ella toda la noche sin pegar un ojo… ¿Cómo había cambiado todo? Cuando volvió en sí, Elisa descubrió que estaba en un hospital. Abrió los ojos con dificultad y vio a Simón sentado junto a la cama. Al verla despertar, su frente profundamente arrugada pareció relajarse apenas, pero enseguida volvió a endurecerse con una frialdad helada. —¿Qué querías de Martina? —Su voz sonó tan fría como el hielo—. Ya estoy manteniendo la distancia con ella, tal como deseabas. ¿Por qué sigues interfiriendo en su vida? Las pupilas de Elisa se contrajeron de golpe. Jamás habría imaginado que, después de sobrevivir de milagro, la primera frase de Simón no fuera de preocupación, sino un reproche. La garganta le ardía como si la hubieran lijado: —¿Tu manera de mantener distancia… es ir a su boda a interrumpirla? Simón se tensó visiblemente y su mirada se volvió gélida de inmediato. —¿Me estuviste investigando? —Los padres de Martina la obligaban a casarse con un hombre diez años mayor. Ya le fallé una vez; no podía quedarme mirando cómo saltaba al abismo. Su voz se hacía cada vez más fuerte, hasta casi convertirse en un gruñido. —¿También vas a reprocharme por algo así? ¿De verdad no tienes ni un poco de empatía? Elisa aferró con fuerza la sábana, hundiendo las uñas en la palma. Así que, para él, sus preguntas eran mezquindad. Su dolor, falta de empatía. —Si te importa tanto ella… —La voz de Elisa salió tan ronca que apenas se reconocía—. ¿Por qué no lo dijiste…? La frase encendió la ira reprimida de Simón como una chispa. —¿Y qué habría cambiado si lo hubiera dicho? —Se inclinó de golpe, apoyando ambas manos a los lados de la cama y encerrándola en un espacio mínimo—. ¿Acaso no fuiste tú quien me forzó a elegir? —Eli, hemos estado juntos tantos años… Lo que querías, te lo daba; nunca te he fallado. —Sus ojos estaban enrojecidos y la voz le temblaba—. Solo necesitaba un poco de espacio, solo estuve perdido por un momento, ¡pero volví enseguida al camino! ¿Y tú? Me presionaste sin descanso, aferrándote a Martina como si no fueras a soltarla jamás. ¿Quieres volverme loco? Las lágrimas de Elisa por fin se desbordaron. Quiso preguntarle si ya había olvidado que, cuando tenían cuatro años, él le ofreció una piruleta y le dijo que quería que fuera su esposa. Que, a los catorce, declaró ante todo el colegio que Elisa era suya y prohibió a los demás chicos acercarse. Que, a los dieciocho, bajo un cielo lleno de fuegos artificiales, le confesó: —Eli, me gustas… Pero ahora, todo se reducía a que ella lo estaba volviendo loco. Se mordió el labio hasta hacerse daño, el pecho subía y bajaba con violencia mientras luchaba por no dejar escapar ni un sollozo. La ira que ardía en el corazón de Simón se apagó de golpe al ver sus ojos. Relajó las manos tensas, presionó el entrecejo y apartó la mirada para no seguir observándola. —Sé que no tienes seguridad, pero yo sé lo que hago y mantendré la distancia. Ya que he vuelto a la familia, de ahora en adelante solo la trataré como a una amiga más a la que cuidaré un poco, no haré nada fuera de lugar. Confía en mí esta vez, ¿sí? Elisa sabía que, cuando él hablaba con ese tono, significaba que su paciencia había llegado al límite. Discutir más no serviría de nada; solo empeoraría las cosas y la haría sentirse aún peor. Así que no quiso seguir torturándose y cerró los ojos con cansancio. El ambiente en la habitación empezó a recuperar la calma, y Simón creyó que ella había aceptado sus palabras, así que decidió contarle la sorpresa que había preparado. —¿No decías siempre que querías ver la aurora boreal? Ya hice los planes del viaje. En nuestro tercer aniversario de bodas te llevaré a Miraflores. Pídeme el regalo que quieras, yo te lo compraré. Elisa sonrió, y la sonrisa le dolió en el corazón. Su matrimonio era una farsa; ¿de dónde iba a salir un aniversario? Estaba a punto de hablar cuando el teléfono de Simón sonó. Él miró la pantalla y se levantó enseguida, dejando una frase antes de marcharse. —Descansa bien. Voy a la empresa a una reunión. Si necesitas algo, llámame y vendré de inmediato. Elisa alcanzó a ver el nombre de Martina y supo que él la había vuelto a engañar. Pero, para ella, eso ya no tenía importancia. De todos modos, solo quedaban unos días antes de que se fuera. A partir de entonces, lo que Simón hiciera o a quién quisiera ya no tendría nada que ver con ella.

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