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Capítulo 3

Desde el punto de vista de Percival. Me disponía a comer cuando empezó a sonar mi teléfono. Esbocé una sonrisa cuando vi que era una llamada de Violet. "Mi prometido se ha casado hoy. ¿Tengo que felicitarlo?", saludó con sarcasmo. "Ah, por favor, cariño. Ya hemos hablado de esto". "¿Debería preocuparme por ella?" "Tú y yo nos tenemos confianza, Violet. Es lo único que importa. No tienes que preocuparte por nada". "Ponla en el altavoz, quiero conversar con ella", espetó mi abuela con entusiasmo. Justo cuando hacía eso, Austin lanzó un grito. "Han sido meses sin saber de ti, Violet. Te echo de menos". "Ah. Yo también te echo de menos. Háblame de la chica, ¿es guapa?" Por un momento, cerré los ojos. Otra vez con lo mismo. "No lo es y haré lo necesario para que siga siendo fea", contestó la abuela. Sí, mi abuela fue siempre así. Menospreciaba y despreciaba a la gente de bajos recursos. "¿Ha comido algo?", le pregunté a mi abuela, la cual negó con la cabeza. Parpadeé un par de veces, sin poder creerlo. "Ella no es una esclava aquí. Si la tratamos mal, ¿cómo pretendemos que coopere delante del señor Ronald?" "De acuerdo, que alguien le envíe comida de forma regular, pero no tiene permitido comer en esta mesa. Tal vez te esté ayudando durante un año, sin embargo, no debe olvidar su lugar". "Hola... Sigo aquí", esa era Violet al otro lado de la llamada. "Lo lamento, nena", agarré mi teléfono y salí del comedor para charlar con ella en privado. Desearía tanto que ya fuera mi esposa. No me gustaba nada tener que aguantar a otra mujer durante un año. ... Desde el punto de vista de Regina. Al día siguiente. Nadie trajo mis cosas. Nadie. Había hecho un montón de peticiones para que me enviaran mis cosas, pero fueron totalmente ignoradas. Hace dos días que me instalé en esta casa. Desde la noche en que solo pude verle la espalda, no volví a encontrarme con mi esposo. Era frustrante estar en la habitación todo el día. "¿Cómo se supone que me daré una ducha sin mi ropa?", susurré. Caminé en dirección al cuarto de baño, donde a lo mejor ya estaba todo preparado para mí. Había dos baños en la habitación, pero supuse que uno era suyo y el otro mío. Sin darle importancia, abrí los dos baños para saber cuál era más grande. Desde luego, ese sería el suyo. Me di cuenta de cuál era el suyo porque uno tenía dos albornoces que sin duda le pertenecían y el otro no tenía ni uno. Ni siquiera tenía jabón. "Esto es el colmo...", me atreví solo a susurrar mi condena. Así que tuve que entrar al baño que era de mi "esposo" y darme un buen baño con su gel de ducha. Pero como no tenía albornoz ni pijama, me vi obligada a secar mi ropa limpia con una secadora de cabello y volver a ponerme la vestimenta húmeda. Luego de bañarme, me dirigí de nuevo a la puerta de mi habitación. Hasta ahora no había podido salir de aquí. Esta mañana tuvieron el tino de traerme el desayuno, pero hicieron que me lo comiera en el cuarto. Si seguía así, me iba a volver loca. "Sí podía salir, ¿cierto? Únicamente me comentó que no me acercara a él, no que me quedara encerrada", me puse de pie y me dirigí lentamente hacia la puerta. El lugar era incluso más magnífico de lo que imaginaba, con cada azulejo reluciente. Se notaba lo adinerados que eran... Cuando estuve por salir de la habitación, ¡una mano me agarró! "¡Ah!", grité sin poder contenerme. Al levantar la vista, vi a un hombre que me sonreía. Su cabello era rubio oscuro, pero tenía muy buen aspecto. ¿Acaso era mi esposo? No podía recordar que tuviese el cabello así. Aunque anoche la habitación estaba un poco oscura, así que no estaba segura de cuál era su color de cabello. "Y la abuela mencionó que no eras guapa. No creo que sepa lo que significa esa palabra". ¿Abuela? Seguramente se estaba refiriendo a la señora Katherine. Entonces, ¿él era mi esposo? "Ven, aún no se te permite salir de la habitación", susurró él. "Eres... Mmm, no sé si debo preguntar, pero siento curiosidad. ¿Eres mi esposo?" Volvimos a la habitación y asintió sonriente. "Sí", creí que mi misterioso esposo sería alguien difícil de tratar, una persona con la que me daría miedo hablar, pero ahora parecía muy amigable. "Eres preciosa", añadió, y se acercó más a mí. Parpadeé ante su comentario. ¿A qué se debía ese repentino cambio en la expresión de su rostro? "¡Ve a la cama, mi linda esposa!", ordenó. La señora Katherine había hecho hincapié en que la intimidad no formaba parte de esto. Me alejé de él, y negué con la cabeza, asustada. "No…" "No te asustes. Esto te gustará", me susurró. "Ah...", Cuando intenté huir junto a él, me retuvo y me lanzó sobre la cama. ¡No! ¡No así!

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