Capítulo 37
—Si tu hermana realmente no sabe comportarse, mejor déjala en casa, enséñale más, no la dejes salir. Es como un perro rabioso que muerde a la gente.
Diego lanzó una mirada fría a Alejandro, con una curva sarcástica en la comisura de los labios.
Al escuchar eso, la cara de Alejandro se ensombreció al instante y apretó los puños sin darse cuenta.
Pero sabía que no podía ofender a Diego. Inspiró hondo, esforzándose por reprimir la ira que sentía en su interior, y su voz sonó baja y helada.
—Sí, señor. Tiene razón, señor Diego.
Él y María dejaron de prestarle atención.
Diego la abrazó y se marchó.
Alejandro observó sus espaldas y un sentimiento indescriptible de amargura lo invadió.
Diego notó que el cuerpo de María estaba un poco rígido. Bajó la cabeza para mirarla, con una mirada que mezclaba ternura y determinación. —No te preocupes, estoy aquí. Si algo no te resulta cómodo, puedo hacer que alguien vuelva a golpearla, para desahogarte un poco.
Al oír eso, María no pudo evitar sonreír. —

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