Capítulo 2
Julia palideció; jamás se le habría ocurrido que su sucio plan sería descubierto tan rápido.
Incluso sabía con total claridad dónde estaba escondido el collar.
Lanzó una mirada furtiva a Luz, que no había hecho bien su trabajo, y se agachó con rapidez para recoger el collar, mirándolo con sumo aprecio.
—Menos mal que apareció.
—Ignacio, ya te dije que no fue Camila. Esta tarde discutí con ella y, sin querer, caí a la piscina; seguro fue en ese momento cuando lo perdí. Luego la empleada lo encontró y no quiso entregarlo, y por eso acusé injustamente a Camila.
Julia sabía muy bien cómo hablar, y enseguida le adjudicó un nuevo delito.
Como era de esperar, el rostro de Ignacio, que antes mostraba una expresión complicada, se llenó de furia de nuevo.
—Camila, tú sabías que Julia no sabía nadar y aun así la empujaste a la piscina. ¿No puedes tolerarla? ¿No es así? ¿Acaso querías que muriera?
Javier también exclamó enojado: —Aunque nos equivocamos al culparte, jamás pensé que tuvieras un corazón tan malvado.
Laura lo negó, decepcionada. —Camila, me has decepcionado demasiado.
En su vida anterior, aquellas palabras todavía habrían hecho que se sintiera triste y herida.
Pero en esta vida, ya no.
Sonrió con sarcasmo
—Si ustedes insisten en decir que la empujé, entonces, la próxima vez que no lo haga, sería una pérdida para mí.
Javier se puso lívido de la rabia. —¡Eres una completa desagradecida! ¿Cómo pudimos tener una hija como tú?
—¿Hija? Cuando me acusaban de forma injusta, ¿por qué no decían que yo era su hija? —replicó Camila con burla.
—Camila, ¿cómo puedes hablar así? —Julia adoptó al instante una expresión de estar herida—. Es evidente que fuiste tú quien empezó...
—Julia, ¿te parece divertido?
Camila la interrumpió con frialdad. —Actúas tan mal que, por favor, deja de hacerlo frente a mí.
Laura se enojó. —Camila, al fin y al cabo, somos una familia. Pídele disculpas a tu hermana y demos por terminado este asunto bochornoso.
—¿Una familia?
Repitió Camila, con la voz impregnada de ironía.
—¿Una familia que solo le organiza a ella una fiesta de cumpleaños mientras a mí me desecha en el cuarto de trastos?
—¿Una familia que me acusa sin averiguar la verdad y, aun sabiendo que no tengo la culpa, me obliga a disculparme?
Al ver a esos familiares que siempre favorecían a la otra, Camila soltó una risa despectiva y ya no sintió el menor apego.
Dicho eso, se dio la vuelta y entró en la casa, cerrando la puerta de un portazo.
Los que estaban afuera se quedaron con una expresión de incredulidad.
Era la primera vez, desde que Camila había regresado a la familia Gutiérrez, que se comportaba de manera tan caprichosa. Ni siquiera les mostraba algo de respeto.
—¡Una muchacha de campo, realmente vulgar!
—¡Parece una loca, no razona!
Todos se marcharon con el rostro serio.
Al cerrar la puerta, Camila sintió que por fin el mundo quedaba en silencio.
Su mirada escaneo aquel cuarto deteriorado, sin provocar la menor emoción en su interior.
Un año antes, cuando recién había sido traída de vuelta por la familia Gutiérrez, la habían llevado a aquel cuarto sucio y desordenado.
Ellos dijeron: —Acabas de llegar del campo, no conoces muchas reglas. En esta casa siempre vienen invitados; por ahora vivirás aquí. No te acerques al patio delantero para no hacer el ridículo. Cuando aprendas las normas de una familia rica, anunciaremos tu identidad.
Pero ella esperó cinco largos años para eso, hasta que fue enviada al manicomio y torturada hasta la muerte, sin recibir nunca el reconocimiento de su familia.
Incluso ese mediodía, atraída por el bullicio del patio delantero, no pudo evitar acercarse con curiosidad a la fiesta de mayoría de edad de Julia.
Fue entonces cuando la reprendieron con frialdad. —¿Quién te dejó salir? ¡Qué vergüenza para la familia! ¡Vuelve enseguida!
Apenas se dio la vuelta, oyó cómo sus familiares más cercanos explicaban a los invitados: —Es solo una criada que acaba de llegar a la casa y no conoce las reglas, no le presten atención.
Su habitación, además de ser fría y estrecha, no tenía nada.
El tragaluz roto dejaba que el viento helado entrara sin piedad alguna; la ropa, aún húmeda, se pegaba a su cuerpo, haciendo que el frío le calara hasta los huesos.
Pero para la familia Gutiérrez aquello era invisible; incluso si lo veían, preferían mejor ignorarlo.
Curiosamente, ese tragaluz se había roto una semana antes, cuando Julia de manera intencional lo golpeó con una pelota de béisbol.
—Perdóname, Camila, estaba jugando béisbol y no apunté bien; no te asusté, ¿verdad?
—Voy a mandar a alguien a que lo cambie enseguida. Escuché que el clima se pondrá cada vez más frío; no podemos dejar que te enfermes.
Pero el vidrio nunca fue reemplazado.
En toda la familia Gutiérrez, jamás nadie había valorado su existencia.
—¿Qué hay para añorar en un "hogar" así?
Camila recogió enseguida sus cosas, decidida a dejar aquel lugar asfixiante.
Aunque llevaba un año viviendo en ese lugar, sus pertenencias eran pocas.
Solo tenía unas cuantas prendas desgastadas y algunos libros de estudio, todos comprados con el dinero que ganaba en trabajos a medio tiempo.
Sus supuestos familiares, con la excusa de "quitarle el mal hábito de la vida fácil", le daban apenas quinientos dólares de mesada al mes.
Ese dinero no alcanzaba ni para sus gastos escolares, por lo que tenía que trabajar para poder sobrevivir.
Mientras tanto, Julia tenía una tarjeta bancaria que Bruno le había dado y podía gastar miles de millones en cualquier momento.
Una vez hecho el equipaje, tomó la maleta y se dispuso a salir.
Toda la familia estaba en la sala, acompañando a Julia mientras abría entusiasmadamente sus regalos, soltando algunas carcajadas de vez en cuando.
Ellos sí parecían una verdadera familia, mientras que ella no era más que una intrusa.
Por eso nadie notó que salía por la puerta lateral.
Pero apenas dio un paso afuera, una figura alta y erguida le bloqueó el camino.
—Camila, ¿a dónde crees que vas?
Era Bruno, el hijo mayor de la familia Gutiérrez, estaba enojado.
Camila no tenía intención alguna de dirigirle una palabra amable, y mucho menos de detenerse.
—Apártate.