Webfic
Abra la aplicación Webfix para leer más contenido increíbles

Capítulo 1

A Isabel Sánchez su prometido, con quien había crecido desde la infancia, la rechazó en la boda, convirtiéndola en el gran hazmerreír del momento. Cuando ya no tenía salida, fue Eduardo Martínez quien dio un paso al frente, le tomó la mano y dijo: —¿Considerarías cambiar de esposo? Dame también a mí la oportunidad de protegerte. Isabel, dócil y tímida, parecía llevar una vida marcada por reglas preestablecidas; que le anularan unilateralmente el compromiso había sido la mayor de las sorpresas que había sufrido. Eduardo había aparecido como caído del cielo: alguien por fin había detenido sus lágrimas y también había logrado que ella asintiera con seriedad. Pero la familia Martínez era una de las más conocidas de Valmora; sus principios eran estrictos y rigurosos. Para que la esposa legítima ingresara en la casa debía superar "tres pruebas". La primera consistía en verificar, mediante adivinación, si eran compatibles. El resultado, sin embargo, indicó que no lo eran; Isabel se convirtió así en una persona "desafortunada que traería infortunio al marido". Eduardo, no obstante, no hizo caso de nada; incluso se rebeló por primera vez contra su madre por ella. Aunque lo castigaron a arrodillarse en la iglesia y soportar noventa y nueve azotes de advertencia, él no cedió ni un paso. Isabel se había sentido desgarrada al ver los moretones violáceos en su cuerpo. La segunda prueba consistía en comprobar si era virgen, para lo cual debía despojarse de toda su ropa y ser examinada personalmente por alguien designado. Cuando Eduardo lo supo, se arrodilló ante ella con los ojos enrojecidos. —Isa, lo siento… Soy yo quien te ha hecho sufrir… Isabel no tuvo corazón para seguir viéndolo en esa situación. Aunque sabía que, debido a un accidente en su infancia, tenía una parte de su cuerpo desgarrada, aun así, aceptó aquella condición humillante. Con tal de pasar la prueba, acudió sola al hospital para someterse a una cirugía de reparación. Tendida en la fría camilla, apretó los dientes y soportó una vergüenza imposible de describir. Cuando Isabel superó aquella "inspección" que podía considerarse una afrenta, Elena Pérez finalmente accedió. Ella se alegró muchísimo, pues la tercera prueba solo consistía en comprobar si "ambos se amaban mutuamente", y estaban seguros de que la superarían. Isabel, ansiosa por compartir la buena noticia, corrió hacia la empresa con rapidez. Pero cuando empujó la puerta de la oficina, no había nadie dentro. La mirada de Isabel recorrió el lugar, y en el televisor colgado en la pared vio pasar fugazmente una silueta. Era Eduardo. En la pantalla se estaba transmitiendo en directo el escenario del salón de bodas más exclusivo de Valmora. Isabel hizo memoria y se dio cuenta de que no había oído a Eduardo mencionar que algún amigo suyo fuera a casarse. Cuando, llevando consigo aquella duda, se apresuró hacia el lugar de la boda, el color de su cara se desvaneció con rapidez. En el altar, el novio y la novia eran precisamente Francisco Pérez y Rosa Gómez. En aquella boda de antes, Francisco, que había crecido junto a ella, la había abandonado por Rosa, y ahora los dos estaban juntos. El fotógrafo que sostenía la cámara en alto al final de la multitud no era otro que Eduardo. Ella avanzó hacia él con el cuerpo rígido, pero a pocos pasos, alcanzó a oírlo hablar en voz baja y con un tono de ternura extrema. —Rosa, verte casarte con la persona que amas, de verdad me alegra mucho. —No te preocupes, yo encontraré la manera de casarme con Isabel. Aunque no sienta nada por ella, por ti estoy dispuesto a usar el matrimonio para mantenerla atrapada de por vida. —A partir de ahora, nadie volverá a molestarte; tienes que ser feliz. Al escuchar las palabras de Eduardo, Isabel casi no podía creer lo que oía. Un zumbido mareante le estalló en los oídos; se tapó la boca con fuerza, con las uñas clavándose profundamente en las palmas. ¿Cómo habría podido imaginar que lo que realmente los había atrapado era la tercera prueba? El Eduardo de antes no hablaba mucho, pero era sumamente atento. Daba rodeos solo para comprarle el desayuno de aquel pequeño local que a ella más le gustaba. Acertaba siempre a traerle una taza de infusión tibia justo antes de que le viniera la regla. E incluso, aquel bolso al que ella solo le había echado un par de miradas de más, aparecía al día siguiente sobre su escritorio. Él y Francisco eran personas distintas. Francisco siempre llevaba el amor en la boca, mientras que Eduardo nunca lo expresaba con palabras: simplemente actuaba en silencio. El corazón de Isabel se había ido calentando poco a poco con aquel cariño silencioso. En una cena tiempo después, Eduardo apartó de la forma más natural la cebolleta de su cuenco, una por una. La mano con la que Isabel sostenía los palillos se detuvo en seco, y al fin no pudo contenerse y preguntó: —¿Cómo sabes que no como cebolleta? Nunca te lo he dicho. Eduardo solo curvó los labios en una sonrisa; su perfil apuesto se veía especialmente suave bajo la luz. Ante sus insistentes preguntas, Eduardo terminó por rendirse estrepitosamente. Le acarició la cabeza con cariño mimado y dijo: —Isa no es tan tonta, después de todo. Isabel se enrojeció en silencio bajo el calor que le subía hasta la cabeza. Resultaba que no había sido algo caído del cielo, sino un plan cuidadosamente trazado desde hacía tiempo. Ella había caído por completo en aquella suave conspiración. Pero no fue hasta hoy que supo por qué se le había acercado, incluso desafiando la oposición de su familia. Todo había sido, en realidad, para allanar el camino de la felicidad de Rosa. En el fondo, él y Francisco eran iguales. A quien habían amado, desde el principio y hasta el final, había sido siempre y solo Rosa.
Capítulo anterior
1/22Siguiente capítulo

© Webfic, todos los derechos reservados

DIANZHONG TECHNOLOGY SINGAPORE PTE. LTD.