Capítulo 26
Era Paola.
Mauricio estaba sentado en el despacho, sumido en la penumbra. Al ver en la pantalla a aquella mujer demacrada y casi irreconocible, su mirada no se alteró en absoluto.
Hizo una seña para que la dejaran pasar.
Paola entró tambaleándose en el despacho, cayó de rodillas y, entre sollozos, se arrastró hasta los pies de Mauricio.
Entre sollozos y gritos, con la voz ronca y áspera, ella suplicó: —Mauricio, sé que me equivoqué. Te lo ruego, déjame vivir. Por lo que alguna vez hubo entre nosotros, dame una oportunidad.
—¡Ahora estoy completamente arruinada! Perdí el trabajo, me quedé sin dinero, y todos me evitan como si fuera una peste. ¡De verdad no puedo seguir viviendo así!
Mauricio bajó la mirada hacia la mujer desparramada en el suelo. En sus ojos no había asco ni ira, solo una frialdad absoluta, la misma con la que se mira a un muerto.
Habló despacio, con la voz áspera, afilada por un frío cortante: —¿Entre tú y yo, alguna vez hubo algo?
El cuerpo de Paola se estremeció. Alz

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