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Capítulo 48

María sintió como si un rayo la hubiera golpeado de lleno. Miró a Alejandro con incredulidad. Desde que había despertado a los sentimientos, toda su juventud, toda su vida, solo habían tenido a Alejandro. Y ahora él lo negaba todo, diciendo que su amor no era más que una actuación falsa. Sintió cómo toda la sangre y la fuerza se le vaciaban del cuerpo. Diego tenía el rostro perdido, murmurando para sí: —No puede ser... Esa mirada de la niña... ¿Cómo podría haberla confundido? ¿Cómo...? Alejandro no respondió a Diego. Su voz bajó varios tonos: —José, ayuda a abuelo Diego a volver a su habitación a descansar. José se inclinó: —Sí, señor Alejandro. Cuando José ayudó a Diego, tambaleante, a retirarse, el anciano parecía un cuerpo del que se hubiera escapado el último hilo de aliento, sin una sola chispa de energía. Cuando el alboroto terminó, Alejandro se volvió, rodeó con el brazo a Carmen cuyo rostro había palidecido ligeramente y la tranquilizó: —Carmen, tranquila. Aunque abuelo Diego l

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