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Capítulo 3

Apenas Eugenio se fue, sonó el timbre de la puerta. Julieta abrió y una mujer estaba justo de pie en la entrada, con una caja de postres delicados en la mano. —Hola, soy Elena, la misma Elena que te mandó mensajes. Elena sonrió con dulzura, pero con un matiz desafiante: —Últimamente, Eugenio me ha cuidado con gran esmero, así que preparé unos postres para agradecerle. Cuando uno llega a una casa, es invitado, ¿no me vas a rechazar, verdad? Sin esperar la respuesta de Julieta, ya había entrado por su cuenta y comenzó a curiosear a su antojo. Al pasar por el jardín, Elena se detuvo en seco: —Estas rosas son mi variedad favorita, no pensé que Eugenio siguiera cultivándolas. Los dedos de Julieta temblaron de rabia. Recordaba que Eugenio cuidaba personalmente esas flores cada mañana, nunca permitía que nadie más lo ayudara con su cuidado. Ella siempre había creído que era un simple gusto por la jardinería. Junto al estanque, unas tortugas tomaban el sol perezosamente. —¡Ah, todavía están vivas! —Exclamó Elena con alegría: —Las crie cuando era niña, pero cuando me fui del país, dejé de ocuparme de ellas. Pensé que ya estarían muertas. Julieta recordó la constancia y el esmero con la que Eugenio alimentaba a esas tortugas todos los días, y sintió una profunda opresión en el pecho. En la sala, la mirada de Elena recorrió uno a uno los muñecos en la vitrina: —Estas son mis colecciones favoritas. Luego echó un vistazo a su alrededor: —El estilo de los muebles también es el minimalista que me gusta. Julieta la seguía perpleja, y cada paso le resultaba como caminar sobre cuchillas. Aquella casa en la que había vivido tan feliz durante dos años, de repente se volvió extrañamente ajena. En el dormitorio, Elena acarició con dulzura las corbatas y trajes en el armario: —Todos estos son regalos que le di. Me sorprende que los conserve tan bien. Julieta recordó la escena cotidiana de planchar con sumo cuidado esas prendas con sus propias manos, sintió como si algo le obstruyera la garganta. Resultaba que él no le permitía tocar esas cosas, no por una manía de limpieza, sino porque todo era huella de Elena. Finalmente, Elena se detuvo frente a su foto de boda. —Qué coincidencia tan grande. —Sonrió con sarcasmo ladeando la cabeza: —Eugenio y yo alguna vez hablamos de que queríamos hacer tres sesiones de fotos de boda, con los temas de desierto, océano y bosque. No pensé que ustedes también eligieran precisamente esos tres. El rostro de Julieta palideció al instante. Cuando tomaron las fotos de boda, Eugenio insistió en esos tres temas. Ella había creído que era por el gusto romántico de él por la naturaleza. —¿Qué haces aquí? La voz de Eugenio sonó sorprendida desde la puerta. Entró a paso largo, con el semblante serio. Elena enseguida adoptó una sonrisa dulce: —Hice unos postres y vine a traerte una porción. Tu esposa me invitó muy amablemente a entrar como huésped, incluso dijo que me quedara a cenar. El ceño de Eugenio se relajó un poco y se volteó hacia Julieta: —Ella es Elena, mi vecina, desde pequeños fuimos como hermanos. Se fue al extranjero hace tiempo y recién regresó, por eso no la habías visto antes. Julieta lo miró en absoluto silencio. "¿Vecina?" "¿Como hermanos?" "Había ocultado muy bien la verdadera relación entre ellos." Y Elena también siguió con la actuación: —Sí, Eugenio siempre cuidó de mí. Cuando era niña y era muy selectiva con la comida, él aprendió a cocinar especialmente para mí. Las costillitas de cerdo, el pescado al vapor, la carne salteada... todo eso era lo que más me gustaba. Julieta apretó furiosa los dedos en la palma de la mano. Esos eran exactamente los platos que Eugenio solía preparar. Ella había creído con ingenuidad que era porque a ella le gustaban. No pudo forzar una sonrisa, así que puso como excusa que no se sentía bien y subió enseguida al piso de arriba. Pero al poco rato, Elena entró tocando la puerta con una taza de medicina en las manos. —Eugenio preparó un remedio para proteger el embarazo, me pidió que te lo trajera. —Sonreía de forma inofensiva: —Tómalo mientras esté caliente. Julieta recibió a regañadientes la taza, el olor amargo de la medicina era penetrante. —Por cierto... —Elena preguntó de pronto: —¿No me digas que el nombre de su bebé también será Julián Díaz si es niño, y Teresa Díaz si es niña? Esos eran los nombres que yo había decidido con Eugenio hace tiempo. La mano de Julieta tembló furiosa y por poco se le cayó la taza de medicina. Estos dos nombres eran precisamente los que Eugenio eligió cuando ella recibió la noticia de su embarazo. "¿Así que hasta a nuestros hijos tiene que usarlos para recordar a Elena?" De pronto, Julieta sintió un dolor agudo y violento en el corazón, antes de poder reaccionar... —¡Ay! Elena, de repente, "de manera accidental" volcó la bandeja con la medicina, y el líquido hirviendo cayó sobre el brazo de Julieta, que enseguida se enrojeció y se llenó de ampollas. Julieta aspiró aire entre dientes por el dolor, sin tiempo para prestar atención a las estúpidas disculpas de Elena. Con el rostro pálido, se preparó para bajar a buscar la pomada. Pero justo cuando pasaba por la escalera, alguien la empujó con fuerza por la espalda. —¡Ah! Acto seguido Julieta cayó rodando por las escaleras, golpeando de forma pesada el suelo de la planta baja. La sangre comenzó a extenderse bajo su cuerpo, tiñendo de rojo la alfombra color beige. Y al instante, Elena también rodó escaleras abajo. En la cocina, Eugenio estaba a punto de abrir la nevera cuando oyó el ruido y salió corriendo asustado. Al ver la escena, sus pupilas se contrajeron en un abrir y cerrar los ojos —¡Elena! —Corrió a sostener a la tambaleante Elena y revisó ansioso su tobillo: —¿Estás bien? —Yo... estoy bien. —Respondió Elena débilmente: —Date prisa y mira a Julieta... Fue entonces cuando Eugenio miró hacia Julieta, que yacía en el charco de sangre. Pero de pronto, Elena "se desmayó" en sus brazos. —¡Elena! Su voz, por lo general calmada, estaba llena de urgencia. Tomó a Elena en brazos y salió a toda prisa, sin volver a mirar a Julieta. Julieta observó sus figuras alejándose, mientras la conciencia se le iba nublando. En el último instante antes de perderse en la oscuridad, le pareció ver que la puerta de la nevera estaba entreabierta, mostrando la esquina de la caja que contenía el "regalo"... Cuando volvió en sí, la luz blanca y cegadora la hizo entrecerrar los ojos con cierta molestia. El médico la estaba examinando, y Eugenio se encontraba justo a un lado, con el rostro tenso. —¿Cómo está el niño? —Le preguntó Eugenio al médico. El médico, sorprendido, levantó la cabeza y le informó: —¿El niño? ¿No fue ya interrumpido el embarazo de la señorita Julieta hace tiempo?

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