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Capítulo 4

Freya —Freya —me llamó el señor Agnes, el profesor de matemáticas, con su estricta voz de siempre mientras entregaba los exámenes de la semana pasada—, ven, por favor. Inmediatamente supe que había reprobado, la verdad es que nunca se me había dado las clases de ciencias. No sabía cómo había terminado en estas, con todo lo que pasaba en mi vida, sentía que a veces simplemente era una espectadora más de mi vida. A este paso, solo estaba esperando a que Julian creciera para poder dejarlo todo. Me acerqué agachando el rostro y el profesor me entregó mi examen con una expresión severa. —Tendrás que hacer una asignación extra si quieres aprobar el curso y graduarte, Freya —me dijo mientras veía el reprobado en el papel.  Bueno, no había nada que podía hacer ahora, así que asentí para hacerle saber al profesor que lo había escuchado. No quería hablar porque todavía me dolía el rostro, pero parece ser que el no responderle, lo molestó.  —¡Pequeñaja desagradecida! Estoy tratando de ayudarte y ni siquiera puedes comportarte adecuadamente —me gritó mientras me tiraba el fajo de papeles que le quedaban por entregar a la cara. Me estremecí con el golpe, adolorida y bajé la cabeza. —Lo siento, profesor... —Cállate —me volvió a gritar—. Recoge los papeles y regresa a tu lugar. Luego de clases te quedas. —Sí, señor —respondí mientras me agachaba para recoger los exámenes. Los ordené con cuidado y los dejé en su escritorio antes de regresar a mi asiento. Sin embargo, en el camino, uno de mis compañeros consideró gracioso poner cabe y caí de bruces contra el suelo.  Todos en el salón rompieron en carcajadas y traté de tragarme la humillación. Me dolía la rodilla horrible pero sabía que no podía llorar. Esto no era algo nuevo. —¿Qué pasa, reprobada? —preguntó Derek entre risas, claramente divertido con mi sufrimiento—. ¿Necesitas unas mano o trapearas el piso con tu ropa?  Me hubiera encantado poder responderle con un buen merecido golpe, pero era una cobarde. Nunca tendría el coraje de enfrentarlo, ya me habían golpeado antes y la verdad no quería más cicatrices. Me levanté cómo pude con sus risas coreándome. Llegué a mi asiento y arrugué el examen guardándolo dentro de mi mochila. De nada servía que repasara lo que había hecho mal, saqué un cuaderno y me dispuse a copiar las fórmulas que el profesor había comenzado a escribir en la pizarra.  Trece minutos más tarde, la campana sonó y todos suspiraron aliviados. Al parecer matemáticas era uno de los cursos menos populares. Todos comenzaron a guardar sus cosas y se fueron, pero yo me quedé atrás.  De repente, sentí la mirada de alguien sobre mí. Levanté los ojos lentamente hasta que me encontré con los azules de Cameron, rápidamente los bajé de nuevo. No sabía lo que quería, pero un escalofrío recorrió mi espalda. La intensidad con la que me miraba no era normal, pareciera como si pudiera leerme los pensamientos. Solo habíamos cruzados miradas por un segundo, pero había sido suficiente para que mi corazón comenzara a latir como tonto.  Una vez más me encontré babeando por su físico. Tenía el cuerpo de un dios griego, la verdad no sabía cómo una adolescente como él podía tener tan buen físico, pero no me quejaba. No es que lo viera mucho, realmente, pero al equipo de fútbol le gustaba hacer sus calentamientos al aire libre. Era una mera mortal después de todo y soñar era gratis. Sabía que nunca tendría una oportunidad no solo porque su personalidad sino también porque todas las personas cercanas a él eran hermosas.  —¿Cameron? —preguntó el señor Agnes—. ¿Tienes algo que decirme?  —Sí, señor —respondió el otro con una profunda voz que me puso la piel de gallina—. Quería preguntarle por esta pregunta.  —Claro, ven para verla.  Por supuesto, el chico notas perfectas no podía tener algo menos que un perfecto veinte. Negué con la cabeza mientras Cameron se acercaba al escritorio del profesor. ¿Por qué me comía la cabeza pensando en él? Estaba en un nivel totalmente diferente a mí, no había razón para siquiera compararnos. Podría encontrarlo bonito, pero nunca haría algo.  Además, Cameron me odiaba, como los demás. Nuestro distrito era bastante pequeño, así que todos conocíamos a todos. Esto significaba que la mayoría sabía que era la niña sin madre y con un padre adicto: la reina de los perdedores.  Arreglé mis cosas y me acerqué a dónde estaban, pero sin pegarme mucho para no interrumpirlos. Terminaron de hablar sobre la pregunta en cuestión, Cameron le agradeció la ayuda y se fue sin siquiera darme una mirada. Ahí está, el chico más popular de la escuela nunca miraría a la rara. 

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