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Capítulo 27

Miguel no pudo evitar lanzar una pregunta. —¿Tan pronto quiere adelantarlo? Señor Sergio, ¿acaso no se siente bien? —Haz lo que te dije y punto. El tono de Sergio no dejaba margen para dudas. Aunque la cabeza de Miguel estaba llena de mil preguntas, obedeció con seriedad: —Entendido señor. Contactaré de inmediato al doctor Javier para hacer los respectivos arreglos. —Aquí en la empresa ya no queda nada pendiente. Puedes irte. —¡Muchas gracias, señor Sergio! Miguel se sintió tan conmovido que casi se le escapaban las lágrimas. ¡Sergio le estaba permitiendo salir de su trabajo temprano! Definitivamente debía estar de muy buen humor. Justo cuando Miguel se disponía a marcharse, Sergio lo detuvo de nuevo. —Espera unos minutos. —¿Señor Sergio? ¿Hay algo más? Sergio preguntó con aparente indiferencia: —Quiero hacerte una pregunta. —Adelante dime. —Si una mujer acepta acompañar a un hombre a un chequeo médico, ¿qué significa eso? Miguel respondió sin pensarlo dos veces: —Eso es clarísimo. ¡Significa que esa mujer está interesada en ese hombre! Sergio esbozó una leve sonrisa en la comisura de los labios. —Entendido. Las puertas del ascensor se cerraron lentamente frente a la mirada de Miguel. Miguel se rascó la cabeza, sin comprender del todo por qué Sergio había lanzado esa pregunta tan de repente... ¿Una mujer? ¿Acompañar a un hombre? ¿Al médico? A medida que iba procesando poco a poco esas palabras clave, Miguel tuvo una revelación súbita. —¡Wow! ¿Desde cuándo al señor Sergio le interesan este tipo de cosas? ¿Será que por fin empieza a entender de sentimientos? — Al día siguiente. Sergio llegó temprano a la empresa. Como tenía programado el chequeo médico, no desayunó y se quedó ansioso esperando el mensaje de Elena. Toc, toc... Miguel llamó respetuoso a la puerta, pero antes de poder decir una palabra, alguien más se coló detrás de él. Una mujer entró vestida con un conjunto de alta costura de Chanel. Su peinado y maquillaje estaban perfectamente cuidados, cada minino detalle, desde la raíz del cabello hasta la punta de los pies, irradiaba perfección. Brillaba como una verdadera estrella: la imagen perfecta de una celebridad. Norma había decidido aprovechar esta oportunidad para acercarse a Sergio, el hombre que no solo Ríoalegre, sino casi todas las mujeres del país deseaban a toda costa conquistar. Si lograba convertirse en la señora Gómez, su vida entera sería puro lujo y bienestar. Sergio levantó enseguida la vista y frunció ligeramente el ceño. —¿Ahora cualquiera puede sin pedir cita entrar aquí? —Es una artista de la agencia de la señorita Silvia. Fue ella quien me pidió el favor. Las familias López y Gómez eran amigas de toda la vida. Silvia López y Sergio tenían la misma edad, habían estado en el mismo salón desde el jardín de infantes hasta que se separaron por haber elegido carreras distintas en la universidad. Habían crecido juntos, con orígenes similares y talentos equiparables. Todo el mundo los veía como la pareja ideal. Pero nadie se imaginaba siquiera que Sergio jamás había mostrado interés alguno por Silvia. De hecho, parecía que no le interesaba ninguna mujer. Ante la impotencia, don Luis ideó aquel escándalo que involucraba una supuesta relación íntima. Dado que era una petición directa de Silvia, Miguel sintió que debía mostrar cierto respeto. Pero nunca se imaginó que esta pequeña estrella tendría el descaro de irrumpir de forma abrupta en la oficina. Norma mostró una sonrisa radiante y segura al presentarse. —Mucho gusto, señor Sergio. Soy Norma. Creo que ha oído hablar de mí, ¿cierto? Sergio ni siquiera levantó la mirada. —No. Norma se sintió un poco incómoda por lo sucedido, pero mantuvo la sonrisa y prosiguió: —Entiendo, usted es un hombre muy ocupado. Es normal que no me conozca. Permítame presentarme: me llamo Norma, tengo 22 años y recientemente gané el premio a Mejor Actriz Protagónica... Sergio la interrumpió con impaciencia. —Ve al grano. —Señor Sergio, la verdad es que quería pedirle un gran favor. Para usted tal vez no signifique nada, pero para mí es muy importante. —... —Si accede a ayudarme, me encantaría invitarlo a cenar para agradecérselo como se lo merece. Sergio la interrumpió enseguida: —¿Acaso parezco alguien que no puede pagarse una cena? La pregunta dejó a Norma totalmente asombrada. Se apresuró a aclarar: —¡Claro que no me refería a eso! Solo quería expresarle mi agradecimiento de alguna manera si accedía a ayudarme. —Estoy ocupado. No tengo tiempo. —Señor Sergio, ¿de verdad no puede hacerme este favor? Se lo ruego.

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