Capítulo 29
Elena alzó la cabeza de golpe y vio que precisamente Sergio ya estaba sentado dentro de un Rolls-Royce, con la puerta abierta. Miguel estaba parado justo junto a ella, haciéndole señas desesperadas con los ojos.
Sergio mostraba una expresión imperturbable y carente de emoción, pero Miguel podía presentir que su mal genio estaba a punto de estallar. En ese preciso momento, lo único que cualquiera podía hacer era obedecer sin rechistar.
Elena miró de reojo al hombre que le había pedido su contacto con una expresión de disculpa.
—Perdón, tengo urgente que hacer. Me tengo que ir.
Dicho esto, se subió corriendo al auto.
La puerta se cerró.
Miguel le dirigió al hombre una mirada de advertencia antes de subirse al asiento del copiloto.
El vehículo se alejó poco a poco del edificio de la Corporación del Futuro.
El hombre que había intentado a unos segundos pedirle el contacto a Elena observó, atónito, cómo el Rolls-Royce se alejaba, y no logró apartar la vista hasta pasados varios minutos.
¿Qué demonios acababa de ver?
¿¡Esa mujer se había subido al auto del señor Sergio!?
¿¡Acaso acababa de presenciar algo que no debía!? ¿Y si ahora lo mandaban eliminar por saber demasiado?
Al girarse, se dio cuenta de que todos los compañeros que estaban con él habían desaparecido como por arte de magia. Solo él seguía parado ahí, como un tonto
Se dio media vuelta y salió corriendo despavorido hacia su escritorio, como si, al moverse lo bastante rápido, pudiera hacer que nada de lo que acababa de pasar hubiera ocurrido.
—
Dentro del auto, el ambiente era silencioso.
Miguel le hizo una seña al conductor, quien entendió enseguida y activó el panel divisorio, creando un espacio privado para Sergio y Elena.
Elena se sintió algo incómoda.
Aunque en teoría no había hecho nada malo, no podía evitar la sensación de haber sido atrapada en pleno acto indebido.
Sergio finalmente rompió el silencio: —¿Le das tu contacto a cualquiera?
—Es que yo... Pues a decir la verdad, él no parecía una mala persona, así que yo...
—¿Y yo qué?
—¿Eh? —Elena no entendía del todo.
¿Qué tenía que ver Sergio en todo esto?
De pronto, una fugaz chispa cruzó por su mente: recordó al instante cuando Sergio le había dado su tarjeta de presentación y le había dicho que podía agregarlo como contacto. En ese momento, no se lo había tomado en serio y lo dejó pasar como si nada... Al final, fue Sergio quien la esperó hasta altas horas de la noche para que lo agregara.
Ella pensaba que ese asunto ya estaba olvidado, pero al parecer no era así.
—Es que... En ese momento se me olvidó sin querer... No fue que no quisiera agregarte...
—¿A otros si puedes agregarlos al instante, pero conmigo necesitas tiempo para pensarlo? ¿Y encima de todo lo olvidas?
Frente al reproche de Sergio, Elena sintió tanta vergüenza que casi no podía levantar la cabeza.
Sentía como si hubiera cometido un crimen imperdonable.
Pasó un buen rato antes de que lograra decir unas cuantas palabras.
—Perdón... De verdad no fue mi intención...
Lo dijo en voz baja, pero con total sinceridad.
Una disculpa tan honesta dejó a Sergio sin argumento alguno para seguir regañándola. En realidad, ni siquiera tenía el deseo de hacerlo.
Sergio soltó un ligero suspiro y cambió de tema por iniciativa propia.
—De ahora en adelante, no agregues a cualquier desconocido.
—Pero él no es un desconocido, ¿no trabaja acaso en la empresa de ustedes? ¿Cómo no va a ser alguien serio?
—...
Ante la mirada fulminante de Sergio, Elena se cubrió la boca perplejo: —Perdón, no digo más.
De todos modos, tampoco es que tuviera muchas ganas de agregar al tipo.
El auto llegó a un hospital privado de altísimo nivel en Ríoalegre. A diferencia del resto de los pacientes que ingresaban por la entrada principal, ellos accedieron de inmediato por un pasillo exclusivo para VIP, guiados por un asistente personal que los condujo respetuoso hasta una sala de espera privada.