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Latidos OcultosLatidos Ocultos
autor: Webfic

Capítulo 1

En el bar más grande del centro de la ciudad. Lourdes se dio unas palmaditas en las mejillas, manteniendo la sonrisa mientras brindaba con Rubén. El hombre, embriagado, comenzó a propasarse al verla tan atractiva. —Anda, si te bebes todo esto, ¡todo ese dinero será tuyo! Dijo, señalando los fajos de billetes y alzando la copa con la intención de obligarla a beber. Ella soportó la incomodidad, esquivándolo mientras se levantaba para marcharse. —Perdón, señor, de verdad ya no puedo beber más... Apenas terminó de hablar, la expresión de él se oscureció. Le soltó una cachetada mientras le decía insultos vulgares. —¡Tú, que andas por ahí luciéndote, ¿te las das de decente?! ¡Deberías sentirte afortunada de que me haya fijado en ti! Diciendo esto, se abalanzó sobre ella con agresividad, tirando de su ropa con furia. —¡Ah! Lourdes gritó y forcejeó, pero ninguno de los empleados del bar le ayudó. Todos se hicieron a un lado como si no hubieran visto nada. Después de todo, no podían arriesgarse a ofender a un cliente. En medio del caos, agarró una botella y la estrelló contra él. Aprovechando sus gritos de dolor al caer al suelo, salió corriendo hacia la salida. Pero, al llegar a la puerta, chocó con alguien y cayó al suelo. Ignorando el dolor, se levantó apresuradamente y, aún sin recuperar el equilibrio, vio a la última persona que habría querido volver a ver en su vida. Un hombre de rasgos apuestos, vestido con una camisa blanca. Su porte contrastaba de forma abrumadora con su aspecto desaliñado. Rubén la alcanzó y la sujetó con fuerza, sin dejar de hablar con tono adulador. —Roberto, siéntese primero. Déjeme darle una lección a esta perra y luego hablamos de negocios. —¡Suéltame, suéltame! Se escuchó el desgarrón de la tela. Lourdes, volvió la mirada hacia él. Ese hombre que alguna vez amó con todo su ser... Pero cuya traición había destrozado a su familia y la había obligado a vivir escondida: Roberto. El hombre la miraba lleno de desprecio, como si frente a él tuviera algo sucio e indeseable. Lourdes cerró los ojos con dolor, luchando con todas sus fuerzas para proteger lo poco que le quedaba de dignidad. De repente, su voz grave irrumpió con frialdad. —Un trepador social, como tú, no tiene derecho a hacerme esperar. Apenas terminó de hablar, sus guardaespaldas sujetaron a Rubén con fuerza y desalojaron a todos los presentes. La sala privada quedó en completo silencio, con solo ellos dos adentro. Se oían con claridad sus respiraciones. Roberto se acercó a ella y se detuvo justo enfrente. En sus ojos pasó el odio, la confusión, hasta volver a la calma. —Cuánto tiempo sin verte. Lourdes, temblando, se sostuvo la ropa rota frente al pecho, aún sin reponerse del susto. —Yo... No sabía que tú estabas... Se tambaleó al intentar levantarse, pero él la empujó con fuerza contra la pared. —Hoy ha sido solo un accidente. Te juro que no volverás a verme nunca más. —¿Qué pasa? ¿Después de cuatro años desaparecida, quieres marcharte así nada más? Él tenía un semblante inescrutable, mientras le sujetaba la barbilla. —¡Tu forma de llamar la atención sigue siendo la misma! Ella respiró hondo, levantando la cabeza con terquedad. —Ya que sabe que solo es para llamar la atención, señor Roberto, entonces, no me siga el juego. Haga de cuenta que hoy no me vio. La mujer forcejeó, su figura se retorcía en sus brazos. El cuerpo de Roberto se tensó. Después de tantos años sin deseo, la lujuria se encendió. La empujó bruscamente contra la pared y la besó con violencia. —Tú... ¡Apártate...! Lourdes se quedó pasmada. Cuando reaccionó, luchó con fuerza, pero su cara estaba atrapada bajo el dominio del hombre, sin posibilidad de escapar. En lugar de ceder, el beso se volvió aún más apasionadó. Al notar su resistencia, rio y la arrojó con violencia al sofá. Ella cayó aturdida, gritando para detenerlo. —¡Ya estamos divorciados...! —¿Y qué con eso? —dijo él con desdén—: Tu cuerpo ya lo conozco. Ahora solo eres una mujer que se vende para llamar la atención. ¿De qué te las das? Tras decir eso, sus movimientos se volvieron aún más agresivos, sin importarle estar en un reservado. La voz de Lourdes se volvió ronca de tanto gritar. En su desesperación, alzó la pierna y le dio una patada entre las piernas. Él soltó un quejido sordo y se apartó dando un giro. Ya tenía sudor en la frente. —¡Atrévete a irte y verás! Ella, presa del pánico, se hizo a un lado, se subió la ropa y salió corriendo. Mientras abría la puerta, gritó: —¡No fue mi intención! Las personas que estaban afuera no entendían nada. Al entrar, lo único que escucharon fue el rugido de Roberto. —Cierren esta zona. Que esa mujer no escape. —¡Sí, señor! Media hora después, el encargado del club entró al reservado con un gesto incómodo. —Señor, lo lamentamos mucho. Lourdes solo viene como trabajadora temporal... No es empleada... No tenemos sus datos registrados. La expresión de él estaba sombría, con su voz gélida. —¿Y el hecho de que no sea empleada formal les permite dejar que la acosen los clientes? El encargado, tembloroso, intentó explicar. —Ella solo acompañaba en la bebida, no aceptaba nada más. Parecía estar muy necesitada de dinero, por eso solo aceptaba clientes que daban buenas propinas... Un estruendo lo interrumpió. Roberto había estrellado una botella contra la pared. —¡Sáquenlo de aquí! ¡Si no pueden garantizar la seguridad de las temporales, no deberían tener un club! —¡Sí, señor! Los guardias se llevaron al encargado. Entonces, entró un subordinado que había ido a buscar a Lourdes, con un documento en la mano. —Señor, no encontramos a la señorita, pero encontramos este papel. Roberto lo tomó y, al abrirlo, descubrió que era una hoja de examen médico, rota. La información importante no se distinguía, solo se alcanzaba a ver el nombre del hospital en la esquina inferior derecha y el diagnóstico de neumonía. Del otro lado. Lourdes regresó al hospital entrada la madrugada. La enfermera de guardia, al verla, no pudo evitar arrugar la cara. —¿Por qué vienes hasta ahora? Alicia ha estado llorando porque quería ver a su mamá. La niña se siente mal por estar enferma y tú, como madre, ¿por qué no estás aquí para acompañarla? Al escuchar eso, ella se mostró preocupada. —¿Mi hija lloró? ¿Se puso más grave? La niña había sido internada hacía un mes por un resfriado que se complicó y terminó en neumonía. Por cuidarla, había perdido su empleo. Presionada por las deudas, no le quedó más que trabajar en un bar, acompañando a clientes para ganar dinero y cubrir los gastos médicos. La enfermera le explicó lo sucedido por la tarde y le pidió que tuviera más cuidado, luego se retiró. Ella entró en la habitación. Su hija dormía. Tenía una carita adorable, como un ángel. Lourdes se sentó junto a ella, le tomó la mano y, en ese momento, sintió que todo el cansancio del día había valido la pena. Cuando se marchó de la casa de los Barrera, estaba embarazada. Para poder conservar al bebé, había tenido que esconderse y vivir entre penurias, pero jamás se arrepintió. Se escuchó su celular. Temiendo despertar a la niña, salió a contestar. —Soy yo. Se escuchó la voz de Alberto Flores. —Acabo de hablar con el casero. Me dijo que Alicia está enferma. ¿Por qué no me avisaste? Ella cerró la puerta antes de responder. —Solo era un resfriado, por eso no te dije nada. Durante esos cuatro años, había recibido mucha ayuda de él. En su momento, le hizo un pequeño favor, pero él se lo estuvo agradeciendo durante años. Sin embargo, al estar en el extranjero, su capacidad de ayudar era limitada y Lourdes no quería molestarlo más de la cuenta. —Eres mi salvadora, así que no me pongas barreras. Ya terminé con mis compromisos de trabajo. Mañana regreso. —Yo... Necesito pedirte un favor—. Ella recordó lo sucedido en el bar. Miró hacia su hija y dudó por un momento. —Quiero trasladar a mi hija a otro hospital, lo antes posible. Él notó algo extraño. —¿Es que el estado de Alicia empeoró? Puedo comunicarme con otros médicos... —No, no es eso. —Lo interrumpió—. Solo quiero que la trasladen a otra ciudad, no quiero que la traten aquí. Hubo unos segundos de silencio al otro lado de la línea. La voz de Alberto se escuchó seria. —¿Te lo encontraste? No respondió, pero el silencio bastó para que él comprendiera. —Lo arreglaré de inmediato. Después de colgar, Lourdes regresó a la habitación y trató de descansar. Cuando volvió a abrir los ojos, había amanecido. La enfermera había llevado a Alicia a revisión, la niña, obediente, tiraba de su brazo. —¡Mamá, despierta! ¡Afuera hay muchos hombres malos! —Perdóname, cariño, mamá se quedó dormida un poco más de la cuenta. Al ver que su hija había terminado los exámenes, agradeció en silencio a la enfermera. —¿Qué fue eso que dijiste de los hombres malos? No se dice así, mi amor, no hay que ser descortés. Alicia arrugó la cara; la pequeña se puso muy seria. —¡De verdad son malos! Todos visten de negro, igual que los villanos de las películas y parece que están buscando algo. —¿Buscando qué? Preguntó, desconcertada. Una mal presentimiento le recorrió el cuerpo. Antes de que pudieran reaccionar, se escuchó una voz afuera. —¡Revisen con cuidado! ¡Verifiquen uno por uno a los pacientes con neumonía! ¡Y cuidado con que el señor Roberto se enoje! ¡Roberto! Lourdes sintió que el frío le recorría todo el cuerpo. Sabía que ese hombre no la dejaría en paz fácilmente, pero jamás imaginó que llegaría tan pronto. ¡No podía permitir que descubriera la existencia de su hija! Instintivamente, abrazó a la niña y corrió hacia la salida. Al salir de la habitación, vio gente viniendo hacia ellas, así que, presa del pánico, corrió hacia el ascensor. Pero, en la puerta había mucha gente, haciendo imposible subir. Alicia, aferrada dulcemente a su cuello, preguntó, con curiosidad: —Mamá, ¿por qué estamos corriendo?
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