Capítulo 50
Roberto no mostró el menor interés por su propuesta y no detuvo sus acciones.
—¡Espera un momento! —exclamó Lourdes, sujetando la mano de él, que ya intentaba meterse bajo su ropa—. Déjame terminar de hablar.
Él fue interrumpido y su expresión se volvió aterradora.
—Si no puedes darme una razón válida, te vas a arrepentir.
Al oír eso, ella no pudo más que forzar una sonrisa incómoda.
En realidad, no tenía ninguna buena razón, pero ya había logrado su propósito: hacer que él se detuviera.
—¿No has querido siempre la custodia de Alicia?
Inventó una excusa al azar, pero apenas pronunció esas palabras, su expresión cambió.
La mirada del hombre se llenó de sorpresa y de una alegría indescriptible.
—No, no, no estoy diciendo que esté de acuerdo, solo quiero hablar contigo sobre eso...
Explicó, pero al ver cómo la luz en los ojos de él se apagaba, su voz también se fue debilitando.
"¿Qué significaba su hija para ese hombre?"
—¿Quieres seguir diciéndome cosas inútiles, a ver qué pasa?
Los ojos

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