Capítulo 3
A la mañana siguiente, Antonia se levantó con la cara pálida y con gran dificultad.
Quiso preparar sus cosas con anticipación, para poder marcharse directamente en cuanto llegara el avión a recogerla.
Pero apenas abrió la puerta, casi chocó con Baltasar, quien llevaba una taza de leche caliente en las manos.
Él arrugó la frente y dejó el cuenco sobre la mesa.
—Querida, ¿por qué te has levantado? ¿Por qué no duermes un poco más?
Antonia miró su cara con indiferencia.
—¿No ibas a irte de viaje de negocios? ¿Por qué sigues en casa?
Cada mes, Baltasar encontraba todo tipo de razones para viajar por trabajo.
Antes, ella pensaba que realmente estaba ocupado.
Ahora recién lo sabía.
Él sí estaba ocupado, pero no por trabajo, sino porque debía ir a acompañar a Jimena.
Baltasar extendió la mano, la atrajo hacia su pecho y con el dedo índice tocó su nariz recta.
—¿Cómo podría irme tranquilo de viaje si tú estás tan mal?
—No te preocupes, hoy no iré a ningún lado, me quedaré en casa contigo.
Él pronunció palabras llenas de ternura.
En el pasado, Antonia se habría conmovido hasta las lágrimas.
Amaba tanto a Baltasar que sentía felicidad incluso con las pequeñas muestras de calidez que él le concedía.
Ella lo miraba.
Antonia sólo sintió que su corazón se llenaba de un dolor punzante.
Aún no alcanzaba a pronunciar palabra.
Cuando el teléfono de él sonó.
Al ver el nombre en la pantalla, Baltasar la miró de reojo de manera instintiva.
—Querida, es Armando, debo contestar. —Sin esperar su respuesta, se giró apresuradamente y entró en el despacho.
El sonido de la puerta al cerrarse con llave le llegó claro y nítido.
¿Desde cuándo Armando se llamaba Jimena?
Ella no tocó el cuenco de leche caliente sobre la mesa y, en cambio, salió al exterior.
La puerta del despacho volvió a sonar poco después.
Baltasar ya se había cambiado de ropa y salió a toda prisa, con una expresión radiante de alegría.
Por un instante, se olvidó de Antonia.
Hasta que llegó rápidamente a la puerta de salida.
—¿A dónde vas? ¿No ibas a quedarte en casa conmigo?
Tal vez por la emoción, Baltasar ni siquiera percibió la amarga ironía en las palabras de ella.
Él la atrajo por la cintura y, emocionado, le dio un beso en los labios.
—Querida, se cerró un gran contrato, pero debo firmarlo en persona. Espérame en casa, te traeré tus pastelitos favoritos.
Antonia forzó una sonrisa.
Tras su partida, ella también salió de inmediato.
Y, en efecto, Baltasar no iba a firmar ningún contrato.
Llevó el auto al aeropuerto y, poco después, ella vio a Baltasar salir abrazando a una mujer con el vientre apenas abultado.
Sacó las flores que ya había preparado y se las entregó.
Y esa cara, Antonia la conocía mejor que nadie.
Era Jimena, quien había pasado dos años en estado vegetativo.
El pecho de Antonia se oprimió de repente.
Resultó que Jimena no solo ya había despertado hacía tiempo, sino que también estaba embarazada.
Antonia temblaba por completo, sentía como si su corazón sangrara.
Jimena saltó alegremente y se refugió en los brazos de Baltasar.
Baltasar se quitó las gafas de sol y, con el dedo índice, le tocó suavemente la punta de la nariz.
Desde la distancia, los ojos de Antonia se encogieron de golpe.
Ese gesto era algo que Baltasar solía hacer con ella.
Resultó que, incluso ese gesto, no era exclusivo para ella.
Jimena le pidió a Baltasar que la besara.
Al principio, él miró alrededor con cierta incomodidad.
Pero, ante la insistencia de Jimena, quien se puso de puntillas y rodeó su cuello para exigir sus besos una y otra vez, su actitud cambió.
El coqueto y mimado comportamiento de Jimena era, además, lo que más le había gustado a él en el pasado.
Baltasar sintió un calor intenso en el vientre y, agachándose, levantó a Jimena en brazos, para dirigirse a una esquina del aeropuerto.
Antonia los siguió, completamente entumecida, pero no podía igualar su paso.
Cuando llegó, descubrió que se trataba de la sala de madres y bebés.
En ese momento, la puerta estaba cerrada con llave y del interior llegaban sonidos húmedos de besos.
—¿Por qué viniste de repente? ¿Por qué no trajiste a Zaira contigo? Me preocupa que viajes sola
La voz de Baltasar le era demasiado familiar.
En ese momento, él interrogaba sin cesar a Jimena.
Jimena, al ver su impaciencia, se rio en voz alta.—Con tantas preguntas, ¿por cuál debería empezar?
—¡Tienes que responderlas todas! ¡Quiero escucharlo todo!
De pronto, Jimena lo besó en los labios.
Lo miró sonriendo radiante y dijo: —Si debo responderlas todas, entonces, querido, ¡te extraño!
Baltasar, jadeando, sintió que sus ojos ardían de deseo.
Al instante siguiente, la sujetó con fuerza por el cuello y la besó de manera salvaje y apasionada.
—Eres una verdadera seductora. ¡No permitiré que salgas caminando de aquí!
—¡Ah! No… no beses ahí... ¡querido! ¡Querido! ¡Me equivoqué!
—¿Así que sabes que te equivocaste? ¡Ya es tarde!
Su voz, profunda y ronca, atravesó el corazón de Antonia, quien permanecía afuera.
Del interior seguían llegando los gritos avergonzados de la mujer y el incesante sonido del agua.
Los ojos de Antonia quedaron vacíos y sin vida; sentía como si le hubieran arrancado el alma, y caminó en dirección opuesta, completamente insensible.
Pero aquellos sonidos seguían repitiéndose en su mente, una y otra vez.