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Memorias MarchitasMemorias Marchitas
autor: Webfic

Capítulo 1

En toda Alborada era bien sabido que el joven heredero Jairo Beltrán solo amaba a chicas de dieciocho años. Esas muchachas eran frescas y delicadas, como flores de rocío que pronto se marchitaban a su lado. Hasta que conoció a María Méndez, una repartidora de comida a domicilio de dieciocho años. Aun con el uniforme puesto, logró que él no pudiera apartar la mirada. Después, todos pensaron que Jairo se había vuelto loco. La persiguió dos años con flores, regalos y hasta un departamento; lo increíble fue que acabó casándose con ella y volviéndose fiel. En el quinto año de matrimonio, al padre de María, Arturo Méndez, le diagnosticaron leucemia y Jairo financió a una estudiante pobre para que donara médula ósea compatible. Pero el día de la cirugía, aquella estudiante desapareció sin dejar rastro. Arturo yacía en la mesa de operaciones, sus signos vitales apagándose poco a poco. María, desesperada, marcó decenas de veces hasta que al fin logró que Lorena contestara el teléfono. —Hola, María. —La voz de Lorena sonaba temerosa. María gritó al auricular: —¿Dónde estás? ¡La cirugía ya se retrasó dos horas, mi papá...! Del otro lado, Lorena sollozaba: —Perdón, tengo mucho miedo, no me atrevo a ir. María iba a insistir, pero de pronto escuchó un timbre de voz familiar al fondo. —Ya basta, no llores. Si te da miedo, no dones. Era la voz de Jairo. María sintió como si un rayo la partiera en dos; el celular se le cayó de las manos. Tropezando, salió corriendo del hospital y, en un rincón del estacionamiento, distinguió aquel Maybach tan familiar. La ventanilla estaba entreabierta, y alcanzó a ver a Lorena llorando en el pecho de Jairo, mientras él acariciaba con ternura su espalda. Jairo hablaba con suavidad: —No tengas miedo, si es necesario retrasamos la cirugía un mes más. En este tiempo buscaré a la persona indicada, no te preocupes. —¿Pero no dijeron ya varias veces que Arturo está en estado crítico? —Lorena levantó el rostro empapado de lágrimas. Jairo le pellizcó suavemente la nariz, un gesto que antes había sido exclusivo de María: —Todo estará bien, no pienses tanto. Lorena sonrió entre lágrimas y se hundió en su abrazo: —Qué suerte tengo de tenerte. Si no, no sabría qué hacer. Yo acepté tu ayuda económica, así que debería donar médula para Arturo, pero de verdad tengo miedo. Jairo respondió con voz cariñosa: —Tranquila, jamás te obligaré a hacer algo que no quieras. Yo siempre estaré detrás de ti, apoyándote. El sonido del motor encendiéndose despertó a María de su aturdimiento. Golpeó la ventanilla con todas sus fuerzas, pero solo alcanzó a ver el perfil frío de Jairo antes de que el auto se alejara, dejándola temblando en el estacionamiento. El celular volvió a sonar, era el número del hospital. Al contestar, escuchó la voz grave del médico: —Señorita María, ¿aún no llega la donante? Su padre no resistió más, hace un minuto falleció por fallo multiorgánico. Lo siento mucho. En ese instante, el mundo entero se vino abajo. Ella se desplomó de rodillas sobre el piso helado, perdió la vista y la conciencia. Soñó un sueño larguísimo. En él regresaba cinco años atrás, cuando tenía dieciocho. Entonces Jairo era el heredero arrogante de los Beltrán y ella solo una estudiante pobre que repartía comida. Ese día fue a un club de lujo a entregar unas botellas y, sin querer, chocó contra el pecho de un hombre. —Perdón. —Se disculpó apresurada, pero al alzar la mirada quedó petrificada. Era Jairo. El mismo del que decían que jamás bajaba la mirada y que solo salía con chicas de dieciocho años. Jairo la observó un buen rato antes de sonreír: —¿Cómo te llamas? Lo que vino después fue como un sueño. Jairo se enamoró de ella a primera vista y empezó a cortejarla con obsesión. La esperaba en su Maybach a la salida de sus turnos. Cruzaba la ciudad de madrugada solo porque ella mencionó un pastel del sur que se le antojó. Hasta dejó de fumar porque a ella le disgustaba el olor. Lo sorprendente fue que, pese a su familia, insistió en casarse con ella y, en la boda, arrodillado le puso un anillo de diamantes: —María, en esta vida solo te amaré a ti. Después de casarse, Jairo la mimó tanto que todos lo sabían. Se levantaba temprano cada día para prepararle un almuerzo con todo su cariño, aunque jamás había cocinado antes. En reuniones sociales se iba antes solo porque María decía que lo extrañaba. La foto de su pantalla de bloqueo era de ella, la contraseña era su cumpleaños y en todas sus redes sociales tenía escrito en la biografía: [Soy el esposo de María]. Cuando su padre fue diagnosticado con leucemia, buscó un donante y se fijó en Lorena, una joven humilde. Jairo le pagaba a Lorena los estudios y los gastos de vida, la acompañaba personalmente a cada chequeo y hasta le contrató a la mejor nutrióloga para que cuidara su salud. —¿Por qué eres tan bueno con ella? —Le preguntó María, con inquietud. Jairo besó su frente y sonrió: —¿Estás celosa? Solo quiero que llegue sana a la donación de médula. Y ella le creyó. Hasta que Jairo empezó a acompañar a Lorena con frecuencia de compras, a regalarle bolsos de marca y joyas. Hasta que dejaba tirada una reunión importante solo por una llamada de Lorena. Hasta que recordaba cada gusto de Lorena, pero olvidó su aniversario de bodas. María lo entendió todo y, con los ojos enrojecidos, lo encaró: —Lorena tiene dieciocho años, está en plena juventud, ¿por eso la amas ahora? ¿Tus promesas de antes fueron solo palabras vacías? ¿Y qué respondió Jairo entonces? —No digas tonterías. Solo la trato bien para compensarla. Donar médula no es cosa sencilla, hay que mantenerla de buen humor. Pero ahora, todo demostraba que había mentido. Al despertar, María firmaba los documentos uno tras otro con absoluta apatía. Arturo yacía como si durmiera, y ella tomó esa mano que alguna vez la llevó a la escuela, que le enseñó a escribir, pero que ahora estaba fría y rígida. —Papá, lo siento... Susurró entre sollozos, aunque ni una lágrima salió de sus ojos. Sentía el corazón vacío, reducido a un dolor entumecido. Tres días habían pasado. Jairo no apareció, ni siquiera llamó. María abrió WhatsApp. El primer mensaje era una foto enviada por Lorena. Un retrato de ambos en la playa. En la imagen, Jairo la abrazaba de los hombros con una sonrisa cálida. El pie de foto decía: [Gracias, señor Jairo, por tu compañía. Me siento mucho mejor.] María le dio me gusta. No había pasado ni un minuto cuando el teléfono vibró, un mensaje de Jairo. [María, el estado de Lorena no es estable y no puede donar por ahora. Ya contacté a los mejores especialistas y la cirugía será en un mes. Mientras tanto la acompañaré para que se recupere.] María fijó la mirada en la pantalla y, de pronto, sonrió. Jairo todavía no sabía que Arturo ya había muerto. Tampoco sabía que ella había escuchado lo ocurrido en el estacionamiento y que conocía la verdad, su corazón ya había cambiado de rumbo. Cerró la ventana de chat y marcó otro número. —Señora Beatriz, sé que nunca me quiso. Acepto firmar el divorcio, tomar el dinero y desaparecer de la vida de Jairo. Beatriz calló unos segundos, sorprendida: —¿No eras tú quien decía que lo suyo era amor verdadero y que jamás lo dejarías? María calló. Alguna vez creyó ingenuamente que Jairo la amaría para siempre. Pero el amor nunca es tan sencillo. Los corazones cambian, las promesas caducan, y un mujeriego nunca se arrepiente. Jairo solo ama a las chicas de dieciocho, y ella ya no lo era. Finalmente, con voz apenas audible, María respondió: —Por favor, mándeme el acuerdo de divorcio. Beatriz pareció entenderlo todo, y de pronto su tono se volvió ligero: —De acuerdo. Una vez que firmes, después del mes de espera legal, te marchas. El dinero estará a tu nombre puntualmente. —Recuerda, una vez que te vayas, jamás vuelvas a aparecer frente a Jairo. María colgó y al instante recibió el documento en formato digital. Lo revisó con cuidado, luego lo imprimió. El ruido de la impresora escupiendo el papel resonó en la habitación vacía. Al tomar la pluma, su mano estaba firme, sin un solo temblor. En silencio, pensó para sí: "Jairo, esta vez seré yo quien te saque de mi vida para siempre."
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