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Memorias MarchitasMemorias Marchitas
autor: Webfic

Capítulo 4

Jairo miró el celular y frunció el ceño: —Lorena, ¿qué pasa? La voz llorosa de Lorena se escuchó al otro lado: —Tuve una pesadilla, estoy muy asustada. ¿Puedes venir a acompañarme? Jairo levantó la vista hacia María. Ella dijo con calma: —Ve, yo no te necesito aquí. Él no lo pensó demasiado, solo asintió: —Descansa bien. Mañana vendré a verte. Se marchó con tanta prisa que incluso olvidó llevarse el saco. Una semana después, María salió del hospital y regresó a casa. Apenas abrió la puerta, encontró a Jairo sentado en el sofá, con una invitación en la mano. Al verla, levantó la cabeza y habló con toda naturalidad: —Esta noche hay una subasta benéfica. Lorena dijo que quiere llevarse bien contigo, así que iremos juntos. Lo de antes, déjalo atrás. —No voy. —María dio media vuelta para subir las escaleras. Pero Jairo ya se había puesto de pie y, sin dejar espacio a la negativa, la sujetó de la muñeca: —No hagas berrinches. El agarre fue tan fuerte que a María le dolió, y frunció el ceño, aunque no dijo nada. La subasta estaba llena de luces, copas en alto y gente de sociedad. Como siempre, Jairo compró varias joyas. Un collar de diamantes, aretes de jade y un broche de zafiro, todos del gusto que María tuvo en el pasado. Cuando el camarero entregó las joyas en el salón privado, los ojos de Lorena brillaron: —¡Qué preciosos! Exclamó, acariciando con cuidado el collar de diamantes, con el rostro lleno de envidia: —Nunca había visto joyas tan hermosas. Jairo miró de reojo a María y dijo con indiferencia: —Si a Lorena le gustan, dáselos. Es una niña, apenas tiene algunas alhajas decentes. Al ver que María no respondía, añadió: —Además, le va a donar médula a Arturo. Ya le debemos demasiado, debemos compensarla. María asintió con frialdad. Jairo, complacido por su generosidad, tomó el collar y se lo colocó a Lorena personalmente. Sus dedos rozaron la blanca nuca de la joven con una ternura delicada. —¿Me queda bien? —Preguntó ella, sonrojada. —Te queda perfecto. —Respondió Jairo con una leve sonrisa. María no soportó seguir mirando. Se levantó y fue al baño. Al salir, Lorena la estaba esperando en la esquina del pasillo, sonriendo radiante: —Jairo es tan bueno conmigo, ¿de verdad no te molesta? —No me molesta. —Respondió María, rodeándola para marcharse. Al fin y al cabo, muy pronto ella se iría para siempre. Pero Lorena malinterpretó sus palabras, creyendo que María estaba segura de que Jairo la amaba tanto que jamás la dejaría. Su rostro se ensombreció de golpe. Caminó detrás de María y, justo cuando ella llegaba a la escalera, la empujó con brutalidad. María, desprevenida, cayó hacia atrás. El golpe de la cabeza contra el borde del escalón fue seco y helado; mientras rodaba por la escalera, escuchó el crujido de un hueso rompiéndose. Un dolor insoportable le atravesó todo el cuerpo. La sangre comenzó a correrle por la frente, nublando su vista. Antes de que gritara, Lorena soltó un chillido, se arrancó el collar y cayó al suelo fingiendo, con lágrimas al instante. En ese momento se oyeron pasos apresurados. Cuando Jairo llegó, vio esa escena. Lorena en el suelo, con el collar tirado a un lado, y María desangrándose al pie de la escalera. —¿Qué pasó? Lorena lloró entre sollozos: —María se enojó porque me diste el collar e intentó arrebatármelo. Me empujó y yo, sin querer, la empujé a ella. —Todo es culpa mía. La pupila de Jairo se contrajo violentamente al ver la sangre en María. Dio un paso para ayudarla, pero al escuchar el llanto de Lorena, se detuvo. Su voz salió fría como el hielo: —María, ¿en qué momento te volviste tan irracional? ¿Cómo pudiste abusar de una niña? —Yo no. María intentó explicarse, pero Lorena lo interrumpió entre lágrimas. Sujetando la manga de Jairo: —No la culpes, es mi culpa. Jairo se inclinó de inmediato frente a Lorena, la voz llena de ternura: —Déjame ver si te lastimaste. Ella respondió, fingiendo resistencia coqueta: —No me mires, estoy bien. Esa falsa negativa lo puso aún más ansioso. Con sumo cuidado, la cargó en brazos como si fuese un tesoro frágil: —Te llevaré al hospital. —¿Y María? —Preguntó Lorena, con fingida timidez. Jairo volteó hacia atrás. Sus ojos, helados, se posaron en el cuerpo ensangrentado de María: —Si tiene fuerzas para forcejear por una joya, también puede levantarse sola. María quedó tendida en el suelo frío, observando cómo sus siluetas desaparecían al final del pasillo. La sangre seguía brotando de su frente, formando un charco en el piso. Intentó pedir ayuda, pero apenas pudo dejar escapar un hilo de voz: —Ayuda... El eco de sus palabras se perdió en el corredor vacío. El dolor la ahogaba, y la conciencia se le nublaba poco a poco. En medio del desvarío, recordó el día de su boda, cuando Jairo se arrodilló frente a ella y le dijo: "María, el resto de mi vida solo te amaré a ti." Ahora entendía, esas palabras habían durado apenas cinco años.

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