Capítulo 9
El tiempo fue pasando lento, y pronto dieron las cinco de la tarde.
—Querida, ya son las cinco. Creo que es hora de volver a la universidad. Vendré mañana por la mañana a acompañarte, ¿sí?
Bebé...
Haz un esfuerzo. ¿Qué tal si cuando venga mañana ya estás consciente?
Silvio le acarició suavemente el rostro a Esther mientras le hablaba con ternura.
No era temprano, y ya era hora de marcharse.
El trayecto del hospital a la universidad duraba casi una hora.
Mañana, después del desayuno, volvería a verla.
...
Los días pasaron uno tras otro, y Silvio iba al hospital siempre que podía.
Cada vez que iba, le tomaba con suavidad la mano a Esther y le susurraba palabras dulces, ya fueran románticas o coquetas.
Los signos vitales de Esther se recuperaban visiblemente.
Siempre que Silvio le sostenía la mano y le hablaba con cariño, el rostro de Esther se sonrojaba ligeramente.
Y si sus palabras eran más íntimas y sugerentes...
Su reacción se intensificaba, apretando con más fuerza la mano de Silvio.
En un abrir y cerrar de ojos...
Llegó el momento de dejar la universidad. Los compañeros ya empezaban a empacar sus cosas.
Ese mediodía, Silvio acababa de regresar del hospital al dormitorio.
—Silvio, ¿dónde planeas alquilar? ¿Qué tal si compartimos departamento?
Félix y Silvio trabajaban en la misma empresa, así que compartir vivienda era lo más conveniente.
—Claro, yo también lo había pensado. ¿Y si empezamos a buscar desde ya?
Es temporada de graduaciones y encontrar departamento no es fácil. Los precios deben estar más altos de lo normal.
¿Y si...?
¿Buscamos cerca de la empresa? Estar cerca de la empresa haría que ir al trabajo sea más cómodo.
—¡Uf! ¿Cerca? ¡Esa zona es el centro comercial de la ciudad! El alquiler allí es carísimo...
Félix negó con fuerza al escuchar la propuesta.
Casi todo eran edificios de oficinas. Cualquier alojamiento cercano a la zona era costoso.
Y ambos, recién comenzando a trabajar, no tenían mucho presupuesto para alquilar algo tan caro.
—Sí, tienes razón... Déjame busco algo.
Silvio abrió el celular y empezó a ver departamentos cerca del hospital y de la empresa.
Por lo que había visto, los signos vitales de Esther ya se habían estabilizado e incluso estaban bastante fuertes.
Solo que... Por alguna razón, no despertaba.
Hasta los médicos estaban extrañados.
Según el doctor Arturo, parecía que Esther no quería despertar. Tal vez había algo en su corazón que no lograba superar.
Al enterarse de esto, Silvio pensó en seguir acompañándola a largo plazo.
—¡Hey! Ya revisé por la zona de la empresa. Lo más barato y cercano es en la Urbanización Estilvio. Es un complejo viejo, eso sí.
—¿Urbanización Estilvio?
Silvio alzó las cejas al oír el nombre.
—Sí, Urbanización Estilvio. Si no me crees, búscalo tú mismo.
—Está bien, voy a mirar...
Silvio abrió la aplicación de alquileres y pronto encontró las opciones en la Urbanización Estilvio.
Había tanto departamentos completos como habitaciones compartidas.
—Se ve bien. ¿Qué tal si alquilamos el dormitorio principal? Le pedimos al agente que lo acomode con dos camas individuales.
Silvio se dio cuenta de que el lugar no quedaba muy lejos del hospital.
Si necesitaba visitar a Esther, le sería muy cómodo.
—Sí, también queda relativamente cerca de la empresa.
A Félix le pareció excelente.
Ya con el trabajo definido y siendo hora de salir de la universidad, lo ideal era establecerse cuanto antes.
—Entonces, ¿vamos a ver el lugar ahora?
—¡Vamos!
Ambos coincidieron de inmediato.
Salieron de la universidad, tomaron un autobús y se dirigieron a la Urbanización Estilvio.
Por el camino contactaron a una agencia inmobiliaria para coordinar la visita.
...
Esta fue bastante fluida. Tras ver dos lugares en el complejo, se decidieron por una habitación principal.
Enseguida fueron a la agencia a firmar el contrato.
Por la tarde, esta última se encargaría de cambiar la cama doble por dos individuales.
Al día siguiente ya podrían mudarse.
—Félix, tengo que pasar por el hospital a ver a un amigo. ¿Qué tal si tú regresas al campus primero?
—Silvio, últimamente sales mucho... Siempre hueles a hospital. ¿No estarás trabajando como enfermero o cuidador?
—¡Ja! Tienes mucha imaginación. En dos días empezamos a trabajar en la empresa, ¿cómo voy a estar de cuidador?
—¿Quieres que te acompañe? ¿Qué clase de amigo es ese que visitas todos los días?
—Oh...
Es una pariente del pueblo. Ya sabes, cosas de familia... Tengo que ayudar, no hay opción.
Silvio, por supuesto, no le diría la verdad a Félix.
No podía comentarle que ya estaba casado... Y que su esposa estaba al borde de la muerte.
Así que soltó una excusa cualquiera.
—Ah, ya veo...
—Bueno, yo vuelvo al campus. Mañana temprano nos mudamos.
—Perfecto, Félix.
Silvio asintió, y pronto se separaron.
...
Al salir de la Urbanización Estilvio, Silvio tomó el autobús directo al hospital.
Cuando llegó, ya eran las tres y media de la tarde.
De no haber sido por lo del alquiler, habría llegado antes.
—Querida, hoy estuve buscando apartamento. ¿Sabes cómo se llama la urbanización? Urbanización Estilvio.
Es como si nuestros nombres se hubieran fusionado.
¿No crees que eso significa que estamos hechos el uno para el otro?
Mientras hablaba, Silvio acariciaba el rostro de Esther.
Muy pronto...
Sus mejillas se sonrojaron nuevamente.
Y su temperatura aumentó visiblemente.
—Bebé, ¿te puedo llamar Esti? ¿O prefieres Esti hermosa?
Silvio se apoyó en el borde de la cama y empezó a susurrarle dulces palabras.
La mano de Esther se movió y, como siempre, lo volvió a tomar de la mano.
¡Toc toc toc...!
Justo cuando Silvio estaba por acariciarle el cuello, llamaron a la puerta.
Una enfermera entró acompañada de una mujer.
Parecía de unos treinta y tantos, muy guapa y con un aire de dulzura y delicadeza.
—Silvio, una amiga de tu esposa ha venido a verla. Hablen tranquilos. Si necesitan algo, me llaman.
—Gracias, enfermera.
Silvio asintió y giró para mirar a la mujer desconocida.
Siguió acariciando la mano de Esther, sin soltarla por la presencia de la visitante.
—¿Ustedes... Ya están casados?
La mujer miró a Silvio de arriba abajo.
Luego se quedó mirando a Esther, con una expresión de profunda pena en sus ojos.
—Sí, señora. Así es. ¿Es usted amiga de Esther?
—Sí...
—Sí, muy buenas amigas.
La mujer asintió con la cabeza. Su voz sonaba apagada, con un matiz enigmático difícil de descifrar.