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Capítulo 12

Apenas colgó, entraron sus tíos a la oficina, listos para hablar con ella. Alexandra había esperado desde su llegada el enfrentamiento con el dúo problemático, así que se reclinó en su silla y los miró atentamente. Incluso antes de que pudieran decir algo, ya sabía que era lo que planeaban. "Alex", comenzó Daniel, acercándose más a su sobrina que su hermano. "A tu tío y a mí nos gustaría hablar contigo". Para respaldar las palabras de su hermano, Benjamín asintió con la cabeza. Sus ojos se cruzaron con los terribles orbes grises de la mujer. Su ánimo decayó. "Claro, yo también quiero decirles unas cuantas cosas”, contestó ella en tono monótono. “Iremos al grano, querida. Como tu tío y como alguien mayor que tú, te informo que a Benjamín y a mí no nos gusta la forma en la que nos tratas. Queremos que…”, el hombre se cayó al escuchar la risa de su sobrina. Alexandra se reía con ganas. Todo pasaba como ella lo había predicho. “Alex, tu tío…”, comenzó Benjamín, pero su voz se apagó cuando la rubia levantó la mano, silenciándolo. "Es suficiente. Ya escuché demasiadas t*nterías", los reprendió ella. Luego prosiguió: "Ahora es mi turno, queridos tíos. Explíquenme su intento de engaño". La frente de los hombres se perló con sudor. Su sobrina no les quitaba la mirada de encima y esos ojos penetrantes los sofocaban e intimidaban. La mujer que tenía frente a ellos ¿era la misma con la que vivieron en la mansión Grey? “¿De verdad creyeron que podían ocultarme algo, en mi propia compañía? Tíos Daniel y Benjamín, ¿están probando mi paciencia? Porque déjenme decirles que se me está agotando. “Alex, pero ¿qué te hemos hecho?”. "Ah, tío Daniel, ¿ahora eres tú el que va a soltar m*erda?", se burló la rubia.  El dúo estaba más enojado que nunca, pero mantuvo la compostura. Los hombres habían hablado antes de ver a su sobrina y Daniel había propuesto que la trataran con respeto para hacerle creer que ganó y, cuando menos se lo esperara, la obligarían a cederles la presidencia de Grupo Grey. El plan no solo resultó inútil, también los estaba haciendo quedar como e*túpidos.  Y por como iban las cosas, lo más probable es que uno de los hermanos perdiera los estribos.  "Alex…", insistió el hombre. “Ya te dejé hablar, déjame hablar a mí. Pero si tantas ganas tienes de soltar tu verborrea, contesta mi pregunta", soltó la presidenta de Grupo Gray, con ira y el resentimiento en sus palabras y con una mirada capaz de poner nervioso a cualquiera. “¿Estás enojada por la reunión que organizamos sin avisarte? Ya te dije que fue para apoyarte y que no estuvieras sepultada en trabajo, pero me parece que lo tomaste como algo personal". "¿Y cómo quieres que lo tome? ¿Una junta de accionistas sin la presidenta? Cualquier persona que escuche eso pensaría que mis devotos tíos están tratando de derrocarme", dijo la mujer. El dúo se tensó al darse cuenta de que su sobrina había descubierto su plan. ¡Qué tontos habían sido al creer que podían engañar a Alexandra! Ya no era la chiquilla obediente y sumisa que conocieron, sino una mujer independiente y sagaz. Además, si tan solo se hubieran preguntado la razón por la que no les dejaron a ellos la dirección de la empresa se habrían ahorrado todos estos problemas. El padre de Alexandra se había dado cuenta de que ellos eran unos hombres codiciosos y sedientos de poder, incapaces de liderar una empresa de talla global. Al ver que sus tíos permanecían callados, la presidenta colocó los brazos en su escritorio, y recargó su cara en una de sus manos. "Queridos tíos, esa no era su intención, ¿verdad?", preguntó. Daniel y Benjamín se paralizaron. Podían escuchar el latido de sus corazones por lo acelerado de sus pulsos. Pensaron que no había forma en la que su sobrina hubiera descubierto su plan.  Su error les costaría caro. Alexandra sabía cómo eran en realidad y que intentarían sacarla de la empresa rápidamente. Así que tomó precauciones y estaba lista para detenerlos. "¡Claro que no! No seríamos capaces de hacer algo tan vil y menos a alguien con quien compartimos sangre,", se defendió Benjamín, en un tono inusualmente alto para alguien que no ha hecho nada.  Al escuchar la desesperación en la voz de su tío, Alexandra se sintió complacida y sonrió antes de decir: “Ajá. Por supuesto". Daniel dio un paso adelante y, para respaldar a su hermano, declaró: “Benny tiene razón, Alex. Cuando Miguel falleció con esa mujer… digo tu madre, te acogimos como a uno de los nuestros”. La forma despectiva en la que Daniel se refirió a su madre no pasó desapercibida para Alexandra. Tampoco es que le sorprendiera. Sabía que los hermanos de su padre habían odiado a su mamá, aunque desconocía el motivo.  Algunos especulaban que su odio venía de su origen: era una extranjera. Otros creían que se debía a que ella no permitía ninguna de sus t*nterías en su presencia. Y ahora nadie sabría la verdad. La respuesta quedó enterrada con la bella italiana hace años. Llevada al límite por tanta i*iotez, Alexandra azotó su puño contra el escritorio. El sonido del impacto inundó la oficina. “¿Cómo te atreves a hablar de mi madre de esa manera? Lárgate antes de que lo lamentes". “Pero Alex…”, intentó Benjamin, pero rápidamente fue interrumpido por su sobrina. “¿Acaso son sordos? ¡Les dije que no los quiero ver! ¡Lárguense!", gritó la joven. Al ver que sus planes se derrumbaban frente a sus ojos, los dos hermanos salieron, de mala gana, de la oficina de Alexandra. Habían sido derrotados. Cuando los hombres se fueron, la mujer se dejó caer en su silla. Todavía le dolía la mano con la que golpeó el escritorio. No estaba segura de cuánto tiempo podría soportar a sus tíos antes de meterlos a la cárcel. Si lo hacía antes de tiempo, se arruinarían sus planes y además haría enojar al gran jefe, sin olvidar que todo lo que había tenido que soportar sería en vano. No, no podía permitir eso, tenía que vengarse de todas las personas que habían hecho daño a sus padres y a ella, sin importar lo que costara. ********* En otro lado de la ciudad un auto con vidrios polarizados, un exterior que mostraba el poder y el dominio de su dueño, atravesaba a toda velocidad la ciudad. En su interior y en la parte trasera estaba Lucien, con las piernas cruzadas y con una tableta en la mano que le iluminaba el rostro. En la pantalla veía varias fotos de Alexandra. En ellas, la mujer aparecía con el cabello castaño, a excepción de una en la que estaba de rubia. El hombre todavía no entendía cómo pasó de ser una mujer obediente, sumisa y extremadamente ingenua a una presidenta fría, calculadora y que no temía hablarle con desprecio a sus parientes... y a él. Además, sus ojos eran duros. En ellos no había amor, compasión o remordimiento cuando la veía. Lo único que había visto en esos duros orbes grises fue un gélido vacío. Lucien dejó la tableta, se recargó en su asiento y desabrochó algunos de los botones de su traje.  Tenía que dejar el asunto de su ex esposa por la paz, pero no podía evitarlo. Cada vez que recordaba como lo miraba con indiferencia, como le hablaba como a cualquier otro extraño y se alejaba de él como si tuviera alguna enfermedad, le hervía la sangre. ¿Qué había pasado con su empalagosa actitud? ¿Qué había sido de la Ariadne que corría a la puerta apenas escuchaba el motor de su carro? El pelirrojo seguía dándole vueltas al asunto. No se daba cuenta, pero la situación hacía que perdiera la cabeza. Una voz lo sacó del trance. "... la señora dijo que iría a probarse el vestido". Lucien volteó a ver a su asistente y con los ojos entrecerrados exclamó: "¿Qué?". Lucas parpadeó sorprendido. Nunca había visto a su jefe tan distraído. Como estaba pensando en eso, se tardó en responder. "La señora me pidió que le avisara que iría a probarse el vestido". Al ver que Lucien fruncía el ceño en su intento por recordar sus compromisos, el asistente agregó: "Para la próxima subasta de la galería de los señores Benli. Insistió en que usted fuera por ella a la boutique de la señora William".  El asistente le pasó la información a su jefe, pues a este último no le gustaba recibir mensajes durante su jornada laboral y mantenía su celular en modo No molestar. Los labios de Lucien formaron una tensa línea en su rostro. A diferencia de Alexandra, Octavia siempre exigía atención... El pelirrojo parpadeó al darse cuenta de que una vez más había estado pensando en su ex esposa. Estaba convencido de que la razón de su obsesión se debía a un problema con su cabeza. No había otra explicación. "¿Joven maestro?", lanzó Lucas al ver que su jefe no decía nada. Lucien recuperó la compostura y se esforzó por sacar de su mente a Alexandra. Después, dijo: “Avísale a Octavia que estaré allí, apenas termine la reunión con los clientes”. El asistente asintió desbloqueó la pantalla de su celular para pasarle la respuesta de su patrón a la señora. Cuando el sonido del teclado del asistente llenó el auto, Lucien activó su tableta. Tenía trabajo que hacer y así podría evitar pensar en su ex esposa. Sin embargo, apareció en la pantalla una foto de Alexandra. Por alguna razón que desconocía, la mujer en la pantalla le parecía irresistible.

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