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Capítulo 4

Ese día, por la noche, Lucien regresó a la casa y lo primero que notó fue el silencio fantasmal que reinaba. Primero, algo se sentía extraño, pero no lograba descifrar qué. No obstante, cuando sus ojos se posaron en la mesita con los papeles de divorcio, todo pareció cobrar sentido.   Era la ausencia de cierta persona… Mientras paseaba, recogió el documento y lo revisó. Un sentimiento inexplicable surgió en su corazón, haciendo que el pelirrojo hombre parpadeara, confundido. «¿Lo firmó?», pensó, barriendo la sala de estar con su mirada, sólo para confirmar su partida. Aun así, su habitual perfume de lavanda flotaba en el aire, reafirmando su presencia a pesar de su ausencia… Terminó guardando los archivos. Un suspiro escapó de sus labios mientras estiraba los dedos para sacarse la corbata. Había conseguido lo que quería, ¿así que por qué se sentía…? Sus pensamientos se detuvieron cuando se percató de la brillante caja envuelta como regalo. Cuando la destapó, se sorprendió al ver el reloj que estaba dentro. Era un raro Patek Philippe hecho a medida. Lo más curioso era el grabado en la parte inferior. «L & A». Dentro de la caja, junto al reloj, había una tarjeta. La caligrafía en la nota era suave y trabajada, como escrita por un experto: [Cada año a tu lado ha sido una bendición, a su manera. ¡Feliz aniversario número cinco, Lucien!]. Resonaron en su cabeza como si la propia Ariadne las estuviera diciendo, lo que hizo que unos pensamientos volvieran a aparecer en su mente. Su exesposa nunca había sido de las que compraban cosas extravagantes, así que nunca se interesó por sus gustos. En general, nunca le había prestado atención. Y hasta donde él sabía, no era más que una huérfana mantenida por su madre. Además, el mayordomo nunca le había informado de alguna compra elevada. Entonces, ¿de dónde había sacado tanto dinero sin que él se percatara? La mirada de Lucien se oscureció mientras llamaba a Lucas, su asistente personal. “Haz que alguien investigue a Ariadne y mándame su ubicación actual”, ordenó con voz seria. Antes de que el joven pudiera retirarse para acatar, agregó: “Y que alguien me traiga un informe de sus antecedentes”. Cuando el joven salió corriendo, Lucien volvió a mirar la caja que tenía en las manos. «¿Era posible que Ariadne le haya ocultado algo?» En ese caso, ¿qué era lo que no le había dicho? *** En algún lugar del occidente de Seattle, se llevaba a cabo una reunión de accionistas en la sala de conferencias de Grey Enterprise. Las voces reverberaban entre las cuatro paredes del salón, elevándose con cada segundo que pasaba, mientras los presentes intentaban poner su opinión por encima de la del otro. “Las ganancias de la empresa han disminuido considerablemente en los últimos tiempos. Nos urge alguien estable, con el poder suficiente como para controlar la compañía”, expresó Ash Williams, un accionista propietario del ocho por ciento de Grey Enterprise. “Y considero que Benjamin es nuestra mejor opción”. Cuando terminó de hablar, Cory Rossi, una accionista que poseía el doce por ciento de la empresa, levantó la voz: “¿Quieren dejar la empresa en manos de ese viejo? ¿Acaso están ignorando la última voluntad de nuestro verdadero fundador, Miguel Grey?”. “¿Qué sugieres, entonces? ¿Hacer que una muerta maneje la compañía? ¡Escúchese, señora Rossi!”, se burló Ash. “Alexandra está muerta, y Grey Enterprise debe seguir adelante, o terminaremos en ruinas”. Cory cerró los puños con fuerza bajo la mesa, pues odiaba como se dirigían a esa pobre chica. A pesar de que la policía seguía investigando su desaparición, esos malvados empresarios ya la daban por muerta. «¡Dios! Bendícenos con su regreso cuanto antes. De lo contrario, estos gusanos chupasangres robarán el arduo trabajo de sus padres», rezó. Y cuando estaba a punto de decir algo, la puerta de la sala de conferencias se abrió de golpe para dar paso a alguien. La habitación se sumió en una profunda conmoción mientras las voces aumentaban su volumen:  “¡Alexandra! ¡Es Alexandra!”, señaló Ash, que casi se cayó de la silla al no poder creer lo que veía. Liam Gold estaba confundido y boquiabierto, como si fuera un pez fuera del agua, mientras miraba a la mujer rubia ante ellos. No creía que los muertos volvieran de la tumba, así que tenerla allí solo podía significar una cosa: Estaba viva. ¡La verdadera heredera de Grey Enterprise volvió! Cory era la más feliz, y permaneció en silencio mientras las lágrimas caían por su rostro. Luego de ver cómo reaccionaron ante su llegada, la rubia caminó hacia su asiento correspondiente. Sus tacones golpeaban el suelo con cada paso que daba, creando un sonido rítmico. Para algunos era como una gloriosa melodía, y para otros, una alarma que indicaba el inminente peligro. Cuando se sentó, descansó en su silla. Una diabólica pero encantadora sonrisa adornó sus gruesos y rosados labios. “¿Les sorprende tanto verme viva?”, preguntó. Como nadie se atrevió a responder, el lugar quedó sumido en un profundo silencio. Satisfecha con la respuesta y la implicancia de que nadie se atrevería a ir contra ella, se puso seria para anunciar: "Como única heredera legítima de mi padre, Miguel Grey, yo Ari-", empezó, pero se apresuró a corregirse, ya que no usaría ese patético nombre. “Yo, Alexandra Grey, vuelvo para retomar el control de Grey Enterprise, a partir de hoy”.

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