Capítulo 5
Diana lo apartó con fuerza. Su voz sonaba cansada, tensa, llena de un asco contenido: —Estoy agotada. No quiero tener sexo.
Héctor, tras varias negativas seguidas, frunció el ceño. Pero al verla tan pálida, terminó conteniéndose: —Está bien, duerme.
Al día siguiente, cuando Diana despertó, se sorprendió al verlo aún allí. No se había marchado temprano como de costumbre.
—¿Todavía estás aquí?
—¿Y adónde más podría ir? —Contestó él, con una sonrisa despreocupada, acercándose para abrazarla. —Ayer te hice enojar, así que hoy pedí el día libre para compensarte, ¿te parece?
Diana comprendió enseguida.
Seguramente Andrés no quería molestarse en fingir, y había encargado a su hermano la tarea de reconciliarse con ella.
Sintió un dolor en el pecho; quiso decir que no hacía falta, pero Héctor no le dio tiempo: —Siempre decías que querías hacer conmigo las cien cosas que toda pareja debería hacer, ¿no? Hoy las haremos todas.
No aceptó un no. La sacó del departamento y la llevó al cine, al parque, a comer postres. Pasaron el día repitiendo gestos dulces y vacíos, una parodia de felicidad.
Al anochecer, la llevó a un club privado.
—Toma algo, relájate. —Le dijo al acomodarla en un sofá del reservado. —Voy a pedir las bebidas. Vuelvo enseguida.
Cuando se fue, la habitación quedó en silencio.
Diana se recostó contra el respaldo, exhausta. Solo quería que todo terminara cuanto antes.
De repente, la puerta se abrió de un golpe. Varios hombres, tambaleándose por el alcohol, irrumpieron en la sala. Al verla, sus ojos se iluminaron.
—Vaya, aquí hay una chica. ¡Y qué linda!
—Ven, acompáñanos a beber. ¿Cuánto cobras por noche?
—Yo no soy... —Diana se incorporó sobresaltada, pálida, intentando explicarse.
—¡Deja de fingir inocencia! Todos saben a qué se viene aquí. —Los hombres, ebrios, no le creyeron; se acercaron con sonrisas torcidas y uno de ellos cerró la puerta con un golpe seco.
Diana retrocedió, aterrada, forcejeando, pidiendo ayuda. Pero su fuerza no era nada frente a varios hombres ebrios. Sintió manos ajenas desgarrarle la ropa. La desesperación la envolvió como una marea helada.
Y justo cuando creyó que todo estaba perdido.
Un estruendo sacudió la sala: la puerta se abrió de una patada desde afuera.
Héctor irrumpió furioso en la habitación. Al ver lo que ocurría dentro, los ojos se le encendieron de rabia.
Se lanzó contra los hombres como una fiera desatada, sus golpes eran certeros, brutales. En cuestión de segundos, varios cayeron al suelo.
Pero eran demasiados. En medio del caos, uno tomó una botella vacía y la levantó, apuntando directamente hacia Diana.
—¡Cuidado! —Gritó Héctor, arrojándose sobre ella para cubrirla.
El golpe le estalló en la cabeza, el vidrio se rompió al instante. La sangre empezó a correrle por el cuello.
Soltó un gruñido ahogado, giró el cuerpo con los ojos encendidos y de una patada lanzó al atacante varios metros atrás.
En ese momento, los guardias del club y el encargado finalmente llegaron y pusieron fin a la pelea.
Héctor dio un paso en falso, perdió las fuerzas y cayó en los brazos de Diana.
Ella, viendo la sangre manar sin detenerse de su cabeza, sintió la mente en blanco. Solo alcanzó a marcar el número de emergencias.
En el hospital, pasó la noche entera a su lado.
Al amanecer, una enfermera se acercó con amabilidad: —El paciente está estable, pronto despertará. Debería ir a descansar un poco.
Diana, exhausta, asintió. Salió del pasillo, pero a mitad de camino recordó el abrigo y volvió.
Al llegar a la puerta de la habitación, escuchó la voz de Héctor, despierto, hablando por teléfono.
—Estoy bien, no me voy a morir.
Hubo un silencio, y luego una risa amarga: —Si no hubiera montado esta escena del héroe salvador, ¿cómo habría logrado acostarme otra vez con ella? Es deliciosa, piel blanca, cintura suave. Y lo mejor es que cuando gime suena un poco como Lorena. Cierro los ojos y es como si la tuviera a ella.
—¿Que si me gusta Lorena? Claro que sí. Mi hermano también la ama, ¿qué puedo hacer yo?
—¿Quitársela? No, para qué. Lorena lo ama a él. Me basta con quedarme al margen...
—Mientras no la haya dejado del todo, aprovechar para dormir con ella una vez más.
Fuera de la habitación, Diana sintió como si un rayo la hubiera alcanzado; el cuerpo entero se le heló, paralizándola al instante.
¡Así que incluso aquella escena de héroe salvando a la dama, la noche anterior había sido una farsa, planeada por él mismo! ¿Solo para acercarse a ella con más facilidad? ¿Buscando en su cuerpo la sombra de Lorena?
Ella había creído que en aquella protección desesperada había, al menos, un destello de sinceridad, pero todo había sido una burla. Más cruel y más absurda que la frialdad de Andrés.
Con el alma desgarrada, se tapó la boca para no sollozar y, tambaleándose, huyó del hospital.