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Capítulo 18

Al salir de la cafetería, todavía escuché a Ramón gritar a mis espaldas: —¡Quédate ahí! No le hice caso, pero él corrió detrás de mí y me agarró del brazo: —Aclárame lo que has dicho. Solté una risa fría: —¿Qué quieres que aclare? No te gusto, te gusta Lucía. Pues que sean felices, que se junten la fulana y el perro y que dure para siempre. No tenía fuerzas para seguir discutiendo y me giré para irme. Pero él rugió detrás de mí: —¿A quién llamas perro? ¿A quién llamas fulana? Después de soltarles eso, regresé al dormitorio con un humor sorprendentemente bueno. Tras lo de hoy, Ramón no se atrevería a volver, y yo por fin podría disfrutar de unos días tranquilos. Me encanta no tener a nadie molestándome. Ramón, en efecto, no apareció más, pero al día siguiente, la cafetería recibió a otra persona a la que tampoco me apetecía ver: Lucía. Ella vino sola, increíblemente. Esta vez, nada que ver con la inocente florecita de ayer. Desde que cruzó la puerta, su mirada evaluadora se posó en mí,

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