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Capítulo 9

Sandra no podía creer que aún estuviera viva. De pronto abrió los ojos con dificultad, viendo a la enfermera cambiar el frasco de medicamentos, y por un momento pensó que esto solo era un sueño. —¿Despertaste? Qué bueno, te hemos estado cuidando con esmero durante todo el día y toda la noche. Por suerte, tienes buena fortuna. Descansa, necesitas recuperarte durante este tiempo. Al escuchar esa voz reconfortante, Sandra al final despertó y se dio cuenta de que había vuelto a escapar de la muerte. Por unos minutos, sintió tanto alivio como tristeza; deseaba reír y llorar al mismo tiempo, su mente estaba llena de emociones encontradas, y le tomó un buen rato calmarse. Recuperada la compostura, pidió que un enfermero la acompañara en los respectivos controles, en los cambios de vendajes y para cuidar su alimentación y bienestar. Nadie la molestaba en lo absoluto, su cuerpo se recuperaba poco a poco y su ánimo también mejoraba cada día. De vez en cuando, el médico venía a hacer las visitas y, al revisar su estado, siempre le hacía algunas preguntas, al parecer de manera casual. —Te lastimaste tanto, ¿tu esposo no ha venido a cuidarte estos días? —¿La persona que te trajo al hospital en realidad era tu esposo? Ante esas cruciales preguntas, Sandra solo tenía una respuesta. —Él no es mi esposo, estoy soltera. Mientras tanto, Valeria seguía insistiendo una y otra vez en enviar mensajes, mostrando cómo Ricardo le traía agua, la cuidaba, la acompañaba de compras y le compraba cantidad de regalos. Al ver todo esto, Sandra no sintió nada en su corazón. El tiempo pasó con rapidez y llegó el día en que Sandra podía irse del hospital. Justo cuando terminaba de recoger sus cosas, recibió una llamada desconocida. —Señorita Sandra, su visa ha sido aprobada, ¿cuándo podrá pasar a recogerla? Al escuchar esta grandiosa noticia, una sonrisa de alivio apareció en la cara de Sandra, y su voz sonó mucho más ligera. —Esta tarde tengo tiempo, ¿hasta qué hora está abierta la embajada? Escuchaba con atención la respuesta, sin notar que la puerta de la habitación se abría. Ricardo entró haciendo mala cara, y su tono, aunque sombrío, llevaba una pizca de duda. —¿Vas a la embajada para qué? Al verlo, la sonrisa en la cara de Sandra desapareció de inmediato y colgó. —No es nada, no te incumbe en lo absoluto. Al escuchar su tono tan frio, la expresión de Ricardo se ensombreció al instante. —¿No me incumbe? No lo olvides, ahora eres mi esposa, tengo derecho a saber el propósito de tus acciones. —No soy tu esposa, tu esposa es Valeria. Sandra lo miró fijamente, su tono de voz tan apacible. Ricardo, que al principio tenía algunas dudas, vio cómo estas se desaparecieron enseguida al escuchar sus palabras. Pensó que ella solo estaba celosa una vez más, haciendo algún truco para llamar su atención, y no pudo evitar seguirle el juego en la conversación. —Sí, somos esposos solo en apariencia. En mi corazón, Valeria es mi verdadera esposa. Por eso, he decidido hacerle una boda, y será mañana. Tú asistirás a la ceremonia como invitada. Al escuchar la invitación que él le hizo, los ojos de Sandra se movieron con desgano y sonrió silenciosa. —Tranquilo, mañana te prepararé un gran regalo. Al ver su reacción tan apacible, Ricardo notó que algo no estaba bien. Justo cuando iba a preguntar, sonó el celular; era Valeria. —Ricardo, ¿cuándo vienes a buscarme? ¡Quiero probarme mi vestido de novia! Al escuchar su tono coqueto, Ricardo de inmediato dejó de lado todo lo demás. Mientras la consolaba por teléfono, se dio la vuelta para irse. Antes de salir, recordó algo y regresó para agregar. —Por cierto, ya he dejado todo preparado para Valeria. Puedes mudarte a mi casa esta misma noche, como compensación por haberle donado sangre para salvarla hace unos días. Sandra lo observó alejarse y, en voz baja, le dijo. —¿Compensación? Lo único que quiero es cortar todos los lazos que me unen a tí y no volver a tener nada que ver contigo hasta el final de mis días. Después de completar el trámite de alta, Sandra fue al consulado a recoger su visa. Regresó a casa, durmió muy bien y el despertador sonó puntual a las ocho. Después de levantarse, puso las grabaciones y dos copias de su acta de matrimonio en una caja y llamó a un repartidor. —Por favor, entrega estas cosas al mediodía en la dirección de la invitación, a un tal Ricardo. Dile que es un regalo de boda de parte de Sandra, deseándole felicidad en su matrimonio, y que vivan felices juntos hasta hacerse viejitos. Una vez que terminó, Sandra miró de reojo la hora, tomó su maleta y se dirigió al aeropuerto. A las once y media como estaba previsto, abordó el avión y eliminó todos los contactos de Ricardo de su teléfono. La nieve comenzó a caer fuera de la ventana, y la ciudad en la que había vivido por más de veinte años se fue haciendo cada vez más pequeña, hasta convertirse por completo en un pequeño punto negro. Cerró los ojos, dejando que el sueño la invadiera, tranquila y sin miedo en su corazón. Sabía muy bien que la pesadilla que había durado dos vidas ya había por fin terminado. A partir de ahora, solo habría sueños hermosos en su vida.

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