Capítulo 1

Silvia Pond estaba recogiendo el regalo para su tercer aniversario de bodas con Neil Remus cuando recibió un mensaje de Ada Pond. Cuando Silvia abrió el mensaje, fue recibida con la sorpresiva vista de varias fotos íntimas de dos personas. Su cara palideció al instante cuando se dio cuenta de quiénes eran esas personas. ¡Eran Neil y Ada, su hermana gemela! Las fotos mostraban a los dos abrazándose y besándose. Pero ella notó una cosa en todas ellas: La mirada amorosa que le dirigía Neil a Ada. A pesar de que habían estado casados por tres años, Neil nunca había mirado a Silvia de esa manera. [¿Recuerdas este lugar?]. Silvia se sobó las sienes. El lugar donde se habían tomado las fotos sí que le resultaba familiar, pero antes de que pudiera recordarlo, le llegó otro mensaje de Ada. [Se supone que vivirían en esa casa después de casarse. ¿No lo reconoces?]. [Oh, casi lo olvido. Neil solo te dejó entrar en esta casa el día de su boda. ¿Sabes por qué?]. [¡Porque Neil compró esta casa para mí! ¡Si su abuela no hubiera interferido en el día de su boda, nunca habrías tenido la oportunidad de poner un pie dentro de ella!]. Los mensajes de Ada hicieron que el corazón de Silvia palpitara con más fuerza. Sus manos temblaron mientras los leía. Silvia apretó el teléfono y escribió lentamente una respuesta. [Deja de enviarme estas fotos. Tu relación con Neil es cosa del pasado]. [Ja, ja, ¿en serio crees que lo nuestro terminó?] [He estado en el país por dos meses. Neil no ha estado en casa por los últimos dos meses, ¿verdad?]. [Él no ha tenido tiempo para ir a casa porque se ha estado quedando conmigo en esta casa todos los días después del trabajo. ¿Sabes lo que me dice después de que tenemos sexo? Que eres aburrida. No eres diferente a una muñeca sexual]. [Eres un fracaso como mujer. Si fuera tú, ¡me habría suicidado hace mucho tiempo!]. [Es mejor que dejes a Neil mientras están en buenos términos por el bien de su relación pasada. De lo contrario, ¡solo terminarás avergonzándote!]. … Silvia no podía recordar cómo se las arregló para llegar a casa. Solo salió de sus pensamientos cuando escuchó el sonido de la cerradura de huella dactilar abriéndose. Neil abrió la puerta y vio a Silvia sentada cerca de la puerta. Él frunció el ceño subconscientemente con descontento. “¿Por qué estás sentada aquí?”. Silvia lo miró. Su apuesto rostro todavía hacía que su corazón palpitara. Ella intentó encontrar un atisbo de afecto en los ojos del hombre, pero todo lo que pudo encontrar fue molestia. Neil la había mirado de esa forma los últimos tres años. Ella se había acostumbrado a esto, pero su corazón dolía tras enterarse de que él podía mirar a otra mujer con cariño. Ella se levantó lentamente y miró a Neil a los ojos. “¿Por qué no me contaste que Ada había regresado?”. Una pizca de sorpresa apareció en los ojos de Neil, pero a pesar de eso, su respuesta fue indiferente: “Tú y Ada no están en buenos términos, así que no tenía razón para contártelo”. Silvia se forzó a sonreír. ¿Era porque no tenía razón o porque tenía miedo de que ella se enterara de su infidelidad? Ella cerró los ojos y dijo lentamente: “Neil Remus, si me consideras tu esposa, no deberías haberte acostado con Ada en esa casa. ¡La casa que se supone fuera nuestra!”. La falsa calma de Neil se quebró un poco. “¿Cómo sabes eso?”. “¿Estás preguntándote cómo me enteré de esto? ¡Pregúntale a Ada! ¡Me pregunto qué le dio el valor a una amante de mandarme esas fotos para hacerme enojar!”. “¡Silvia Pond!”. Neil estaba furioso y miró a Silvia con frialdad. La Ada que conocía era inocente. Ella nunca lastimaría a nadie, y mucho menos haría algo para hacer enojar a Silvia. “No hay nada entre Ada y yo. Ella solo se está quedando en la casa por un tiempo. Además, ¡ella nunca te enviaría ninguna foto!”. El que Neil confiara en Ada lastimó a Silvia, cuyos ojos se enrojecieron. “¿Por un tiempo? ¿Crees que soy estúpida? Dijiste que ella nunca me enviaría esas fotos. ¿Acaso estás implicando que la estoy calumniando?”. “Quizás confiaría en ti si fueras cualquier otra persona, pero a ti siempre te ha desagradado Ada e incluso hiciste algo así en el pasado”. Silvia frunció los labios, encontrando lo que decía absurdo. Neil se había puesto del lado de Ada instintivamente sin siquiera pedirle ningún detalle al respecto. No era de extrañar que Ada se atreviera a enviarle esas fotos a Silvia. Es probable que ella supiera que Neil se pondría de su lado. Silvia cerró los ojos con cansancio y dijo en un tono indiferente: “No importa. Cree lo que quieras”. Neil se enojó. “Ada no te debe nada. ¡Deja de hablar mal de ella!”, dijo con frialdad. A pesar de que Silvia no le había hecho nada a Ada, Neil estaba actuando como su protector. Si Silvia lastimara a Ada, probablemente la haría pagar por sus acciones. Silvia tenía una sonrisa sin autoestima. “Neil, ¿alguna vez te he gustado en estos tres años de matrimonio? ¿Siquiera un poco?”. La fría mirada de Neil se fijó en Silvia. “Como me casé contigo, te cuidaré de por vida”. El que se negara a responder decía mucho. Él nunca gustó de ella. Silvia se rio entre dientes y se dio la vuelta. Se negaba a dejarlo ver las lágrimas en sus ojos. Entonces, ella dijo con el corazón roto: “Divorciémonos”. A pesar de que había trabajado duro por tres años, ella solo se había estado engañando a sí misma creyendo que podía ganarse el corazón de ese hombre. Era hora de aceptar la realidad. El enojo y la impaciencia de Neil empeoraron. “¡Silvia, deja de ser irracional!”. Silvia no podía creer que él pensara que ella era irracional. Ella se limpió los ojos con el dorso de la mano y lo miró con seriedad. “No estoy siendo irracional. Conseguiré un abogado para que se encargue del papeleo. ¡No te pediré ni un centavo!”, dijo. Silvia no le ofreció a Neil ningún activo personal cuando se casó con él. Ya que se iban a divorciar, ella no quería que él creyera que lo hacía por su dinero. Una expresión de molestia apareció en el rostro de Neil al darse cuenta de que Silvia hablaba en serio. Su cuerpo exudaba un aura de frialdad. “Silvia, no tengo tiempo para discutir contigo. Fingiré que no escuché lo que dijiste. Hablemos cuando te hayas calmado”. Tras decir esto, Neil se fue sin mirar atrás. Esta era la táctica que Neil siempre usaba cuando se peleaban. Él le hacía la ley del hielo a Silvia hasta que ella se disculpaba con él. Silvia solo se dio cuenta de lo patética que había sido en el pasado cuando decidió divorciarse. Neil nunca se había molestado en consolarla cuando se peleaban. Sin embargo, esto terminaría pronto. A la mañana siguiente, Silvia se reunió con un abogado para redactar un borrador del acuerdo de divorcio. Cuando imprimió el acuerdo, el abogado trató de disuadirla de su decisión. “Señora Remus, la Corporación Remus tiene un valor de cientos de miles de millones. Ha estado casada con el señor Remus por tres años y se ha molestado en mantenerlo en secreto. Sería razonable que pidiera incluso varios cientos de millones de dólares”. Silvia forzó una sonrisa. “Está bien. Solo quiero divorciarme de él tan pronto como sea posible”. El abogado se rindió después de ver la determinación de la mujer, le dio el acuerdo de divorcio y se fue. Silvia pasó las páginas del acuerdo hasta llegar a la última y firmó sin dudarlo. Ella se quitó el anillo y lo colocó sobre el acuerdo. Tras esto, se levantó y subió las escaleras a empacar sus cosas. Ella terminó de empacar en menos de una hora, ya que no tenía muchas cosas. Ella no quería nada de lo que Neil le había dado, por lo que le bastó con una maleta. Antes de irse, Silvia le dio una última mirada a la mansión en la que había vivido por tres años. Ella no sentía ninguna conexión con ese lugar. Sin importar lo mucho que lo había intentado, ella no había podido obtener aquella cosa que quería. Neil nunca le perteneció a ella. Le tomó tres años entender esto, pero no era demasiado tarde. Silvia salió de la mansión y vio un Lamborghini rojo estacionado en frente de la puerta. El conductor la vio e hizo sonar la bocina del coche. Silvia colocó su maleta en el maletero y se subió al asiento de pasajero. La conductora era una mujer de figura curvilínea y piel clara. Ella también estaba usando un par de gafas de sol tan grandes que cubrían gran parte de su rostro, lo que hacía que sus rasgos se vieran más delicados. Una vez Silvia se subió en el coche, Dulcie Reed levantó una ceja y preguntó: “¿Has tomado una decisión?”.
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