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Capítulo 5

Apenas esas dos palabras salieron de su boca, un murmullo de asombro recorrió la sala. Todos la miraban con incredulidad. Incluso Manuel, quien siempre había mostrado una absoluta indiferencia hacia Flavia, no pudo evitar que su expresión se tornara sombría. El ambiente se tensó de inmediato. Pasó un largo rato antes de que alguien, tratando de aligerar la situación, soltara una risa incómoda y cambiara de tema. Pero después de lo sucedido, nadie tenía ganas de seguir con la reunión. No tardaron mucho en dispersarse. La velada terminó de forma abrupta. Manuel, como si nada hubiera pasado, no dijo ni una sola palabra. Sin embargo, en cuanto subió al carro, su mirada se clavó en ella con intensidad. —¿Qué quisiste decir con tu respuesta? Flavia lo observó, abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera decir algo, él volvió a hablar, —¿Todavía estás molesta porque te dejé plantada cuando íbamos a ver el atardecer? Solo entonces Flavia comprendió algo: en la mente de Manuel, ella seguía perdidamente enamorada de él. Ni siquiera había considerado la posibilidad de que su amor por él pudiera haber desaparecido. Por eso asumía que su respuesta había sido una simple rabieta. Pero a ella ya no le importaba explicarse. Que él pensara lo que quisiera. Al notar su silencio, Manuel interpretó su actitud como una confirmación de sus sospechas y, con ello, la incomodidad que sentía se disipó un poco. Tras un instante de silencio, añadió con naturalidad, —El clima no ha estado muy bueno últimamente, otro día te acompaño a ver el atardecer. Flavia asintió sin mucho interés, dándolo por terminado. Solo ella sabía que no habría otro día. El carro llegó pronto a la mansión de la familia Santos. Manuel se duchó y se acostó a su lado. Instintivamente, quiso abrazarla, pero una vez más, ella lo apartó. —No es necesario. Ya no necesito escuchar los latidos de tu corazón. Puedo dormir sola. Era la segunda vez que Flavia le decía lo mismo. Si hubiera sido antes, Manuel se habría sentido aliviado al oír esas palabras. Pero por alguna razón, en ese momento, lo único que sintió fue una profunda irritación. Manuel no quería seguir escuchando esas palabras. Con un impulso decidido, intentó acallarla con un beso, pero en cuanto se acercó, Flavia giró la cabeza y lo esquivó. Con los ojos aún cerrados, su voz sonó cansada. —Estoy agotada. Vamos a dormir. El orgulloso presidente de Grupo Santos, Manuel, acostumbrado a ser perseguido y complacido, se encontró siendo rechazado una y otra vez en una sola noche. Su expresión se ensombreció al instante y, sin decir más, se giró, ignorándola por completo. Al día siguiente, Manuel salió temprano rumbo a la empresa. Flavia, en cambio, permaneció en casa descansando, ya que sus heridas aún no sanaban del todo. Justo después del almuerzo, su celular comenzó a sonar. Miró la pantalla: era Federico Ramírez, el asistente de Manuel. Al responder, la voz ansiosa de Federico se escuchó al otro lado de la línea, —¡Señora, el presidente Santos no se siente bien del corazón! Se nos acabó la medicina en la oficina, ¿podría traerle algunas pastillas? No era la primera vez que Federico la llamaba directamente para que le llevara los medicamentos. De hecho, antes ni siquiera hacía falta que él lo pidiera; Flavia siempre se aseguraba de que nunca faltaran. Cada vez que escuchaba que Manuel se sentía mal, ella se angustiaba de inmediato, como si su vida dependiera de él. Cualquiera que la viera, no tenía dudas de que lo "amaba" con locura. Pero esta vez fue diferente. En lugar de salir corriendo, esperó pacientemente a que Federico terminara de hablar antes de responder con calma. —Desde la mansión hasta la empresa hay demasiada distancia. Mejor cómpralos tú. —¿Ah…? Federico, completamente desconcertado, no se esperaba una negativa. Dudando, insistió con cierta incomodidad, —Pero… no sé qué medicamentos comprar. Además, usted siempre ha sido quien se los lleva. Cada vez que el presidente Santos se sentía mal del corazón, usted se preocupaba muchísimo… Antes de que pudiera seguir con su retahíla, Flavia lo interrumpió. —Eso ya no pasará. —su tono era tan sereno e indiferente que no quedaba rastro de la desesperación de antes. Luego, con total frialdad, le dictó el nombre de los medicamentos y añadió, —Eres su asistente. A partir de ahora, esas cosas son tu responsabilidad. Tras colgar la llamada, Federico se quedó mirando el celular con una expresión incómoda. Afortunadamente, había alcanzado a anotar todos los medicamentos necesarios, así que no perdió más tiempo y ordenó a alguien que fuera a comprarlos de inmediato. Por la tarde, Manuel regresó a la mansión. Apenas cruzó la puerta, sus ojos se fijaron en Flavia, quien estaba sentada tranquilamente en el sofá, viendo la televisión con total calma. Su rostro se oscureció al instante, —Hoy me sentí mal del corazón. ¿No lo sabías? Su voz, impregnada de reproche, resonó en la sala. Sin embargo, eso no bastó para apartar la atención de Flavia de la pantalla. Ni siquiera hizo el mínimo esfuerzo por mirarlo, —Sí, lo sé. —respondió con indiferencia. Manuel la miró, atónito, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando, —¿Lo sabías y aun así no fuiste? Flavia, sin inmutarse, soltó con frialdad, —Te lo dije. Queda demasiado lejos.

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