Capítulo 11
La multitud que observaba se quedó en silencio por un instante, y de inmediato estalló en exclamaciones de incredulidad.
—¡Dios mío! ¿Tres bolas en el saque?
—¡Esta chica es increíble!
—¿Habrá sido suerte?
El hombre que hacía un momento tenía una expresión relajada se puso serio de golpe; en su mirada apareció un matiz de gravedad.
Bianca actuó como si no oyera los comentarios a su alrededor. Caminó hacia el siguiente punto de tiro, volvió a inclinarse y apuntó.
Su movimiento fue fluido, sin la menor vacilación.
¡Poc! ¡Poc! ¡Poc!...
Las bolas de colores parecían seguir un programa preestablecido; rodaron una tras otra por trayectorias precisas y exactas hasta caer en los bolsillos.
Todo fluyó como un río, en un solo impulso perfecto.
¡Seis tiros, limpieza total de la mesa! Cuando la última bola, la número 9, cayó en el bolsillo...
La zona de billar quedó en un silencio absoluto, sólo se oía la música que salía desde los altavoces.
Todos miraban boquiabiertos a aquella hermosa mujer de expresión fría, como si la vieran por primera vez.
Unos segundos después, los vítores y los gritos casi hicieron estallar el techo.
—¡Dios mío! ¡Seis tiros limpios!
—¡Es una maestra!
En ese momento, la atmósfera se encendió por completo, diez veces más intensa que antes.
En el segundo piso, en un lujoso salón VIP con una vista amplia...
Frente a un enorme ventanal, estaban de pie varios hombres vestidos con trajes elegantes; emanaban un aura poderosa que delataba su riqueza y estatus.
El hombre que encabezaba el grupo tenía una figura erguida y desprendía una energía gélida e imponente.
Sostenía en la mano un vaso de whisky; el líquido ámbar se agitaba suavemente, reflejándose en sus ojos profundos e inescrutables.
Su mirada atravesó la multitud bulliciosa con precisión quirúrgica y se posó en la mujere que jugaba abajo.
Observó su perfil sereno y concentrado, sus movimientos ágiles y exactos, el instante en que hizo estallar la sala con su actuación.
Los ojos de David se tornaron complejos, con un matiz de curiosidad y admiración que él mismo no había notado.
Así que esta mujer también tenía ese lado.
Desenfadada, segura de sí misma, deslumbrante.
Nada que ver con la Bianca de sus recuerdos, siempre de cabeza baja, silenciosa y dócil.
¿Era que él nunca lo había notado antes, o que ella lo había ocultado demasiado bien?
Abajo, la apuesta continuaba.
En la frente del hombre de camisa floreada empezaron a brotar finas gotas de sudor.
Sabía que se había topado con una rival formidable.
Esta vez le tocaba a él abrir.
Respiró hondo, intentó calmarse, apuntó con cuidado y procuró la máxima precisión, sin permitirse ni un descuido.
—¡Pum!
El saque fue bueno, metió una bola.
Jugó con firmeza, cuidando la exactitud de cada tiro, evitando errores a toda costa.
Una bola tras otra fue entrando en los bolsillos.
Al final, necesitó ocho tiros para limpiar la mesa.
Aunque no estuvo mal, comparado con los seis tiros limpios de Bianca, la diferencia era clara.
Alicia cruzó los brazos y sonrió como una gata traviesa que acaba de robar crema.
—Perdiste, ¿no crees que es hora de cumplir tu promesa?
Incluso hizo un gesto teatral de "por favor", señalando el pequeño escenario improvisado al lado.
La multitud estalló en vítores.
—¡Al escenario! ¡Al escenario!
—¡Quítatela! ¡Quítatela! ¡Quítatela!
La cara del hombre de camisa floreada se puso alternadamente verde y blanca; claramente no esperaba perder, y mucho menos que el otro bando lo acorralara así.
¿Bailar un striptease en público? ¡Era demasiado humillante!
Se negó a rendirse y apretó los dientes.
—¡Un momento! ¡Antes me confié demasiado! ¡Juguemos otra partida!
Señaló a Bianca y gritó: —¡Si pierdo otra vez, pagaré todo lo que consuma la gente esta noche!
Con esas palabras, el lugar explotó aún más.
—¡Guau, qué generoso!
—¡Otra partida! ¡Otra partida!
—¡Vamos, hermosa! ¡Consíguenos esos beneficios!
Todos vitoreaban, deseando poder bajar ellos mismos a jugar por Bianca.
Alicia miró a Bianca con una pregunta en los ojos.
Bianca no le dio importancia y asintió levemente.
Alicia decidió en seguida. —¡Está bien! ¡Te daremos otra oportunidad! Pero esta vez, si pierdes, no se vale hacer trampa.
Bianca levantó la mano y señaló. —Damas primero... pero hoy te cedo el turno.
Esta vez, el hombre de camisa floreada no fingió cortesías.
Se acercó a la mesa con una expresión de concentración y seriedad sin precedentes.
—¡Pum!
Saque.
La potencia y el ángulo fueron excelentes.
Metió tres bolas.
El público soltó un murmullo de asombro; parecía que esta vez estaba mostrando su verdadero nivel.
Segundo tiro.
Contuvo la respiración, calculó con precisión y golpeó.
Logró limpiar la mesa en seis tiros.
Esta vez igualó el nivel del primer turno de la mujer, y el ambiente se tensó.
Todos pensaban que sería difícil para la hermosa mujer ganar; si quería hacerlo, tenía que meter cuatro bolas en el primer tiro.
Era casi imposible.
La mirada del hombre se posó sobre Bianca, con un toque de orgullo y un matiz desafiante.
Llegó el turno de Bianca. En ese momento, todas las miradas estaban fijas en ella.
Con calma, caminó hacia el soporte de tacos y escogió uno más pesado.
Se acercó a la mesa, tomó la bola blanca y acarició suavemente su superficie lisa con los dedos. Su mirada era serena, como si no se encontrara en medio de una apuesta que atraía todas las miradas, sino en una simple práctica cotidiana.
No colocó la bola de inmediato, sino que rodeó media mesa, buscando el mejor ángulo.
Su compostura contrastaba de forma aguda con el bullicio a su alrededor.
Finalmente, se detuvo y colocó la bola blanca en la zona de saque.
Se inclinó ligeramente; era elegante y concentrada.
La mano que sostenía el taco estaba firme y poderosa; la otra formó un puente perfecto sobre el paño verde esmeralda.
Entrecerró los ojos y apuntó.
En ese momento, el mundo entero pareció quedar en silencio; sólo quedaban ella y las bolas frente a ella.
—¡Pum!
Golpeó con fuerza, pero con un control impecable.
La bola blanca salió disparada como una flecha y chocó con precisión contra la cúspide del triángulo de bolas.
Un segundo después, ocurrió lo increíble.
Las bolas de colores parecieron encantadas y explotaron con un estruendo.
Pero en lugar de dispersarse, describieron trayectorias precisas y misteriosas.
Una, dos, tres... ¡nueve bolas en total! Rodaron como si fueran atraídas por imanes hacia distintos bolsillos, una tras otra.
¡Poc! ¡Poc! ¡Poc!
El sonido de las bolas cayendo en los bolsillos fue denso y claro, golpeando los corazones de todos.
¡Un tiro!
¡Nueve bolas dentro!
¡La legendaria —apertura dorada—!
En el club reinó un silencio sepulcral; incluso la música se detuvo de golpe.
Podía oírse caer un alfiler.
Todos abrieron los ojos y las bocas de par en par, como si hubieran presenciado un milagro.
Aquellos que habían vitoreado la limpieza en seis tiros del hombre quedaron congelados colectivamente.
Tres segundos después.
—¡Dios mío!
—¿No lo soñé? ¿Nueve bolas en un solo tiro?
—¡Cielo santo! ¿Qué clase de jugada fue esa?
—¡La reina del nueve! ¡Es la reina absoluta del nueve!
—¡Increíble, estoy alucinando!
—¡De verdad, es absolutamente impactante!
Los gritos, exclamaciones y alaridos de asombro estallaron como un tsunami, amenazando con levantar el techo del lugar.
La atmósfera era diez veces más intensa que antes.
Mientras tanto, en el salón VIP del segundo piso.
Los ojos agudos que se ocultaban en las sombras reflejaron claramente la escena asombrosa que acababa de suceder abajo.
Un destello de sorpresa cruzó por ellos.
Miró a la mujer que acababa de lograr el milagro, observó su rostro sereno al retirar el taco y sus labios se curvaron en una sonrisa mínima, casi imperceptible.
—Dios mío, esa mujer es... ¿Bianca? —Ernesto no pudo evitar exclamar.
Si no hubiera visto a Alicia, no lo habría creído.
David dejó el vaso sobre la mesa; el contacto produjo un leve sonido. Luego, dio un paso adelante sin vacilar y bajó hacia la planta inferior.
Ernesto lo siguió corriendo.