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Capítulo 7

—¿Necesita ayuda, señorita? —me preguntó una de las empleadas que había estado observando cada uno de mis movimientos. Negué con la cabeza e intenté cubrirme con la sudadera incluso más de lo que ya me había cubierto. Había estado en pie en el pasillo de la sección de maternidad, mirando las diferentes pruebas de embarazo por un rato sin estar segura de cuál elegir. Nadie a mis alrededores me conocía y no me avergonzaba en lo absoluto estar embarazada a los veintiún años, así que no sabía por qué estaba tan desesperada por esconderme. Mis ojos se plantaron de inmediato en las pruebas de embarazo digitales. No podía pagarlas, pero necesitaba estar segura y esas eran las más confiables. Para mi mala suerte, no sabía nada de estas cosas, así que estaba confundida sobre cuántas debería comprar. ¿Debería comprar dos, tres o cuatro? Si hace un mes alguien me hubiera dicho que hoy estaría comprando una prueba de embarazo, lo habría golpeado en la cara. Pero aquí estaba y no pude evitar preguntarme por qué había sido tan irresponsable. Los c*ndones existían por una razón, pero no los usé porque confiaba en las pastillas anticonceptivas que sabía que no estaba tomando según lo programado. La verdad, pude haber evitado todo esto. Cada vez que pensaba en eso, mis ojos se llenaban de lágrimas. Intenté ocultarlas y pensar en todas las cosas hermosas que se me ocurrieron tanto como pude para así evitar que mis lágrimas cayeran. Sin embargo, antes de que me diera cuenta, había perdido el control y me encontraba llorando. Lo primero que hice fue mirar alrededor para limpiar mis lágrimas y, afortunadamente, era bastante temprano en la mañana, así que no había mucha gente. —Señorita, ¿está bien? —me preguntó de repente un niño y me limpié las lágrimas una última vez antes de darme la vuelta. Era un pequeño no mayor de diez años y me estaba mirando con unos grandes ojos gentiles. ¿Cuán mal tenía que estar como para que un pequeño niño me hiciera esta pregunta? —¡Luis, te dije que no hables con extraños! —le llamó la atención un hombre que se acercaba, seguido de otro hombre detrás. Me tomó un segundo reconocerlo. Era el mismo sujeto al que le había arruinado el traje con el champán aquella noche en la reunión en el club. Lo primero que se me ocurrió hacer fue girarme y mantener la boca cerrada, pero todo indicaba que mi suerte no estaba a mi favor y todo por culpa de ese pequeño niño. —Pero está llorando, Vicente. Y me dijiste que ayudara a las personas que me necesitaban —dijo. «Vicente, así que ese es su nombre», pensé. —Sí, pero a las personas pobres —comentó el otro hombre y, poco después, sentí una mano sobre mi hombro. —¿Estás bien? Me di la vuelta, aceptando mi destino, y me encontré cara a cara con el sujeto que había sido víctima de mi torpeza. Tenía la esperanza de que no pudiera reconocerme, pero, al ver cómo agrandaba sus ojos al verme, sabía que no era el caso. —Oye, trabajas para los Escobar, ¿no? —preguntó y me observó tanto a mí como a mi prueba de embarazo. —Qué pequeño es el mundo —comentó y de repente miró a otro lado, pretendiendo no haber visto nada. Siempre me había sorprendido la manera en la que otras personas continuaban la conversación, pese a darse cuenta de que la otra persona estaba de mal humor. —Soy Vicente —se presentó. —Paz —dije apenas en un susurro y miré a otro lado. —Soy Luis y ese de ahí es Bob. Una pregunta rápida, ¿por qué lloras? —preguntó el pequeño niño y recibió un golpecito en la cabeza de parte del hombre a su lado. —Cállate —le gruñó. —¿Estás bien? —preguntó Vicente. Yo respiré hondo e intenté controlar mis lágrimas para que él pudiera dejarme sola. Pero en el momento en que intenté hablar, mi voz se quebró. —Estoy bien. —Entonces, ¿qué es lo que tienes entre las manos? —sonrió él y tomó mi muñeca para levantarla. —Creo que está llorando porque está embarazada —dijo sin ningún reparo Luis, caminando hacia Vicente. Bob se quedó detrás con las manos agarradas. Supuse que era una especie de guardaespaldas. Al igual que la familia Escobar, Vicente también parecía venir de una familia igual de importante y poderosa. —Estás llorando porque... no, olvídalo, no es mi asunto —dijo finalmente Vicente y dejó ir mi mano. —Solo quería disculparme porque mi pequeño hermano te molestó. —Yo no quiero bebés. Para hacer bebés hay que hacer una cosa rara. Lo vi en vivo en la computadora de mi hermano. Estaba en un sitio llamado por... —habló sin ningún filtro Luis, pero no pudo terminar su oración porque su hermano mayor lo calló de prisa con la mano sobre su boca. Le pidió que se callara. Por primera vez, escuché una risita salir de la boca de Bob, quien tenía una mirada satisfecha en el rostro al ver que Vicente se estaba muriendo de vergüenza. No pude evitar reírme también al ver el pequeño puchero que hizo el niño mientras esperaba mi reacción. —Bueno, al menos la hiciste feliz —comentó él. Luis me regaló una brillante sonrisa y se encogió de hombros. Yo también le sonreí. Crecí en un hogar comunitario y estuve con un par de familias de acogida, así que conocía bien cómo los pequeños niños eran capaces de decir toda la verdad de una manera inocente, sin pensar en nadie más, pero eso era lo que amaba de ellos. Amo a los niños. —¿Estás llorando porque te embarazaste? —preguntó Vicente cambiando de tema. Me sorprendió su repentina pregunta e inmediatamente negué con la cabeza, aunque él tenía razón. —N... no, ni siquiera sé si estoy embarazada —repliqué con prontitud. Solo cuando lo escuché soltar una risa me di cuenta de que me estaba bromeando. Si tan solo supiera... —Está bien. Entonces, no hay razón para que estés llorando. No quiero meterme en tu vida privada, pero traer un niño al mundo es una bendición —dijo y miró a Luis, que ya se había distraído en su celular. Sus palabras me dieron fuerzas, pero con mi poco dinero apenas y podía mantenerme a mí misma. —¿Eres papá? —pregunté. —No, lo siento. Realmente no es asunto mío —se disculpó. Yo me sentí mal por la manera en la que lo hizo. No había sido mi intención hacerlo sentir mal, era una pregunta sincera, nada sarcástica. —¿Puedes mantener esto en secreto? —le pregunté cuidadosamente. Me sentí un poco avergonzada por esa petición, pero sabía que tenía una buena relación con Cristian y no quería que se enterase bajo ninguna circunstancia cuando yo ni siquiera estaba segura. «¿Cristian pensaría en las posibilidades de que él fuera el padre si lo supiera?» —No sé a quién podría decírselo, pero claro —me prometió y me regaló una cálida sonrisa. Nos miramos el uno al otro por unos segundos, pero, justo después, me cohibí un poco, además de que quería regresar a casa tan pronto como fuera posible. —Bueno, gracias por el consejo y por animarme, pero de verdad tengo que irme —me disculpé y le di a Luis, quien ya había guardado su celular, una palmadita en la cabeza. —Adiós, señorita —lo escuché gritar, pero yo ya me había alejado del pasillo. Me dirigí hacia la ventanilla para pagar el paquete doble de pruebas de embarazo. Ni bien llegué a casa, no perdí ni un segundo de tiempo e inmediatamente me hice la prueba. Sí, estaba tan preparada que incluso me había tomado dos botellas de agua antes de ir a la farmacia, así que no tuve que esperar hasta que tuviera ganas de ir al baño. Después de seguir las difíciles instrucciones, esperé pacientemente los resultados mientras miraba a una blanca pared como una zombie y pensaba en mi vida. Me había graduado de la secundaria con malas notas y dejé la universidad porque no podía seguir el ritmo de mis compañeros. Tenía veintiún años y no tenía ningún plan de vida para mi futuro. «No importa qué. No pod...» Mis pensamientos fueron interrumpidos de inmediato por el sonido de la alarma de la prueba, que casi me hizo saltar. Con pasos de bebé, caminé hacia el gabinete donde había dejado las pruebas y cerré los ojos. «Por favor, que sea negativo». Junté mis manos y recé para que los resultados fueran negativos para poder seguir con mi vida y olvidarme de todo esto. Sin embargo, cuando abrí los ojos y leí exactamente lo mismo en ambas pruebas, sentí como si mi mundo se estuviera rompiendo en mil pedazos. Embarazada, +3 semanas

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