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Capítulo 9

Cristian observó a la hermosa mujer que estaba frente a él. La vio conversar plácidamente con Marcos y Javier. Para ellos y los demás, Isabel estaba cerca de la perfección. Era hermosa, inteligente, educada y amable. Y Cristian no podía negar todo eso. En el pasado, Francisca, su madre, siempre hablaba sobre cuán perfecta era Isabel para ser su pareja, declaración que provocaba que ambos se sintieran avergonzados. La verdad, no solo su mamá lo pensaba, sino también la mayoría que los conocía. Sin embargo, para él, eso era algo imposible. No la veía de esa forma e ignoraba los sentimientos que ella tenía por él, aunque se aprovechaba de ella y no tenía problemas en aceptarla cuando se arrojaba a sus brazos. Ya le había dado varios indicios de que no quería formalizar ninguna relación amorosa. Aun así, ella seguía volviendo a él, con la esperanza de que eventualmente cambiara de opinión. —Cris, ¿tú qué opinas? —preguntó Marcos. Cristian, que no había prestado atención a la conversación, parpadeó varias veces y se encogió de hombros. —Están hablando de anime otra vez —comentó Javier bostezando. La razón por la que Marcos siempre estaba a su lado era porque era su guardaespaldas personal. Javier, no obstante, era diferente. Era su primo, el favorito y el más normal para ser exactos. No tenía la obligación de ser su mano derecha, pero quería serlo. Ambos tenían la misma edad y habían sido mejores amigos desde la época en la que estaban en pañales. —Opino lo mismo que el bostezo de Javier, no me importa —contestó, lo que causó que Isabel hiciera una mueca de decepción en el rostro. —Mientras piensas en tus acciones y cómo me sigues lastimando, iré a ver si Manuela necesita mi ayuda —dijo burlona. Luego se paró del sofá para dirigirse hacia la cocina. —Estoy seguro de que sus palabras tenían una doble intención —comentó Marcos riendo. Cristian no era tonto y también lo presintió, pero no podía hacer nada al respecto. No era su culpa que sus amigos hablaran de temas que no le interesaban o que Isabel le permitiera usarla como quería. Sus pensamientos fueron interrumpidos de repente por el sonido de una notificación en su celular. Lucas regresaría pronto y, como siempre, tenía que ponerlo al tanto de todos sus negocios, ya sea los de transporte, restaurantes o clubs. A veces, ni el mismo Lucas entendía por qué dejaba a su hijo menor a cargo del negocio cada vez que se iba. No obstante, además de ser un buen líder, él tenía algo que sus otros hijos no tenían: no tenía deseos de hacerse cargo de los negocios familiares y, justamente por eso, se los dio. El mismo jefe de los Escobar sabía por experiencia propia que los negocios podían romper cualquier lazo familiar y no quería que lo mismo le sucediera a sus hijos, por lo que había elegido como heredero a la persona que menos le interesaba el cargo. Cristian leyó la notificación y no supo qué responder. Sabía que, cuando su padre preguntaba por todas las chicas, en realidad solo quería conocer información sobre una en particular. Esa chica era Paz, quien estaba demasiado enferma. No le importaba por qué su padre estaba tan interesado en esa chica y pensó que quizá se debía a que era diferente a las demás. Él ya había visto a su padre enojado antes y sabía que era alguien con quien nadie quería cruzarse cuando estaba de mal humor. Por ello, lo único que le respondió por mensaje fue que estaba enferma. —Marcos, sabes quién es Paz, ¿no? —le preguntó a su amigo, quien asintió con la cabeza de inmediato. —Sí, la chica que derramó el champán sobre Vicente y ¿una de tus aventuras de una noche? Se ve terrible últimamente, por cierto. Parece una muerta viviente —comentó como respuesta. —Ajá, ella —confirmó Cristian, ignorando su comentario sobre su aventura. Después de todo, ella era una más del grupo y no representaba nada especial. —Necesito que la vigiles de cerca hasta que mejore. Síguela si es necesario, sin importar a dónde vaya, y asegúrate de que no caiga muerta en alguna parte —le ordenó. —¿Hay alguna razón por la que el tío la trate de esa manera tan especial? Siempre la menciona cada vez que nos reunimos —comentó Javier, que se había esforzado bastante para seguir el hilo de la conversación. —No lo sé y la verdad no me importa. Solo quiero evitar que se enoje —explicó Cristian y miró a su amigo esperando una respuesta. —Entendido —contestó Marcos. Se sentía mal sabiendo que Paz tenía la fuerte necesidad de ir a trabajar incluso estando enferma. Pero estaba consciente de que algunas chicas no podían perderse sus propinas, sobre todo porque tenían cuentas que pagar. Si por él fuera, les daría un cheque a todas las que lo necesitaran. Sin embargo, pensando racionalmente, entendía que quizá podía herir su orgullo, más aún si era él mismo quien les entregaba el dinero. En realidad, se sentía terrible cada vez que caminaba por los pasillos y las personas se detenían y dejaban de hacer lo que sea que estaban haciendo. No quería ser temido a menos que fuera necesario, pero sabía que no podía evitarlo. Sabía perfectamente que tenía una personalidad difícil e incomprendida. Además, su padre le había dicho que, en ese negocio, especialmente como heredero, era mejor que las personas que trabajaban para él lo temieran. Él no temía a nadie más que a sus padres. Le asustaba su padre por el poder que tenía y le asustaba su madre por sus comentarios hirientes que nadie pedía. Ya sea que fuera por su perfume o su vestimenta, Francisca siempre tenía algún punto negativo que criticar al respecto. Era difícil complacerla y, como madre, nunca se había mostrado orgullosa de él, al menos que fuera para presumir ante sus amigos sobre lo guapos y exitosos que eran todos sus hijos. El mayor, Jorge, tenía veintisiete años y era temido por muchos. Ya estaba casado y tenía dos hijas. Su personalidad era dura, pero era confiable y siempre cuidaba de todos. Víctor tenía veinticinco años, era un mujeriego y un alborotador, pero también podía ser alguien serio y definitivamente no era una persona a quien se podía pisotear. Luego, estaban las gemelas Estela y Mía. Tenían diecinueve años y, al igual que Cristian, eran testarudas pero bastante inteligentes. Ambas habían entrado a la universidad. Después de licenciarse en Administración de Negocios, Cristian no tuvo tiempo para descansar, pues todos esperaban que asumiera el mando en los negocios de su padre. Era la decisión que habían tomado los miembros de su familia y, más importante, era la persona que su padre había elegido. Cuando llegara el momento adecuado, todo estaría en sus manos. A él no le importó y se preparó mentalmente para eso. Desde muy pequeño, su padre lo había llevado a él y a sus hermanos a todas las reuniones importantes para mostrarles las dos caras de los negocios. Lucas les había enseñado todo lo que aprendió de su propio padre en sus tiempos. Los preparó para hacer lo que tuvieran que hacer por el bien de los negocios, como avivar el miedo en los otros, manejar las arm*s o deshacerse de las personas. «La familia es lo primero. Las lágrimas y el arrepentimiento se dejan para las almohadas», habían sido las palabras del señor Escobar después de limpiar las lágrimas de sus hijos. —Voy a ver a Isabel, creo que de verdad heriste sus sentimientos. No estoy acostumbrado a verla tan callada —comentó Marcos y se dirigió hacia la cocina, dejándolos solos. —¿Asistirás a la reunión familiar anual el próximo mes? —preguntó de repente Javier. Cada año, Francisca Escobar organizaba una gran reunión familiar con el objetivo de que todos los miembros de la familia se reunieran para ponerse al día. Sin embargo, en realidad solo tenía intenciones de presumir su lujosa vida que tenía con su esposo. Francisca y Lucas se habían conocido a la vieja escuela. Sus padres habían preparado una reunión para ellos y organizado su matrimonio. Afortunadamente para las familias, ambos jóvenes se gustaron. —No sé. Veré si puedo —respondió encogiéndose de hombros. No estaba de humor para una reunión familiar. No le veía el sentido a asistir porque estaba cansado de escuchar las mismas preguntas año tras año. —¿Tienes miedo de que los abuelos te vuelvan a pedir nietos? —preguntó Javier riendo, adivinando lo que su primo estaba pensando. Cristian lo miró ruborizado. Si tuviera que mencionar a una persona capaz de hacer preguntas muy incómodas, esos serían sus abuelos. Los amaba a ambos, incluyendo a su abuelo, quien a lo largo de los años había perdido su fría reputación y se había convertido en un amable hombre de familia. Sin embargo, eso no cambiaba el hecho de que su interrogatorio lo hacía sentir incómodo. —Simplemente no tengo ganas de ir —respondió para que su primo lo dejara en paz. No obstante, ambos se conocían bien. Javier no le creyó y se rio, colocando la mano sobre el hombro de su primo mientras se burlaba de él. Aunque a Cristian no le gustaba que las personas le faltaran el respeto, la acción de su primo calmó su corazón de alguna manera, pues sabía que los demás lo trataban diferente debido a su estatus. Él tenía un pequeño círculo de verdaderos amigos y estaba agradecido con ellos porque lo trataban como un ser humano. —Solo ve a la reunión. Siento que cada año que decides ignorar sus preguntas, los abuelos se acercan más a su muerte —se rio Javier. No se suponía que era gracioso, pero él siempre se reía de sus propios chistes, así que para él lo fue. Sin embargo, Cristian no se dejó llevar por sus palabras. Después de todo, si ni siquiera sus padres podían convencerlo de ir, ¿cómo podría alguien como su primo? —El día en que muestre mi rostro en la reunión será el día en que me convertiré en padre para que tengan algo de qué hablar. O sea, nunca —sentenció.

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