Capítulo 21
Carlos estaba frente a la puerta de vidrio del estudio de Rosa, apretando un fajo de documentos.
Había contratos, escrituras, cheques y una lista de su colección de relojes.
Todo lo que poseía estaba ahí.
Tenía los nudillos blancos por la presión y el pantalón aún mojado: había corrido bajo la lluvia.
Cuando Rosa empujó la puerta y salió, él la miró como si viera a su única salvación. De inmediato le puso los documentos en las manos, con una voz ronca y quebrada.
—Rosa, te lo entrego todo: la empresa, las casas, las cuentas, incluso ya puse todas mis propiedades a tu nombre. Te lo ruego, vuelve conmigo.
Rosa bajó la mirada. Con el dinero en ese cheque podría comprar todo el edificio de oficinas.
Pero solo dejó escapar una risa suave, y, delante de él, rompió el papel en dos.
—Lo que yo quería nunca fue esto.
Los pedazos flotaron en el aire, como copos de nieve pálida.
Las pupilas de Carlos se contrajeron, de golpe le sujetó la muñeca: —Entonces, ¿qué quieres? ¡Yo cambio, lo que sea, to

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