Capítulo 20
—Viviana. —Su voz, ronca y seca por no haber dormido en toda la noche y por los nervios, sonó extrañamente áspera. —Tenemos que hablar.
Viviana se giró al escucharlo, y al ver que era él, hizo mala cara. En su mirada apareció una alerta inmediata, sombría y distante, como si viera a un intruso no deseado: —¿Señor Gustavo? ¿Qué hace usted aquí? No tenemos nada de qué hablar.
Su indiferencia fue como un balde de agua helada derramado sobre el corazón de Gustavo.
Él dio un paso hacia adelante con desesperación, y casi sin orden ni coherencia alguna, sacó su teléfono para mostrarle las pruebas: —¡Viviana, escúchame! ¡He descubierto todo lo que Olivia y su familia hicieron! ¡Fui yo quien te acusó injustamente! Lo del jardín aquel día, la estructura de luces del club... y... y el accidente de tu madre... ¡Nada de eso fue un accidente! ¡Fueron ellas! ¡Fui un idiota! ¡Estuve ciego! ¡Me engañaron...!
Pero Viviana alzó la mano y lo interrumpió. Su mirada era tan fría como el permafrost del norte

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