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Capítulo 5

—¡Papá, mamá, ya estoy en casa! Bernardo y la madrastra, que apenas se había recuperado, adoptaron de inmediato una sonrisa efusiva y salieron a recibirla. Rodearon a Olivia con preguntas cariñosas y amables, y a Gustavo lo trataron con extrema cortesía y una actitud servil. Solo Gustavo, al posar en ese momento la mirada sobre Viviana, frunció visiblemente el ceño. Parecía que en ese instante recién se daba cuenta de que Viviana era, en efecto, la hermana de Olivia. Durante la cena, en la larga mesa del comedor, Olivia y Gustavo se sentaron naturalmente juntos de un lado, mientras que Viviana se sentó sola frente a ellos. Durante toda la comida, Viviana observó con los ojos bien abiertos cómo Gustavo le servía comida a Olivia con esmero, le pelaba cuidadoso los camarones, y cuando ella se manchó la comisura de los labios con salsa, él tomó la servilleta con total naturalidad y se la limpió. Antonia, al ver la escena, sonreía con alegría: —Olivia, ¿cómo conociste al señor Gustavo? Cuéntanos. El rostro de Olivia se tiñó de un rubor tímido y respondió con suavidad: —Fue en una cena de caridad. Vi a un gato callejero atrapado en un árbol y quise ayudarlo, pero por accidente estuve a punto de caerme... Gustavo me sostuvo justo a tiempo... Y luego me pidió mi número. Mientras hablaba, lo miró con una expresión llena de ternura. Viviana, sin poder contenerse, sonrió con desagrado. Olivia odiaba a los animales desde niña. Incluso, cuando era pequeña, había matado al gato de Viviana de manera cruel. Era imposible que se le ocurriera salvar a un gato por su propia voluntad. O bien aquella escena fue una trampa cuidadosamente planeada por Olivia, o bien su intención era rescatar al gato solo para maltratarlo después. La risa sarcástica de Viviana rompió la quietud del comedor como un estallido inesperado, atrayendo las miradas de todos hacia ella. La expresión de Olivia cambió apenas, pero enseguida sonrió: —Viviana, ¿y tú? ¿Estos años has tenido novio? ¿Cuándo nos traes uno para conocerlo? Viviana curvó los labios en una sonrisa brillante y desafiante: —¿Traerlo aquí? Ni pensarlo. Olivia frunció el ceño, sin comprender:—¿Por qué? Viviana sonrió con aún más desenfado y arrogancia. Su mirada pasó con intención justo por Gustavo antes de volver al rostro de Olivia. Su tono era descarado: —Porque... hay demasiados. —No soy como tú, tan... poco atractiva, que después de tres años apenas traes a uno. —Yo, en cambio... —Alargó la voz como una mujer fatal que se toma la vida como un juego. — Los hombres que me persiguen hacen fila desde esta casa hasta París. Sencillamente, no puedo traerlos a todos. —¡Viviana! —Bernardo, furioso, golpeó la mesa con fuerza. Su rostro se había puesto sombrío. Antonia también respiraba agitadamente del coraje. Olivia tenía el rostro lleno de congoja, con los ojos enrojecidos, y miró a Gustavo con expresión indefensa. Gustavo dejó los cubiertos, tomó la servilleta y se limpió las manos. Luego, bajo la mirada de todos, tomó la mano de Olivia que descansaba con delicadeza sobre la mesa: —Olivia no necesita compararse con nadie. —Para mí, no hay nadie como ella. Es la mejor y insustituible. Aquella frase cayó como una sentencia final, arrojando sin piedad a Viviana al abismo más profundo. Olivia rompió en una sonrisa entre lágrimas, y le devolvió el apretón con evidente felicidad y orgullo en su rostro. Viviana miró las manos entrelazadas frente a ella. Su corazón fue aplastado de golpe, el dolor tan intenso que por poco no pudo mantener la máscara de arrogancia que cubría su rostro.

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